jueves, 20 de agosto de 2009

Lo que escribí en el blog de Juanito

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DE COLEGIOS Y TITAS

Yo tuve suerte de que me pusieran en el colegio de las Teresianas, si, suerte. Primero porque allí conocí a mis amigas, un grupo selecto de "las niñas de mi clase", que después han sido magnificas profesionales allá donde hayan estado, y cada una desde nuestro puesto, hemos procurado ayudar a las demás cuando lo han necesitado. Esa solidaridad no creáis que ha nacido de la educación que las monjas nos dieron, no, esa solidaridad nació de haber aguantado juntas durante muchos años un sistema de enseñanza en el que, olvidando todo rigor académico, lo que primaba era la adhesión inquebrantable a la fe católica y, sobre todo, a sus ritos y ceremonias. Allí la que mejor nota sacaba era la que más rezaba. Y si no rezabas pero tenías un poco de habilidad manual para copiar lo que veías y les hacías carteles para la capilla, con angelitos, peces, panes, monaguillos y campanitas, entonces te daban sobresaliente en dibujo técnico sin haber tocado una escuadra ni un compás en todo el año, mientras tus compañeras se partían el pecho haciendo proyectos con perspectivas, alzados y dibujos dificilísimos que una no hubiera podido hacer en la vida. Esa era la idea de justicia que ellas tenían.

En segundo lugar, tuve suerte, porque el hecho de ser malas educadoras me ayudó a desarrollar mi sistema de aprendizaje, a eso también contribuyeron mis tías maternas, ese sistema, que no se si es una característica innata en mi o fue aprendido, consistía en que jamás me creí nada de lo que decían, concluyendo siempre en que si ellas lo enseñaban así, es que tenia que ser lo contrario, y con lo contrario me quedaba. Agradezco mucho desde aquí a todas ellas la contribución que han hecho al resultado final, a mi me ha ido bien.

Es justo que salve de esta quema a los dos únicos profesores buenos de verdad que tuve en el colegio, naturalmente no pertenecían a la institución, eran profesionales contratados, uno era don Estanislao Peinado, de música, y la otra era la señorita Guglieri que nos enseño en 4º curso todo el latín que no habíamos aprendido en los cursos anteriores y mucho más.

Pero lo mejor del colegio fue dejarlo, cuando con dieciséis años fui al Instituto Ganivet y me encontré con profesores como D. Victoriano Martín Vivaldi, su hijo Pepe, el señor Mondéjar, D. Luis Grandía Mateu, doña Aurora, don Jacinto, don Aquilino, y unos cuantos más que no recuerdo sus nombres, todos ellos se ganaron mi respeto y entonces aprendí a aprender lo que me enseñaban. Ni en la Universidad, ni en ninguna parte he vuelto a ver profesores como aquellos.