10 DE DICIEMBRE
El 10 de diciembre de 1998 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura a José Saramago.
Tuve el honor de asistir en directo a la ceremonia de entrega de dicho premio gracias a mis amigos Pilar y José que, con su invitación, me hicieron vivir unos de los momentos más memorables de mi vida.
Reproduzco las palabras que dijo el escritor en el brindis de la cena, aprovechando la ocasión para conmemorar el Cincuenta Aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, que se celebraba ese mismo día Diez de Diciembre.
Hoy, después de quince años, podemos decir
que las palabras de buena voluntad del escritor se perdieron en el aire, que sus peores premoniciones se han cumplido y, que
en sesenta y cinco años, la Declaración de Derechos Humanos firmada por los representantes
de los Gobiernos a bombo y platillo, aparte de para lucimiento de aquellos, no
ha servido para nada. Estamos peor todavía.
BRINDIS
(Estocolmo, 10 de diciembre de 1998)
Se cumplen exactamente 50 años de la firma
de la Declaración de los Derechos Humanos. No han faltado conmemoraciones de
esta efeméride. Sabiéndose, sin embargo, cómo la atención se cansa cuando las
circunstancias le piden que se ocupe de asuntos serios, no es arriesgado prever
que el interés público por este asunto comience a disminuir a partir de mañana
mismo. Nada tengo contra estos actos conmemorativos, yo mismo he contribuido a
ellos, modestamente, con algunas palabras. Y puesto que la fecha lo pide y la
ocasión no lo desaconseja, permítaseme que diga aquí unas cuantas más. Este
medio siglo no parece que los gobiernos hayan hecho por los derechos humanos
todo aquello a lo que moralmente estaban obligados. Las injusticias se
multiplican, las desigualdades se agravan, la ignorancia crece, la miseria se
expande. La misma esquizofrénica Humanidad, capaz de enviar instrumentos a un
planeta para estudiar la composición de sus rocas, asiste indiferente a la
muerte de millones de personas a causa del hambre. Se llega más fácilmente a
Marte que a nuestro propio semejante.
Alguien no está cumpliendo con su deber.
No lo están cumpliendo los gobiernos, porque no saben, porque no pueden, o
porque no quieren. O porque no se lo permiten aquéllos que efectivamente
gobiernan el mundo, las multinacionales y plurinacionales cuyo poder,
absolutamente no democrático, ha reducido a casi nada lo que todavía quedaba
del ideal de la democracia. Pero tampoco estamos cumpliendo con nuestro deber
los ciudadanos que somos. Pensemos que ninguno de los derechos humanos podría
subsistir sin la simetría de los deberes que les corresponden, y no es de
esperar que los gobiernos realicen en los próximos 50 años lo que no hicieron
en éstos que conmemoramos. Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la
palabra. Con la misma vehemencia con que reivindicamos los derechos,
reivindiquemos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo pueda
ser un poco mejor.
No olvido los agradecimientos. En
Francfort, el día 8 de octubre, las primeras palabras que pronuncié fueron para
agradecer a la Academia Sueca la concesión del Premio Nobel de Literatura. Di
las gracias también a mis editores, a mis traductores y a mis lectores. A todos
les vuelvo a dar las gracias. Y ahora también a los escritores portugueses y de
lengua portuguesa, a los del pasado y a los de hoy; por ellos nuestras literaturas
existen, yo soy sólo uno más que se les vino a unir. Dije aquel día que no nací
para esto, pero esto me fue dado. Gracias, por tanto.
Con perspectiva, con cultura y excelente criterio, la gente sabia nos hacéis ver a qué nos enfrentamos. Gracias, Coco.
ResponderEliminarQué más quisiera yo que no fuera así.
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