jueves, 25 de febrero de 2010

LA JUBILACION





El revuelo que se ha formado con la propuesta del Gobierno en materia de jubilación ha sido mayor que el que se formó cuando se aprobó el Estatuto Marco del personal sanitario de los Servicios Públicos de Salud. En ambos casos ha habido una amplía contestación en contra por parte de los futuros afectados, esto a pesar de que las propuestas de cada uno de ellos son totalmente opuestas: si en el primer caso se propone el retraso de la edad de jubilación hasta los 67 años, en el segundo se decretó la obligatoriedad de jubilarse a los 65 años una vez alcanzados los 35 años de cotización. Ni en un caso ni en el otro el personal ha quedado contento, ni unos quieren esperar dos años más, ni la mayoría de los otros quieren irse tan pronto, lo que lleva a la comprensión de que se trata de una materia tan compleja que es necesario hacer un auténtico ejercicio de reflexión para acometer cualquier cambio en la normativa que nos ocupa, sobre todo si se quiere seguir con la línea de perfeccionamiento que siempre ha tenido la legislación española en materia de prestaciones laborales y sociales desde su nacimiento. Y esa, y no otra, es la línea que se debe seguir para no dar ni un solo paso atrás, lo que sería incomprensible e imperdonable a estas alturas.

Del análisis de los dos extremos expuestos en el párrafo anterior, se puede sacar la conclusión de que cada colectivo tiene expectativas distintas, si un profesional de la medicina a los 65 años se encuentra en la cima de su carrera y le quedan aún varios años para desarrollar su trabajo en óptimas condiciones, lo cual beneficia más a la sociedad que a él mismo, y si es lo que él quiere lo lógico es que siga trabajando cuanto menos hasta los 70 años, y de paso hace un doble servicio a la sociedad porque aporta mayores cotizaciones a la Seguridad Social y por más tiempo, mientras sus pacientes se benefician de su experiencia y de su sabiduría. Eso sin contar con la labor docente que puede hacer con sus compañeros más jóvenes. ¿Por qué obligarlos a jubilarse a los 65 años entonces? Esta fue una medida que, sin duda, se tomó por razones presupuestarias y no de verdadero sentido de servicio público. Y que por tanto habría que reconsiderar.

Estos mismos planteamientos se pueden aplicar a otras profesiones en las que precisamente la experiencia es un valor en si misma, como los profesionales de cualquier ciencia que se dediquen a la investigación o a la docencia, especialistas financieros, economistas o funcionarios pertenecientes a colectivos cuyos estatutos o convenios no contemplan la obligatoriedad de la jubilación a una edad determinada, o establecen como tope los 70 años, dejando a la libre voluntad del trabajador el fin de su vida laboral.

El único obstáculo que suele cruzarse en este camino es el propio cansancio que la edad presenta, por lo que una de las mejores opciones sería la jubilación gradual y flexible entre los 65 y los 70 años, pudiendo así adaptarse el trabajador al nuevo estado compartiendo trabajo y pensión en los porcentajes proporcionales de tiempo y cuantía que se establecieran.

Otra opción posible sería aquella en la que una vez alcanzados los 35 años de cotización y cumplidos los 60 años de edad se pudiese jubilar parcialmente el trabajador accediendo a la jubilación plena obligatoriamente a los 70 años o voluntariamente a partir de los 65 años.

De las dos formas expuestas se conseguiría alargar la vida laboral activa, con la reducción elegida, y se compensaría el gasto de la pensión con la obtención de más cotizaciones, a la vez que se ofrecería la posibilidad de descansar a aquellas personas que han contribuido sobradamente al mantenimiento de un sistema de Seguridad Social muy bien pensado y que ha aportado gracias a empresarios y trabajadores una confianza en el futuro y un bienestar social que en la historia de este país nunca se había conocido.

No sería difícil llegar a los acuerdos necesarios con las fuerzas sociales y en el marco indispensable de Pacto de Toledo para modificar algunos aspectos de la Ley 35/2002, de 12 de julio, de Medidas Para la Consecución de un Sistema de Jubilación Gradual y Flexible, como puede ser suprimir la exoneración del pago de cuotas de los trabajadores que continúen trabajando después de los 65 años, eliminando este precepto se podría compensar parte del gasto como ha quedado expuesto anteriormente.

En el ámbito de la mencionada ley 35/2002, se podrían desarrollar nuevas formulas, que contemplando la compensación de gastos y partiendo de la exigencia de los 35 años de cotización se planteara la posibilidad de alargar la vida activa en los colectivos apropiados y para los trabajadores que voluntariamente lo decidieran.

