EL COLLAR
Solo
tenían en común su afición a las barras de los bares y lo que en ellas se
consume, por eso, demasiadas veces, cuando salían de la oficina al mediodía se
metían en el primer bar que se encontraban y al pasar dos o tres horas, había
días que no conocían ni el camino a sus casas. Los otros compañeros se
excusaban y no porque fueran abstemios, sino por que el ritmo que ellos
llevaban no lo puede aguantar un cuerpo humano normal que madruga y trabaja
ocho horas diarias. Pero ellos sí aguantaban, tenían habilidad para economizar
fuerzas a base de trabajar poquito, esa era una “virtud”, que también
compartían.
No
eran buenos amigos, solo compañeros, de hecho, ninguno de los dos estaba
adornado por las cualidades necesarias para llevar adelante una amistad, bien
es verdad que los motivos de dicha incapacidad eran diferentes. Uno, el mayor,
no podía ser amigo de nadie, simplemente porque no era muy bueno, había tenido
la mala suerte de nacer con el defecto de la envidia y eso entraña serias
dificultades para generar amor al prójimo. El otro, el más joven, por decirlo
finamente, era poco inteligente y además era una de esas personas cuyo egoísmo
los deja fuera de juego para cumplir lo que la práctica de una amistad requiere
para su conservación. En pocas palabras ambos eran seres oscuros, uno más malo
que el otro, y a su vez, el otro más tonto que el uno.
A
punto de finalizar la primavera, uno de esos días en los que ya el calor se
empieza a notar con fuerza y la ropa estorba, cuando lo que apetece es
refrescarse por dentro y por fuera, la mala fortuna no quiso, o no pudo, evitar
el encuentro en la puerta de la oficina al acabar la jornada, y después de los
comentarios de rigor sobre el buen tiempo , acordaron que lo que les vendría
mejor en aquel momento sería tomarse una cerveza fresquita en el bar de al
lado.
Y
allí estaban los dos en la barra del bar con su vaso en la mano hablando de
unas cosas y otras, pasando de la cerveza a los vinos y de los vinos a las
copas y de las copas a más copas. La conversación del mas viejo siempre era
igual, con copas o sin copas sus temas siempre eran los mismos: cotilleos sobre
la gente de la oficina y difusión de rumores diversos; lo que no sabia se lo
inventaba, eso sí, adornando siempre la plática con chascarrillos ingeniosos y
oportunos que lo convertían en un buen tertuliano a pesar de lo malicioso que
era, eso es lo que tiene estar siempre en los bares, que se aprende mucho y se
desarrollan las habilidades necesarias para mantener la atención de los presentes.
El más joven no tenía apenas conversación, se limitaba a asentir y reír las
gracias de su compañero, y si en algún momento hablaba, lo hacía sobre sí mismo
como todos los simples, lo mal que se portaba con él el resto del mundo y la
mala suerte que tenía, hasta que el alcohol empezaba a hacer sus efectos,
entonces ya si hablaba y contaba intimidades que el otro archivaba para
difundirlas a las primeras de cambio.Aquel día la borrachera fue traicionera,
se tornó llorona y estuvo toda la tarde lamentándose por los malos ratos que le
hacía pasar determinada compañera de la que andaba enamorado y no le hacía
caso. La verdad es que ella coqueteaba con él con el fin de que le hiciera el
trabajo, y si el trabajo se lo hacía otro más guapo pues coqueteaba con el guapo.
Y el pobre sufría como un quinceañero cuando ya andaba por los cuarenta. Una
pena.
Cuando
quisieron acordar, eran las seis de la tarde. Con ayuda de los vapores del
alcohol y de las lágrimas se le habían pasado las horas sin darse cuenta y con
toda la prisa que sus entorpecidas piernas le permitían enfilaron la calle
principal con dirección a sus casas.
Pero
el peligro de aquel día aún estaba por llegar. Al pasar por la joyería de un
conocido de ambos, el mayor, con toda la mala idea que lo caracterizaba le
sugirió que comprara un regalo a la compañera para demostrarle su amor,
asegurándole que regalar una joya a una mujer era garantía de éxito. Entraron y
el infeliz compró un discreto collar de perlas, que por ser quien era se lo
dejaron a buen precio, quedando en pasar al día siguiente a pagarlo.
Siguieron
calle abajo, contentos con la idea que habían tenido y haciendo acopio de su
imaginación para inventar las excusas que presentarían a sus esposas por la
tardanza, cuando de repente vieron precisamente a una de ellas. Era mujer del
enamorado que se acercaba a ellos subiendo por la calle con pasos ligeros y con
cara de pocos amigos. Como por encanto se disipó la borrachera, reaccionaron y
con precipitación y disimulo metieron el paquete del collar en el bolsillo de
la chaqueta del mayor, por el momento la sangre les dio una tregua y una vez
liberada de la congelación que acababa de sufrir, volvió a circular por el
cuerpo.
Tras
los saludos de cortesía se separaron y uno dando explicaciones y el otro
preparando las suyas se fueron a sus casas a descansar. Lo que pasó entre los
dos matrimonios aquella tarde solo ellos lo conocen, pertenece al sagrado
ámbito de la intimidad familiar, lo que sí es conocido es que las chaquetas que
llevaban se colgaron cada una en su armario dispuestas a descansar durante una
temporada. El calor de aquella tarde marcaba el principio del verano y ya no se
las iba a necesitar.
