sábado, 12 de diciembre de 2009

El Apache





EL APACHE


  Desde que entró por la puerta nos llamó la atención su aspecto, pero me equivoqué al otorgarle el calificativo de "Apache", no lo era y, sin embargo, siempre que nos hemos referido a él lo hemos hecho con ese nombre. Tratando de subsanar el error, escribo este relato para poder nombrar en adelante a nuestro protagonista con la propiedad que se merece, al mismo tiempo que comparto una historia singular con las personas que amablemente dediquen un poco de tiempo a leerlo.

  Era un hombre de pequeña estatura y muy delgado, con el pelo negro, brillante, peinado con la raya al lado y un pequeño "tupé" muy trabajado en la frente. En su cara, muy blanca, destacaban unas patillas finas y largas que hacían un dibujo tan elaborado como el símbolo de la Libra Esterlina; y no eran los únicos adornos capilares que tenía en la cara, estaban acompañadas por un bigote a lo Clark Gable y unas cejas arqueadas y bien perfiladas.

  Muy limpio y con olor a perfume, su extravagante indumentaria lo trasladaba a otra época que en aquel momento no supimos definir. Su pantalón estrecho y negro le llegaba justo al filo de unos botines de punta fina que se cerraban en el tobillo con una hebilla plateada, (no es necesario decir que brillaban como espejos). Se abrigaba con un gabán entallado y corto con dibujo de pata de gallo en blanco y negro, cada pata de gallo era de tamaño natural, es decir, eran tan grandes como las huellas que un pollo deja en el barro del corral. Culminaba su atuendo con un gracioso pañuelito rojo atado al cuello. Más adelante llegamos a la conclusión de que parecía escapado de un cartel de Toulouse Lautrec, asignándole con ello un lugar en el tiempo, pero no era ese tiempo el suyo y seguía sin ser un "Apache", aunque nosotros lo llamáramos así.

  La confusión surgía de nuestra propia ignorancia. Él era atípico, y nosotros conocíamos algo de aquellos golfos de los arrabales parisinos que, a principios del siglo XX,  habían hecho famosos los periodistas al publicar sus fechorías en los periódicos, adornando los artículos con dibujos o fotografías en los que aparecían unos jóvenes con un pañuelo rojo al cuello y con los zapatos muy limpios, apostados en las esquinas esperando a los transeúntes para robarles, o formando tumultuosas peleas entre ellos. Esos eran Los Apaches y no nuestro hombre: injustamente lo habíamos etiquetado en función de su atuendo y eso es algo que normalmente induce a errores.

  El hombre, educado y respetuoso, se dirigió a mi con un "Señoguita pog favog", por lo que deduje que era francés, demasiadas coincidencias para no equivocarse. Pero cuando comenzó a contarnos su problema se fueron aclarando las cosas; en su pasaporte estaba escrito que había nacido en Tarragona; que había viajado mucho se podía comprobar por la cantidad de sellos que tenía el documento. Se daba la circunstancia de que tenia frenillo y una mezcla de acentos que imposibilitaba la identificación de su procedencia a través del lenguaje.

  También mostró un carné de identidad más que caducado, en el que figuraba la palabra “Artista” en el lugar reservado para la profesión del titular. Para calmar mi curiosidad no tuve más remedio que preguntarle que en qué consistía su actividad artística, a lo que me respondió con mucha seriedad que era “tanguero”. De ahí venía todo, del oficio. Lo habíamos relacionado con las portadas de los discos de tangos de la Voz de su Amo y con los carteles que aparecían en las colecciones encuadernadas de la antigua revista “Blanco y Negro” que había en nuestras casas, en las que aparecían imágenes de los cantantes ataviados con el mismo estilo que nuestro cliente.

  Era cantante y bailarín de tangos. En los primeros años de la década de 1910 habían vuelto a Argentina y Uruguay, procedentes de París, los emigrantes que no habían tenido suerte en Europa y con ellos llegaba también una tropa de golfos y hampones que trajeron el estilo “apache” a los barrios bajos de Buenos Aires y Montevideo, y rápidamente, igual que había pasado en Francia, los periódicos comenzaron a contar sus aventuras. Pronto se puso de moda lo que se llamó el “Tango Apache”, y grupos de cantantes, como los “Apaches Uruguayos” o los “Apaches Argentinos”, llegaron a las más altas cotas de popularidad. Cincuenta años después nuestro amigo cultivaba precisamente ese estilo musical, algo que imprime carácter, por lo que no es de extrañar que eligiera su atuendo en concordancia.

