EL GALLEGO
Corrían
buenos tiempos para ellos, se habían esforzado en arreglar el país a tiro
limpio, y ya hacía tiempo que lo habían reconstruido a su gusto, o sea, lo que para ellos era “como Dios manda”. Llevaban veinticinco años
celebrando la victoria, habían cambiado destinos militares por destinos civiles y, a través de
ministerios, direcciones generales, secretarías técnicas y todos los cargos de
responsabilidad habidos y por haber, lo habían conseguido, al menos, eso creían ellos.
Por
aquellos días, el señorito cordobés, de apellidos compuestos y rimbombantes, entre
los que no faltaba la palabra “alba”, tenía abandonados sus negocios familiares
para atender una dirección general de un organismo del Ministerio de Trabajo,
cuya titularidad ostentaba un antiguo compañero de armas y correrías, tan
andaluz como él.
Sus
tierras ocupaban la mitad de la comarca; en ellas se cultivaba el algodón que
después se procesaba en su fábrica, donde las desmotadoras preparaban la
cosecha para el total aprovechamiento de las plantas. Rara era la familia de la zona que no
dependía del trabajo que proporcionaban los negocios del señorito, pero éste, sin el
más mínimo reparo, había decido desmantelar la fábrica y dedicar las fincas a
otros cultivos que no exigieran demasiada dedicación. Sus intereses, de
momento, estaban más cerca de los brillos del Gobierno que de los campos de
Andalucía.
Las
protestas por el cierre de la fábrica le dieron algunos dolores de cabeza, los
trabajadores más rebeldes alborotaron lo que pudieron. Llegaron a ser noticia
en el periódico de la provincia por las
intervenciones de la guardia civil, cosa rara en aquellos años. No llegó
la sangre al río, eran tiempos de temor y pronto los trabajadores asumieron lo
inevitable. Los que habían plantado cara fueron despedidos sin piedad y los que
desde el principio habían colaborado fueron premiados para escarmiento de los
alborotadores. Así se las gastaban los caballeros.
Y
el premio fue una colocación en el organismo público que dirigía el señorito.
Así de fácil: unos cuantos obreros que apenas sabían leer y escribir ingresaron
como ordenanzas en las distintas oficinas
de la entidad. Entre ellos
se encontraba nuestro protagonista. Por la vía de la traición a los suyos llegó
a la función pública, y su suerte cambió para siempre, pero también pagó su
precio, fueron muchas las ocasiones en las que lo desbordó la evidencia pero,
eso sí, tuvo un sueldo para toda la vida.
En
un principio recibió la noticia de que había sido destinado a la Dirección Provincial
del Ministerio de Trabajo de La Coruña con mucha alegría, primero se
trasladaría solo y más tarde regresaría para casarse con su novia y la llevaría
con él. No obstante, conforme se acercaba el día de la partida, se iba poniendo
más y más nervioso, sus vecinos, con
buena o con mala intención, le regalaban múltiples advertencias, pero lo que le
puso al borde de renunciar a todo fue el enterarse de que en Galicia se hablaba
de otra forma: para él eso era lo más preocupante: si apenas dominaba el
castellano, ¿cómo iba a entender otro idioma?
A
pesar del miedo que tenía el muchacho el viaje estaba siendo más fácil de lo
que él se imaginaba, al menos la primera fase. Aquello de atravesar media
España en un tren y la otra media en otro no le gustaba demasiado. Satisfecho,
una vez culminado con éxito el preocupante
proceso de cambio de estación, se instaló aliviado en su asiento del vagón de segunda
clase del Expreso de La Coruña, dispuesto a descansar hasta por la mañana. No
fue posible: su tranquilidad se volvió zozobra cuando la noche le sentó la
evidencia en los asientos de enfrente. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos
para dormirse entró en el vagón una
pareja que, sonriendo amablemente, a modo de “buenas noches”, emitió un extraño
sonido más parecido a la tos que a las palabras. El pánico se apoderó de él:
¡eso era el gallego! ¿Cómo se las iba a arreglar en el trabajo? ¿Qué clase de
ordenanza es aquel que no entiende las
órdenes?
Los
viajeros eran gente amable, que a lo largo de la noche, a base de
gestos, consiguieron ganarse su confianza, mientras él trataba de aprender algo
de aquel lenguaje extraño para presentarse al día siguiente en su nuevo
trabajo. Algo era algo, aunque sabía que, para ser ordenanza de un organismo
público, lo que aprendiera esa noche no sería suficiente.
Por
la mañana, estaban enterados de la vida y milagros del muchacho y, por supuesto,
de la finalidad de su viaje a Galicia.
Al despedirse, le dieron una tarjeta de visita para que los visitara y
en el dorso le escribieron la dirección de una pensión cercana a la estación y por
señas le explicaron cómo llegar. Y allá que fue, sorprendido de lo fácil que le
había resultado encontrar alojamiento, sin preocuparse de leer la tarjeta. Si
lo hubiera hecho, no se habría dirigido a la recepcionista de la pensión, con
las manos juntas bajo la cara, cerrando los ojos para indicar que quería una
habitación para dormir. Si hubiera leído la tarjeta, se habría dado cuenta de
que debajo del nombre del viajero amable, estaba escrita la frase: “Secretario
de la Federación Gallega de Personas Sordomudas”.
Tuvo que ser la voz suave y cantarina de la recepcionista la que, con un "¡Bos días rapaciño!", le hiciera comprender que el mundo era maravilloso y que él era un hombre con mucha suerte..
¡ Genial Coco !
ResponderEliminarQue placer tan grande amanecer con uno de tus relatos.
Besos, Zenetica.
Gracias Coco, nosotros somos gente con suerte por poder leerte.
ResponderEliminarUn motivo pra falar galego? Eu creo que hai motivos a esgallo. O galego é pra min un sentimento especial, cando o oio falar éncheseme o corazón e de súpeto síntome moi agredecido de ter lingua e cultura propias. Non entendo á xente que se arreda do galego e se aferra ao castelán por pensaren que é a lingua que se debe falar. Cada vez a xente mete máis o castelán no galego por arremedar aos famosos ou vai ti saber. Vaia vergoña. tei moita diferenza e sentinme obrigado contra a miña vontade de falar castelán por ser un máis entre os rapaces. Quero retornar ao galego pero dáme un non sei qué :( pero co que lin hoxe nesta páxina coido que me sentirei máis motivado. Grazas irmaos.
ResponderEliminarSempre Galiza
Moitos bicos para ti Coco, que me fixo lembrar do meu tempo gastado en Vigo. Galego, sobre todo por medio de sinais, é a máis fermosa do mundo.
Lenny
A la escuela de idiomas, pasando antes por la escuela primaria para afianzar el castellano comocompetencia (ahora, en la escuela se habla así). Pobriño, uno de tantos que se fueron con su maletica de cartón a sufrir de añoranzas y abrirse camino.
ResponderEliminarEste, encima, era esquirol, chivato, pelota y facha: todo un currículo.
Se mereció pasarlas canutas.
Un abrazo,
AG
No sabía que el pobre Paco empezó su "carrera" falando galego....¡que cosas!
ResponderEliminarsiempre ganan los malos... y lo relatan los buenos... besos cocoguapa... la márquez
ResponderEliminarPienso igual que Alberto: esquirol, chivato, pelota y facha…reducido a una palabra "caracol" (baboso, rastrero y cornudo).
ResponderEliminarUna historia estupenda que viene como anillo al dedo en estos días