EL CONYUGE
La
ley de Protección de Datos de Carácter Personal elevó a la categoría de delito
lo que, generalmente, cualquier funcionario por ética y respeto cumplía
escrupulosamente: los documentos que contienen información confidencial no pueden
hacerse públicos bajo ningún concepto. Lo que no impide que en la memoria
guardemos algún que otro escrito que, por su singularidad, se haya hecho hueco
en el anecdotario particular de cada uno de nosotros.
Eran
especialmente emotivos aquellos escritos de personas que apenas sabían
leer y escribir y, sin embargo, se atrevían a defender sus derechos sin
recurrir a profesionales, unas veces por no tener uno a mano, y otras veces por
temor a la minuta. Esto era un error que pagaban caro, teniendo en cuenta que
cualquier sindicato les hubiera representado de forma gratuita, pero ni eso
sabían.
Conservada
su esencia durante décadas en los archivos del recuerdo, por su ingenio y por
su arte, voy a tratar de reproducir aquí, lo más fielmente que me permita mi
memoria, alguno de esos escritos que fueron presentados por personas valientes que,
creyendo en su verdad, pretendieron defenderse sin más armas que la razón, su
razón.
Especialmente
memorable fue una reclamación que presentó una mujer de la Alpujarra, a
la que le habían denegado la pensión de incapacidad, con el argumento de que las
lesiones que tenía eran compatibles con el trabajo. La señora era trovera y
escribió todo el texto en verso, o como se quiera llamar un conjunto de
versículos sin técnica alguna, pero sonoros como si lo fueran. Su objetivo era
demostrar que no estaba conforme y elaboró su recurso a base de estrofas que
ensalzaban las virtudes de los miembros del tribunal, combinando las alabanzas
con sus argumentos, sus quejas o sus ruegos; sin dejar atrás ni uno solo.
Imposible de recordar el texto entero. Como muestra reproduzco el primero
de ellos, al que seguían otros cinco parecidos, uno por cada uno de los
miembros del órgano calificador, que había frustrado sus expectativas.
“Doctor
Alberto Capilla,
hombre
sabio y muy cabal,
Cómo
quiere que yo vaya
a
recoger la aceituna,
sabiendo
mi enfermedad”
Incontables
son los papeles que se recibían repletos de disparates, unos sin identificar y
otros firmados y bien firmados, como el dibujo que ilustra este relato, que
acompañaba a una solicitud de cambio de domicilio, y con el que su autor
pretendía explicar cuál era su nueva dirección.
Pero
ninguno como aquél que mandó un hombre, al que se le reclamaba una deuda porque
había cobrado un complemento familiar por su esposa, siendo viudo desde hacía
tiempo. La rebaja en la pensión era cuantiosa, no solo se excluía el
complemento, sino que se sometía a descuentos parciales para saldar la deuda
contraída. Es necesario aclarar que se trata de pensiones mínimas, ya que las
máximas no necesitan complementos, se sobran y se bastan con ellas
mismas. El pobre, cuando comprobó que la pensión se había reducido a la
mitad, presentó una carta que nos hizo reír primero, para lamentarlo después.
“Me
quitan la mitad de la paga porque soy viudo, y no tienen en cuenta que tengo yo más cónyuge con mi sobrina que el que tenía con mi mujer, porque con
ella tengo cónyuge todos los días: lunes, martes, miércoles, jueves viernes,
sábado y domingo, hasta el día de Navidad y día del Corpus.”
Como
es de esperar hubo bromas en la oficina con el cónyuge de la sobrina durante
una temporada, hasta que un día vino la trabajadora social del
pueblo y nos comentó que se trataba de un ciego y que vivía con una sobrina y
su familia, como aquel coronel loco que encarnaba Al Pacino, en la película Esencia de Mujer.
Desde
que se quedó solo el hombre había sido adoptado por aquella buena gente que lo atendían con cariño y dedicación. Y él les correspondía aportando su paga para ayudar a la exigua economía de
la casa. El pobre entendía que la palabra “cónyuge” significaba “obligación”, y
él se sentía más que obligado con ellos; por eso, cargado de indignación, dictó
aquella carta. Se acabó la diversión, la tragedia del ciego apagó las risas que
causó su infeliz confusión.
No
sería justo concluir esta historia sin rendir homenaje a los sufridos miembros
del Servicio de Correos, que, con más fe que otra cosa, han hecho llegar, en
ocasiones, las cartas a su destino sin más datos en el sobre que “A las
Pagas”, “Señor Director Don Tomás”, o “Caja de Pagos”, lo que demuestra las
facultades adivinadoras que ha llegado a desarrollar el colectivo.
!Coco eres genial!
ResponderEliminarBesos, Zenetica.
Me ha encantado comadre de mi tio
ResponderEliminarMe ha encantado comadre de mi tio
ResponderEliminarCoco, esto se avisa. Nos tienes acostumbrdos a que escribes cada ocho meses y esta entrada me había pasado desapercibida. Muy tierna. Éste no es país para almas simples (ahora mucho menos) y unos trovos o un mapa no tienen más valor que el del afectuoso recuerdo que nos devuelve esa sencillez cargada de razón y humanidad y por eso miso, destinada a ser triturada por ese confuso apartao llamado justicia. El mismo que condena a Garzón.
ResponderEliminarUn abrazo. Me encantó conocerte.
AG
Muchas gracias a todos.
ResponderEliminarAlberto a mi también me gusto conocerte y me hubiera quedado en la tertulia de la Puerta de Correos,m si no llega a ser porque tenía un compromiso, espero encontraros otro día.