Por el contrario se debería de rebajar la edad de jubilación para aquellos sectores cuyos trabajos son de naturaleza penosa con altos índices de siniestralidad laboral, en los que las condiciones de trabajo para el desarrollo de la actividad requieren un estado físico óptimo, que lógicamente una persona de más de 60 años no tiene. Por supuesto tratando de encontrar fuentes añadidas de financiación. Pero este tema merece un capitulo aparte y lo debemos dejar para que otros aporten ideas, de forma que entre unos y otros consigamos mantener un sistema justo de previsión social, en el que tengan cabida tantas peculiaridades como la misma sociedad tiene.

Continuaremos analizando posibilidades porque el asunto requiere un esfuerzo.

jueves, 11 de febrero de 2010

LOS SIMBOLOS




A mi hermano Juan.








A los que alguna vez los vieron pasar por las calles del centro, en los alrededores del mercado de San Agustín, no les costará mucho recordarlos aunque hayan pasado más de treinta años, será suficiente con que yo les facilite un detalle de su indumentaria y por muy mala memoria que tengan se acordaran de ellos. Pero vamos a ir despacio; ellos hubieran merecido que un buen pintor los inmortalizara colocándoles en el centro de su obra maestra. Como no hay constancia de que eso sucediera y antes de que la memoria se canse de traer sucesos y personajes de otro tiempo, quiero reproducir su imagen para ilustrar de la mejor forma posible esta historia que, aunque aderezada con elementos peligrosos, nunca pasó de ser una sucesión de anécdotas divertidas.
Como ya no eran jóvenes andaban despacio, él siempre iba unos pasos por delante y en la mano llevaba un bastón que no necesitaba para andar: era un símbolo. Ella llevaba un cesto colgado de su brazo que llenaba de hortalizas y frutas que adornaban su figura como si fueran flores, también su cesto era un símbolo. El hombre todavía conservaba los rasgos que le adornaron en la juventud, piel morena, nariz aguileña pero fina, cejas definidas en triangulo, la barbilla partida y los labios bien dibujados y delgados; aún tenia el pelo negro, excepto el de las patillas que lo tenía gris y rizado, conservaba una figura elegante, la belleza de su raza se había conjugado en su persona. Ella no era guapa, tuvo que ser atractiva en sus años jóvenes, pero no conservaba ningún rasgo destacable, ellas con su pelo rizado y sus ojos negros y grandes suelen ser vistosas en la juventud pero la vejez no las trata bien, pronto se destrozan pariendo niños y llevándolos de un lado para otro en brazos. Aunque el hábito no hace al monje si sirve para definirlo, eso es lo que ocurría  con el atuendo de esta pareja: los definía.
Llevaba el protagonista de nuestra historia un pantalón de pana de color pana, chaqueta de paño negro igual que el chaleco, de cuyo primer ojal salía una  cadena de oro que sujetaba un reloj que guardaba en un bolsillo pequeño, en el mismo en que solía meter dos dedos de la mano izquierda cuando caminaba como si colgara la mano para descansar, calzaba botas con tacón cubano y un sombrero cordobés de ala ancha también de color negro con una cinta marrón que sujetaba una enorme pluma de gallo de tonos vistosos, sin duda la pluma de la cola del gallo más bonito  de los que cantaban al amanecer en los alrededores. Aquella pluma le otorgaba una singularidad que no hubiera conseguido por mucho que llevara bastón, tacón y reloj de oro de bolsillo, y es el elemento fundamental que lo sitúa en la memoria de los que alguna vez se cruzaron en su camino.
No estaría completo el retrato sin ella, y con toda seguridad podemos decir que él no estaba completo sin ella, daban la impresión de ser una pareja de verdad, lo que no tenía el uno lo tenía el otro, si él derrochaba autoridad y presencia, ella humildad y prudencia; si él miraba con seriedad, ella sonreía a todo el mundo, si él llevaba en la cabeza sombrero y pluma, ella llevaba un clavel tieso pinchado en el moño y una peineta clavada en el pelo tirante. Porque esto no es una competición de señas de identidad, pero si lo fuera ella podía ganar en tipismo, aunque él se llevaría el premio a la originalidad por lo de la pluma. A la mujer no le faltaba ni un solo detalle: Falda de volantes, delantal, cesta, pendientes largos, moño, mantón, clavel y peineta. Y andaba siempre unos pasos por detrás de él, eso que no se nos olvide.
Pero a pesar de todo lo explicado cabe una duda: ¿Quién mandaba? a todas luces se veía que él era el patriarca, el que velaba por el cumplimiento de las normas ancestrales, a quién tenían que rendir cuentas todos los miembros del grupo y el que impartía justicia. Pero en su casa: ¿Sabemos a ciencia cierta quien mandaba en su casa? Pues no. No lo sabemos y vamos a tener que analizar algunos hechos que ocurrieron       para averiguarlo.