  De haber sido objetivos podíamos haberle llamado el “Tanguero” o el “Artista”, o podíamos habernos referido a él por su nombre y apellidos, que hubiera sido lo correcto, pero eso es lo que hacíamos con todo el mundo y él era tan peculiar que fue imposible, se quedó con el “Apache” hasta el día de hoy. Y mucho me temo que así se va a seguir llamando, porque analizadas las características del personaje y habiendo estudiado a fondo las connotaciones del apelativo, llegamos a la conclusión de que es exactamente el nombre que define y califica a nuestro protagonista, no por ser delincuente, sino como nombre artístico.

  Me dijo que vivía en Paris desde hacía veinte años, y que el último sitio donde trabajó en España fue en Granada, donde tuvo un accidente por el que le reconocieron una pensión de incapacidad. La cobró durante un tiempo, pero se fue a Francia y ya no volvió a percibir nada. Aquello era extraño y ante mis preguntas sobre el motivo por el cual no había solicitado que se le enviara la paga al país de residencia, me explicó que había tomado la decisión de partir un poco precipitadamente y no le había dado tiempo. Había venido de vacaciones y quería aprovechar el viaje para tratar de averiguar si estaba perdido el derecho para siempre. Le pedimos que nos diera tiempo para localizar su expediente (no era una tarea fácil debido al tiempo que había transcurrido, pero no era imposible) y le invitamos a que renovara el Carné de Identidad. Era la forma de rehabilitar la pensión con suficientes garantías de que se trataba de la misma persona, ya se encargarían en la Comisaría de verificar la personalidad con sus propios métodos.

  Como es lógico, hay documentos fundamentales que no pueden ser objeto de expurgo y por mucho tiempo que haya pasado se encuentran siempre los antecedentes: en aquellos años se abría una ficha a nombre de los usuarios que solicitaban cualquier prestación y en ella se indicaba la clase de prestación y el número de expediente, anotando en la misma ficha todas las solicitudes que se presentaran a lo largo de su vida. Esos ficheros se informatizaron totalmente y hoy día se trabaja con más comodidad, pero entonces tardé un buen rato en localizar la ficha de mi “Apache”. Cuando la encontré sentí verdadera alegría al comprobar que efectivamente existía un expediente de incapacidad de aquel hombre. Ya podía bajar al sótano a buscarlo y rehabilitar su pensión, satisface resolver estos casos que se salen de la rutina y es agradable solucionar problemas, aunque no se conozca de nada a la persona.

        Bolígrafo y papel en mano me dispuse a tomar nota del número de expediente, y observé algo que me perturbó: había dos expedientes anotados, uno era el de incapacidad y el otro ¡era de viudedad! ¿Quién había solicitado aquello?  Según la anotación lo había hecho “su viuda”, y sin duda el fallecido era él. Tenía por delante un autentico problema: cuando menos el “Apache” era un estafador, era la primera vez que me encontraba ante un caso así, aquello me alteraba, lo comenté con mi compañero y decidimos bajar al archivo a buscar los expedientes para tratar de ver algo de luz en aquella trama, pensando que tendríamos que dar cuenta a la Asesoría Jurídica para que se actuara en consecuencia.   

  Fuimos al archivo como dos policías, tensos y con la determinación de descubrir el hilo del que íbamos a tirar para aclarar el embrollo. Un hombre que se presenta para reclamar su dinero y que en nuestros papeles figura como fallecido y causante de una pensión de viudedad, un asunto tan emocionante despierta el interés y aviva la imaginación, tanto que en nuestras cabezas alborotadas el pobre “Apache” solo tenía dos destinos posibles: o estaba muerto o iba a la cárcel por impostor.

  Pero, por el momento, ninguno de los dos destinos era el suyo, la cosa era más rara todavía. En primer lugar, el hombre no estaba muerto, aunque es posible que sï se hubiera ido de “parranda”. Y en segundo lugar, tampoco era un delincuente, al menos no por este asunto. Quedó demostrado que él era él y que estaba vivo.