No
volvieron a recordar nada de aquella tarde ninguno de los dos. Una vez inmersos
en el verano las rutinas se cambian, no es apetecible tomar copas a las tres de
la tarde del mes de julio , lo que gusta es ir a casa a la hora de comer para
poder dormir la siesta, hacer oscura la tarde y salir al anochecer para
disfrutar del aire fresco que durante el día se ha añorado tanto, procurando
así hacer mas llevadera la espera de las vacaciones, en las que todo nuestro
universo cambia y cada uno disfruta de sus días como puede, olvidando por una
temporada la rutina del resto del año.
El
prudente joyero no dio señales de vida hasta bien entrado el mes de octubre,
una tarde esperó a Romeo y le recordó que le debía el collar, él no se acordaba
de nada y negó tal deuda, el hombre le explicó que una tarde del mes de junio
pasó por allí con su amigo y que le compraron un collar de perlas para hacer un
regalo. Haciendo un esfuerzo mental empezó a recomponer la historia de aquel
día y cuando llegó a la escena de la joyería se le cortó la respiración. Aquel
hombre tenía razón, le pidió disculpas y le dio unas cuantas explicaciones como
pudo, prometiéndole que al día siguiente lo devolvería, que no había hecho el
regalo y lo conservaba empaquetado tal y como se lo llevó, que lo dejó olvidado
en el bolsillo de la chaqueta, que era fácil comprobar que nadie había lucido
la joya y que, por favor, aceptara la propuesta porque no podía pagarlo. Ha
quedado dicho anteriormente que el joyero era prudente, por lo que es fácil
advertir que una vez analizada la situación aceptó la propuesta por aquello de
que mas vale pájaro en mano que ciento volando. Si se han puesto el collar
mejor para ellos, mejor eso que perderlo.
Llegó
más temprano que de costumbre a la oficina, para qué seguir en la cama si no
había pegado ojo en toda la noche, y se fue rápido en busca de su amigo para contarle
lo que había pasado el día anterior con el dueño de la joyería, y para decirle
que le trajera el collar por la tarde, que quería devolverlo cuanto antes.
-Eso
es imposible, por que se lo he regalado a mi mujer. Lo encontró en mi chaqueta
de entretiempo cuando la sacó para limpiarla, y le tuve que decir que era para
ella y que se me había olvidado dárselo cuando lo compré. Tuvimos una discusión
y me recordó que eso me pasaba por beber tanto, pero como era un regalo muy
bonito; al final se lo puso y la cosa terminó bien.
-Pues
ve a la joyería y lo pagas.
-¿Yo?,
yo no he comprado nada en esa joyería, si quieres llamo a tu mujer y le digo
que quieres que pague el collar que le compraste tú a tu novia.
El
pobre no daba crédito a lo que estaba oyendo, discutió hasta el cansancio y el
otro sinvergüenza no paraba de reírse, provocando cada vez más su
desesperación; al final comprendió que había perdido la batalla y se fue a su
despacho jurándole que no le hablaría más en la vida, que le iba a dar una
paliza, y que se iba a acordar de él porque más tarde o más temprano se
vengaría.
Como
sabía que tenía que pagar el collar, pasó la jornada tratando de inventar la
forma de hacerlo sin que se notara mucho el recorte en el sueldo, al final tuvo
una idea que por lo menos a él le pareció luminosa. Pidiéndole la máxima
discreción al joyero le contó lo que le había pasado con su amigo, negoció un
buen precio para otro collar, firmó letras como para escribir esta historia y
se fue a su casa con un regalo sorpresa para su esposa, que lo recibió
emocionada.
¿Por
donde llegó la venganza?, eso no lo sabemos; seguramente por parte del joven
nunca la hubo, su falta de carácter, su miedo y su desconfianza de sí mismo,
unidos a la ausencia total de imaginación y creatividad se lo impidieron, pero
con sus ganas se quedó. Es más, no tardaron mucho tiempo en volver a las
andadas, no es tan fácil encontrar un buen compañero para las borracheras.
Lo
que si se sabe es que transcurrido el tiempo el episodio se hizo público, de
eso doy fe porque lo estoy contando. Se desconoce cómo salió a la luz. Pudo ser
el joyero ¿Por qué no?, aunque ya hemos dejado claro que era un hombre discreto
y no es conveniente perder clientes que compran collares de dos en dos. También
pudo ser la pretendida novia, que al no ser beneficiaria del precioso regalo lo
contara a sus amigas, y ya se sabe lo que pasa en esos casos, que no se lo
digas a nadie pero sé de buena tinta….
Pero
lo más probable, conociéndolos como los hemos conocido, es que en la barra de
un bar, una tarde de primavera, se lo recordara el uno al otro cuando ya
llevaban unas cuantas copas de más. Y una historia como ésta, un camarero
gracioso o un parroquiano avispado, no tarda ni cinco minutos en lanzarla a los
cuatro vientos.
Y
un viento caliente de otoño hasta aquí la ha traído.
Me gusta lo que cuentas y cómo lo cuentas, así que desde aquí te animo a seguir por esa senda...y recopilar algún dia estos relatos cortos, yo se de quien encantado ilustraría el libro. Anda que no!
ResponderEliminarAmén
ResponderEliminarEs que dan ganas de seguir leyendo las explicaciones estas que das.. me ha gustado mucho!
ResponderEliminarAunque hay que enterarse de la venganza eh! que pica la curiosidad ;)
es que las "cervezillas" de después de la oficina tienen un peligro... hay que tenerlos bien puestos para no quedarte tieso, entre las tapas y lo otro, como te quedes cinco minutos más de la cuenta, empiezas con el gin tonic fresquito.... y pake keremos más... acabas a las tantas y con un cebollon de cuidao... uff KE PELIGRO...
ResponderEliminarMe gustan tus cuentecicos, Coco. Ay, si más de una y más de dos tuvieran ese instinto para relatar cosas... Lo seguimos comentando por chat. Besos.
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