viernes, 11 de junio de 2010

EL PATIO






EL PATIO




         Mirando a través de los cristales de la ventana del cuarto de estar se ve el patio verde, fresco y limpio; ha sido un invierno particularmente lluvioso y frío, pero la yedra que tapa las paredes y trepa por las columnas de la pérgola, hasta cubrirla por completo, ha sobrevivido al mal tiempo y con los primeros rayos del sol de la primavera ha surgido más brillante y lustrosa que nunca.

         Es un patio pequeño, pero en él caben los elementos suficientes para que cada uno pueda desarrollar su vida independientemente: los perros reinan en el suelo; los gatos hacen equilibrios para pasar por el filo de la tapia que delimita el patio mientras se ríen de los perros que se vuelven locos porque saben que jamás podrán pillarlos; a su vez, el ratoncillo que vive encima de la pérgola se divierte provocando a los gatos que jamás lo podrán pillar a él, porque se esconde entre las plantas que la cubren y tendrían que pasar por encima de la parra, y si lo hicieran se caerían al suelo y los pillarían los perros, porque los pámpanos verdes no tienen fuerza para soportar el peso de un gato. Se cierra así el círculo del mundo de los perros, los gatos y el ratón. 
        
      Pero quedan muchos círculos de vida todavía en el patio: las avispas que revolotean alrededor de la alberca y cuando se acercan a beber se quedan atrapadas en el agua y se ahogan, no todas, porque  algunas  encuentran una hoja o una flor y se suben hasta que se les secan las alas y vuelven a volar, las salamanquesas que se pasan la vida debajo del farol de la pared de la pila, que es la única que no tiene plantas, esperando a los mosquitos, que no se resisten a la atracción de la luz sin darse cuenta de que lo único que consiguen es que se los coman las salamanquesas, pero no importa, que se tranquilicen los ecologistas, que no se va a romper el equilibrio: las salamanquesas son pocas y los mosquitos son legión; por tanto, no hay peligro de extinción de la especie.

         Esta mañana hay una actividad nueva en el patio: una pareja de mirlos está haciendo su nido. Han elegido un lugar entre la yedra en la pared del fondo. Es un error y alguien debería advertirles que no se tomaran el trabajo, que el jardinero cuando lo vea se lo va a quitar, que alguien les diga que no traigan las ramitas y las hierbas, que no las tejan con forma de cesto, que luego no rellenen el cesto con tierra húmeda, que no esperen a que se seque para venir a ocuparlo, porque cuando una tarde venga la mirla parda a poner sus huevos no va a encontrar su nido perfecto y se va a volver loca, y va a ir a buscar al mirlo negro y guapo con su pico amarillo, y los dos se van a golpear una y otra vez contra el lugar donde estaba sin comprender lo que ha pasado con su nido que tanto esfuerzo les ha costado. Y la mirla tendrá por fin que poner los huevos en cualquier parte y quién sabe si podrán nacer los polluelos. Por eso, para impedir ese drama, sería necesario que alguien les dijera que buscaran otro sitio, pero quién se lo va a decir si en el patio nadie se fía de nadie.      

         Mañana la salamanquesa le dirá a una avispa que le ha contado el ratón que un mosquito le ha dicho que sabe de buena tinta que los perros, que son los únicos que entran en la casa, vieron llorar a la mujer del jardinero por la tragedia ocurrida el día anterior a la familia de los mirlos.