  El estrés de los investigadores pronto se disolvió pues en el estudio del expediente descubrimos que la prestación de viudedad nunca se resolvió, simplemente se decretó el archivo de la solicitud por no haber aportado documentos imprescindibles. ¿Cómo se le va a reconocer una pensión de viudedad a una señora que no trae la partida de defunción del marido?

  Contenía aquel expediente documentos muy interesantes. A partir de una denuncia por desaparición la señora había iniciado ante el juzgado un expediente de declaración de ausencia, con  la intención de obtener una sentencia judicial que lo declarase fallecido. Por causas que no supimos, el juez nunca había dictado la sentencia esperada, puede ser que no estuviese claro el asunto. En la demanda la mujer explicaba que tenían graves problemas de convivencia y que un día el hombre salió y no volvió más.

  Nuestra curiosidad había quedado satisfecha. A partir de ahí la resolución del asunto era fácil, solo quedaban algunas comprobaciones y pronto estaría todo solucionado. No obstante, esperábamos el momento en que el hombre se presentara con preocupación, a ver cómo se lo tomaba. Nunca se sabe cómo va a reaccionar una persona al enterarse de que lo han intentado dar por muerto para disponer de sus bienes.

  No se lo tomó demasiado mal, algo debía de saber aunque se hizo de nuevas. Nos dijo que era incomprensible, que él se había ido pero que nunca había ocultado su paradero, que eso había sido un intento de estafa por parte de su mujer y que por eso no había prosperado.

  Exageramos al contarle lo que ella había alegado en la denuncia, adornamos el asunto con algún dato de nuestra cosecha, le contamos lo de la relación tormentosa y que después de una pelea había salido a comprar tabaco y no había vuelto jamás. Al oír esto puso cara de asombro y abriendo mucho los ojos dijo:

  -“¿Relación tormentosa?” ¡Eso es falso!, tuvimos un disgustillo sin importancia nada más.
  ¡Disgustillo sin importancia y se había quitado de en medio durante más de veinte años!

  A partir de ahí todo fue muy fácil: renovada su documentación como procedía, se rehabilitó la pensión actualizándola al valor del momento, lo que causó gran alegría al hombre que no se lo esperaba, y la seguridad que le daba una pensión digna para toda la vida le hizo olvidar la actuación de la que fue su esposa que, aunque de forma indolora, había intentado “enterrarlo” en vida.

        Su relación con nosotros se volvió más amistosa, el hombre estirado de las primeras visitas dio paso a una persona jovial que con simpatía insistió en que nos tomáramos un café con él, y en la cafetería de al lado tuvimos un desayuno de anécdotas, mujeres y tangos, que nos proporcionaron una placentera digestión de cultura tanguista que nos ha sido muy útil en la vida.

      Unos días después vino a despedirse porque volvía a París. Nos dio una caja con envoltura elegante a cada uno, que en principio aceptamos creyendo que eran bombones, pero cuando las abrimos vimos que eran dos colecciones de monedas conmemorativas del bicentenario de la Revolución Francesa, eso no podíamos aceptarlo porque eran demasiado valiosas. Después de explicarle que no podíamos aceptar ese regalo de todas las formas posibles, conseguimos que cogiera las cajas y se las llevara, nos dijo que no lo comprendía y que se iba muy “disgustado”. Sin poder contenerme le dije:

      - ¡Pues entonces no lo vemos por aquí en veinte años!

  No fue así, volvió al año siguiente. Tenía un aspecto inmejorable y nos dijo que estaba muy tranquilo y feliz. Seguía con sus agradecimientos, dijo que nadie se había preocupado por él como nosotros en su vida, que mientras pudiera volvería a saludarnos en sus vacaciones y que todavía se acordaba del mal rato que se llevó cuando no le aceptamos el regalo el año anterior. Me preguntó que si le aceptaría un bote de colonia, le dije que sí, que eso no tenía importancia: tenía que haberlo pensado mejor conociendo su tendencia a la exageración, porque sacó de su bolsa un bote de litro de “Chanel nº 5”, ¡de litro! Veinte años me ha durado el perfume.



domingo, 6 de diciembre de 2009

SEIS DE DICIEMBRE








Hoy se ha celebrado el día de la Constitución.

