Las niñas de apenas siete
años se arremolinan en la calle en la puerta de su colegio. Las han traído sus
padres después de vestirlas con vaporosos vestidos largos blancos, todos
iguales, como si fueran pequeñas novias. Las niñas van encantadas, les han
dicho sus padres que este va a ser el día más feliz de su vida, y que van a
recibir muchos regalos, que van a tener una fiesta muy bonita que durará todo
el día: por la mañana un desayuno con amistades de sus padres y de sus hermanos
y después una comida familiar en casa de sus abuelos que viven en el campo, a la
que asistirán los amigos de los hermanos y alguna amiga suya que va a otro
colegio, porque las compañeras de su clase no pueden ir, ellas también hacen
la primera comunión ese día y tendrán sus propios festejos.
También, les han dicho en el colegio algunas
cosas de ser buenas y de que es un día importantísimo porque van a recibir al
Señor, ¡ay el Señor! Qué cosa más difícil de comprender, pero las niñas son muy
chicas y no se plantean ninguna duda, no lo vas a ver, pero es el mismísimo
Dios el que vas a recibir en tu cuerpo. Para eso hay que prepararse muy bien,
las niñas buenas esto, las niñas buenas lo otro… Vale, muy bien, serán muy
buenas, pero ¿y si el vestido heredado de la hermana no está tan blanco porque
lleva tres años guardado en un baúl? Por mucho que lo limpien en la tintorería,
no se consigue la prestancia de la tela nueva, pero no es cuestión de comprar otro, eso es un despilfarro. Ya se verá, a lo peor a ella la ponen en la
última fila por culpa del vestido que no es todo lo blanco que debiera
ser ¿cómo va a ser un día feliz con un traje pasado? Además su amiga, compañera
y vecina, anda presumiendo de que ella tiene dos vestidos: el que llevaron sus
hermanas, que son tres, y uno que le han comprado a ella nuevo. A la preocupación de la antigüedad del vestido, se une una nueva zozobra: han anunciado en el colegio que
la fecha del evento será el día Uno de Junio ¡lo que faltaba! ¿Cuándo se ha
visto una Primera Comunión fuera del mes de mayo? A este paso va a ser difícil que sea el día
más feliz de su vida, hay serias dudas
sobre esos augurios de felicidad.
Y la preparación continúa
en el colegio, hay que aprenderse una
oración que dirán todas las niñas juntas en el altar al principio de la
ceremonia, una tremenda composición poética llena de palabras raras, que no se sabe ni qué quieren
decir, es inexplicable que las otras niñas se la aprendan ¡con lo difícil que
es aprenderse las cosas cuando no se entienden! En ella se cumple el principio universal que afecta a muchas personas: “Lo
que no se comprende, no se aprende”, exceptuando,claro está, el caso de los lo papagayos
Como ruido de fondo un
coro infantil repite una y otra vez los versos extraños: “¡Detesto a Satanás a
sus pompas y a sus obras…! ¡Detesto a Satanás a sus pompas y a sus obras…! Mientras un ejército de luminosas pompas de jabon bailan por la cabeza de la niña que
no puede aprender lo que no comprende.
Amanece nublado el día Uno
de Junio, era de suponer, si fuera mayo seguro que haría sol. No obstante las
niñas llegan alegres a la puerta del colegio, las monjas se afanan en poner
orden, y organizan una comitiva en dos filas que pilla toda la calle para acudir a la iglesia donde
se oficiará la ceremonia. El tema del vestido se ha solucionado, la mayoría de
las niñas lo llevan igualmente blanco-antiguo, concretamente todas las que
tienen hermanas mayores, la razón económica se impone, primera lección aprendida en un
día especial.
Pero lo peor está por venir, las niñas han subido al altar mayor y las han colocado en semicírculo, el coro de las mayores canta canciones en latín, lo mejor para no entender nada, los oficiantes, el arzobispo y dos curas más, inician la ceremonia, la monja directora ha indicado a las niñas que reciten la oración aprendida, y ellas como una sola voz declaman: “¡Detesto a Satanás a sus pompas y a sus obras…!” ¿Todas las niñas
recitan?, no, algunas solo mueven los labios como si hablaran, pero no dicen
nada, son las que no se la han podido aprender; pero hay una que no se calla,
no puede, para ella es difícil estar callada, con toda la naturalidad está
rezando su propia versión, la que a ella le sale de dentro: “¡Me cago en Satanás,
en su padre y en su madre…! y se ha quedado tan contenta.
Pero su tranquilidad
desaparecerá por completo cuando su amiga, compañera y vecina, que lo ha oído,
le ha dicho muy escandalizada: ¿Pero qué has hecho? ¡Has dicho palabrotas en
el altar! ¡Eso es un sacrilegio! ¡Si te mueres hoy, vas al infierno!
En principio se ha asustado, pero con las emociones de la
jornada se ha olvidado de la amenaza. Afortunadamente a pesar de todos sus temores ha sido un día muy divertido, todo
ha salido bien. Pero conforme va cayendo la tarde la preocupación por su
condición de pecadora va adueñándose de su ánimo. Ha salido a dar un paseo con
su padre para lucir por última vez su traje de novia chica, y por la seguridad
que le infunde la mano que la lleva le ha contado sus temores. La respuesta de
su padre ha sido la habitual, se ha reído
con todas sus ganas, y la ha
tranquilizado con toda la naturalidad del mundo:
-No te tienes que
preocupar porque “Cagar” es mucho más sano y mejor que “Detestar”, así que el
pecado será el de las otras niñas, o de quién les haya enseñado esa oración tan
fea.
Para completar y hacer más
comprensible la gran lección del día, el padre le ha enseñado el refrán popular
que iguala a todos los hombres y mujeres, que en el mundo han sido, son y serán, desde la base del funcionamiento de su organismo:
“En este mundo traidor nadie sin cagar se
escapa, caga el rey, caga la reina, el arzobispo y el papa”
Gracias papá.
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