Aunque casi todos los habíamos visto por la calle nunca hubiéramos imaginado tenerlos allí en la oficina, por eso cuando entraron aquella mañana las miradas de los que allí nos encontrábamos no pudieron apartarse de ellos ni un momento, no les hacía falta un nombre ni un carnet de identidad, eran únicos, ya estaban totalmente definidos, calificados e identificados. Venían a solicitar el subsidio por invalidez provisional para el hombre, los atendió la compañera que llevaba esa prestación y cuando salieron por la puerta todos nos arremolinamos a su alrededor y  nos informó cumplidamente saciando nuestra curiosidad: El hombre era tratante de ganado y había sufrido un infarto, había terminado el tiempo previsto para la baja y los médicos le aconsejaban no trabajar más y venía a ver que tenía que hacer, ella le había rellenado la solicitud y había iniciado el trámite, lo único que le había resultado extraño es que cuando le preguntó a él que por donde quería cobrar, la que había contestado había sido ella: “Por la Caja de Ahorros”, había dicho la señora.
El expediente se resolvió sin incidencias y se ordenó el pago en pocos días. Pasados un par de meses se presentó un día el hombre solo, nos resultó raro verlo sin la compañía de su mujer, se dirigió a la funcionaria que lo atendió la otra vez y muy respetuoso le dijo que no quería cobrar más por la Caja de Ahorros que si se lo podían cambiar a la Caja Rural, ella le facilitó un impreso de cambio de entidad pagadora que él firmó y se fue tan contento. Se cambió la orden n nnn ,   y a fin de mes ya estaba el pago donde él quería.
En los primeros días del mes siguiente aparecieron los dos por la oficina, nos extrañó verlos otra vez, pero allí estaban: ella con las acelgas saliendo del cesto por un lado y él con sus dos dedos en el bolsillo del chaleco, ¿A que venia tanta visita? ¿Se habría convertido en costumbre, o es que creían que era obligatorio venir para poder cobrar?, la compañera inocentemente les dijo que no hacía falta que vinieran, que la paga iba a ir todos los meses sin problemas. Esta vez fue la mujer la que se adelantó diciendo: “Señorita como no vamos a venir si no nos quieren pagar en la Caja de Ahorros”. Al oír eso el hombre se puso muy serio, debió de recordar que había sido él mismo el que lo había cambiado y se le había olvidado completamente. Con la punta del bastón le dio un golpecito en el hombro a la mujer y sin hablar, con un simple movimiento de cabeza, le indicó la salida, mientras se dirigía hacia la puerta. Él no quería seguir allí, sin duda no deseaba que la mujer supiera porqué se había producido el cambio, pero la funcionaria diligente se apresuró a explicarle: “Es que vino su marido y nos dijo que quería cobrar en la Caja Rural”. La señora lo comprendió todo y aprovechando que él no la oía dijo muy bajo: “Para ir a cobrar solo y no darme nada para la casa, para eso lo hizo, pero como estaría borracho cuando vino, se le ha olvidado”. No contenta con la explicación, conforme se iba, volvía la cara mirando al tendido y hacía un gesto con la cabeza levantando las cejas mientras se señalaba la boca con el dedo pulgar moviendo la mano de atrás hacia adelante con mucho ritmo, simulando beber de una bota.
Y no se acabó la historia, aún habría más visitas. Pasó aquel mes y en los primeros días del siguiente volvió el hombre solo, más serio, si cabe, que las veces anteriores, se acercó a la funcionaria y le dijo: “Quiero que me pongan la paga en la Caja Postal”. Ella cansada ya de tanto cambio le dijo que no podía ser, que ya se le habían hecho dos cambios y que no se podía estar todos los meses cambiando de un banco a otro. No le gustó al hombre nada aquello y echando el cuerpo hacia atrás y balanceándose de un lado a otro se abrió la chaqueta para mostrarnos lo que llevaba enganchado en el cinturón, que no era otra cosa que una pistola negra y grande que nos dejó a todos estupefactos, a la vez que comprendimos que el lenguaje de las armas es realmente eficaz; como nos demostró la compañera que, después de respirar hondo sacó los impresos,los rellenó, le pidió que los firmara y se despidió de él amablemente mientras le decía que al mes siguiente cobraría en la Caja Postal o donde él quisiera ¡faltaría más!
La visita siguiente le tocaba venir con la mujer y así lo hizo, tenían que enterarse donde estaba el dinero, pero esta fue la última vez, de alguna manera aquella señora le hizo entrar en razón, o quizás él comprendió que era inútil tratar de despistarla porque al final, como se le olvidaba lo que hacía, se veía obligado a ir a cobrar con ella y con todo su golpe de autoridad rodando por los suelos.