En el año 1978 yo tuve mi primer hijo. Cuando este hijo tenía tres meses y medio, tal día como hoy, lo llevé conmigo a votar por la Constitución. Nos acompañó mi padre que también votó. Fuimos los tres representantes de tres generaciones diferentes a celebrar la fiesta de la democracia, cada uno como su realidad le permitía. Dos meses después mi padre murió.


Siempre recordaré ese día con especial sentimiento. Fue un gran año ese de 1978, yo estrené maternidad, mi hijo la vida y mi país democracia, y también fue el último que mi padre vivió completo. Hasta ahí yo tuve todo, los demás años a partir de ese y los que me queden, a mi me faltará algo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Por Manuel Saenz



Después de trabajar durante 47 años mi amigo Manolo se ha jubilado. Su trayectoria laboral ha sido larga, muy larga. Su familia quedó rota por la muerte de su padre cuando él tenia solo 14 años y tan pronto como alcanzó la edad mínima para trabajar comenzó a arrimar el hombro como una persona mayor.

Manolo nació en Moguer, su abuelo era maestro y se llamaba don Amable, con ese nombre y ese oficio no tenía más remedio que tener un nieto como Manolito.

Por sugerencia de Conchita, su mujer, que es también nuestra compañera y además mi amiga desde los quince años, ayer, un grupo de amigos y compañeros le organizamos una comida para celebrar su jubilación, lo hicimos de forma privada sin darle publicidad en la oficina, él así lo quería y fuimos respetuosos con sus deseos. Pero a una persona como Manolo no podíamos dejar de expresarle nuestro cariño, nuestra admiración y nuestro respeto.

Hombre de férreos principios, defensor de la justicia y la verdad hasta el agotamiento, negociador incansable, tolerante y respetuoso con las ideas de los demás, ha sido y es el idealista más confiado sobre la faz de la tierra. Cuando todos tiran la toalla, todavía él espera encontrar un punto de salvación para su idea.

A Manolo todo el mundo lo respeta, nunca ha tenido enemigos, solo oponentes. Decir su nombre es suficiente para provocar una sonrisa de ternura en la mayoría de los compañeros. Sabemos que no haber hecho pública la convocatoria de la despedida puede incomodar a algunos que les hubiera gustado asistir y no se han enterado, les pedimos perdón; pero es comprensible que después de ciertos acontecimientos desafortunados por parte de la institución Manolo no quisiera compartir nada con ella.

Agradezco a la vida haberlo puesto en mi camino y a él le pido perdón por la cantidad de veces que lo he llevado al borde de la desesperación, durante nuestros comunes desayunos, con mis planteamientos extremos, yo en realidad lo hacía para provocarlo y ver hasta donde podía llegar, siempre me ganaba porque era incombustible, yo tiraba la toalla diciendo cualquier disparate para acabar la conversación, siempre supe que él era el dueño de la razón y siempre me he sentido orgullosa de ser su amiga.

En el brindis nos dirigió una palabras de agradecimiento y se mostró orgulloso de los asistentes, como buen aficionado al flamenco dijo que estábamos allí "los cabales". Gracias Manolo por la parte que me toca, pero te tengo que devolver el adjetivo, porque si hay alguien en el mundo que es un "hombre cabal", ese eres tú.

Ahora levanto yo mi copa, aprovechando que es virtual, para brindar y desearte el mejor futuro posible para ti y para tu familia, por que podamos seguir compartiendo muchos momentos felices y por que sigas siendo el "caballero de fina estampa" que siempre has sido. Gracias por todo AMIGO.

María del Mar (Coco)

Granada, 19 de noviembre de 2009

martes, 17 de noviembre de 2009

EL COLLAR




EL COLLAR

Solo tenían en común su afición a las barras de los bares y lo que en ellas se consume, por eso, demasiadas veces, cuando salían de la oficina al mediodía se metían en el primer bar que se encontraban y al pasar dos o tres horas, había días que no conocían ni el camino a sus casas. Los otros compañeros se excusaban y no porque fueran abstemios, sino por que el ritmo que ellos llevaban no lo puede aguantar un cuerpo humano normal que madruga y trabaja ocho horas diarias. Pero ellos sí aguantaban, tenían habilidad para economizar fuerzas a base de trabajar poquito, esa era una “virtud”, que también compartían.


No eran buenos amigos, solo compañeros, de hecho, ninguno de los dos estaba adornado por las cualidades necesarias para llevar adelante una amistad, bien es verdad que los motivos de dicha incapacidad eran diferentes. Uno, el mayor, no podía ser amigo de nadie, simplemente porque no era muy bueno, había tenido la mala suerte de nacer con el defecto de la envidia y eso entraña serias dificultades para generar amor al prójimo. El otro, el más joven, por decirlo finamente, era poco inteligente y además era una de esas personas cuyo egoísmo los deja fuera de juego para cumplir lo que la práctica de una amistad requiere para su conservación. En pocas palabras ambos eran seres oscuros, uno más malo que el otro, y a su vez, el otro más tonto que el uno.


A punto de finalizar la primavera, uno de esos días en los que ya el calor se empieza a notar con fuerza y la ropa estorba, cuando lo que apetece es refrescarse por dentro y por fuera, la mala fortuna no quiso, o no pudo, evitar el encuentro en la puerta de la oficina al acabar la jornada, y después de los comentarios de rigor sobre el buen tiempo , acordaron que lo que les vendría mejor en aquel momento sería tomarse una cerveza fresquita en el bar de al lado.


Y allí estaban los dos en la barra del bar con su vaso en la mano hablando de unas cosas y otras, pasando de la cerveza a los vinos y de los vinos a las copas y de las copas a más copas. La conversación del mas viejo siempre era igual, con copas o sin copas sus temas siempre eran los mismos: cotilleos sobre la gente de la oficina y difusión de rumores diversos; lo que no sabia se lo inventaba, eso sí, adornando siempre la plática con chascarrillos ingeniosos y oportunos que lo convertían en un buen tertuliano a pesar de lo malicioso que era, eso es lo que tiene estar siempre en los bares, que se aprende mucho y se desarrollan las habilidades necesarias para mantener la atención de los presentes. El más joven no tenía apenas conversación, se limitaba a asentir y reír las gracias de su compañero, y si en algún momento hablaba, lo hacía sobre sí mismo como todos los simples, lo mal que se portaba con él el resto del mundo y la mala suerte que tenía, hasta que el alcohol empezaba a hacer sus efectos, entonces ya si hablaba y contaba intimidades que el otro archivaba para difundirlas a las primeras de cambio.Aquel día la borrachera fue traicionera, se tornó llorona y estuvo toda la tarde lamentándose por los malos ratos que le hacía pasar determinada compañera de la que andaba enamorado y no le hacía caso. La verdad es que ella coqueteaba con él con el fin de que le hiciera el trabajo, y si el trabajo se lo hacía otro más guapo pues coqueteaba con el guapo. Y el pobre sufría como un quinceañero cuando ya andaba por los cuarenta. Una pena.


Cuando quisieron acordar, eran las seis de la tarde. Con ayuda de los vapores del alcohol y de las lágrimas se le habían pasado las horas sin darse cuenta y con toda la prisa que sus entorpecidas piernas le permitían enfilaron la calle principal con dirección a sus casas.


Pero el peligro de aquel día aún estaba por llegar. Al pasar por la joyería de un conocido de ambos, el mayor, con toda la mala idea que lo caracterizaba le sugirió que comprara un regalo a la compañera para demostrarle su amor, asegurándole que regalar una joya a una mujer era garantía de éxito. Entraron y el infeliz compró un discreto collar de perlas, que por ser quien era se lo dejaron a buen precio, quedando en pasar al día siguiente a pagarlo.


Siguieron calle abajo, contentos con la idea que habían tenido y haciendo acopio de su imaginación para inventar las excusas que presentarían a sus esposas por la tardanza, cuando de repente vieron precisamente a una de ellas. Era mujer del enamorado que se acercaba a ellos subiendo por la calle con pasos ligeros y con cara de pocos amigos. Como por encanto se disipó la borrachera, reaccionaron y con precipitación y disimulo metieron el paquete del collar en el bolsillo de la chaqueta del mayor, por el momento la sangre les dio una tregua y una vez liberada de la congelación que acababa de sufrir, volvió a circular por el cuerpo.


Tras los saludos de cortesía se separaron y uno dando explicaciones y el otro preparando las suyas se fueron a sus casas a descansar. Lo que pasó entre los dos matrimonios aquella tarde solo ellos lo conocen, pertenece al sagrado ámbito de la intimidad familiar, lo que sí es conocido es que las chaquetas que llevaban se colgaron cada una en su armario dispuestas a descansar durante una temporada. El calor de aquella tarde marcaba el principio del verano y ya no se las iba a necesitar.


No volvieron a recordar nada de aquella tarde ninguno de los dos. Una vez inmersos en el verano las rutinas se cambian, no es apetecible tomar copas a las tres de la tarde del mes de julio , lo que gusta es ir a casa a la hora de comer para poder dormir la siesta, hacer oscura la tarde y salir al anochecer para disfrutar del aire fresco que durante el día se ha añorado tanto, procurando así hacer mas llevadera la espera de las vacaciones, en las que todo nuestro universo cambia y cada uno disfruta de sus días como puede, olvidando por una temporada la rutina del resto del año.


El prudente joyero no dio señales de vida hasta bien entrado el mes de octubre, una tarde esperó a Romeo y le recordó que le debía el collar, él no se acordaba de nada y negó tal deuda, el hombre le explicó que una tarde del mes de junio pasó por allí con su amigo y que le compraron un collar de perlas para hacer un regalo. Haciendo un esfuerzo mental empezó a recomponer la historia de aquel día y cuando llegó a la escena de la joyería se le cortó la respiración. Aquel hombre tenía razón, le pidió disculpas y le dio unas cuantas explicaciones como pudo, prometiéndole que al día siguiente lo devolvería, que no había hecho el regalo y lo conservaba empaquetado tal y como se lo llevó, que lo dejó olvidado en el bolsillo de la chaqueta, que era fácil comprobar que nadie había lucido la joya y que, por favor, aceptara la propuesta porque no podía pagarlo. Ha quedado dicho anteriormente que el joyero era prudente, por lo que es fácil advertir que una vez analizada la situación aceptó la propuesta por aquello de que mas vale pájaro en mano que ciento volando. Si se han puesto el collar mejor para ellos, mejor eso que perderlo.


Llegó más temprano que de costumbre a la oficina, para qué seguir en la cama si no había pegado ojo en toda la noche, y se fue rápido en busca de su amigo para contarle lo que había pasado el día anterior con el dueño de la joyería, y para decirle que le trajera el collar por la tarde, que quería devolverlo cuanto antes.


-Eso es imposible, por que se lo he regalado a mi mujer. Lo encontró en mi chaqueta de entretiempo cuando la sacó para limpiarla, y le tuve que decir que era para ella y que se me había olvidado dárselo cuando lo compré. Tuvimos una discusión y me recordó que eso me pasaba por beber tanto, pero como era un regalo muy bonito; al final se lo puso y la cosa terminó bien.


-Pues ve a la joyería y lo pagas.


-¿Yo?, yo no he comprado nada en esa joyería, si quieres llamo a tu mujer y le digo que quieres que pague el collar que le compraste tú a tu novia.


El pobre no daba crédito a lo que estaba oyendo, discutió hasta el cansancio y el otro sinvergüenza no paraba de reírse, provocando cada vez más su desesperación; al final comprendió que había perdido la batalla y se fue a su despacho jurándole que no le hablaría más en la vida, que le iba a dar una paliza, y que se iba a acordar de él porque más tarde o más temprano se vengaría.


Como sabía que tenía que pagar el collar, pasó la jornada tratando de inventar la forma de hacerlo sin que se notara mucho el recorte en el sueldo, al final tuvo una idea que por lo menos a él le pareció luminosa. Pidiéndole la máxima discreción al joyero le contó lo que le había pasado con su amigo, negoció un buen precio para otro collar, firmó letras como para escribir esta historia y se fue a su casa con un regalo sorpresa para su esposa, que lo recibió emocionada.


¿Por donde llegó la venganza?, eso no lo sabemos; seguramente por parte del joven nunca la hubo, su falta de carácter, su miedo y su desconfianza de sí mismo, unidos a la ausencia total de imaginación y creatividad se lo impidieron, pero con sus ganas se quedó. Es más, no tardaron mucho tiempo en volver a las andadas, no es tan fácil encontrar un buen compañero para las borracheras.

Lo que si se sabe es que transcurrido el tiempo el episodio se hizo público, de eso doy fe porque lo estoy contando. Se desconoce cómo salió a la luz. Pudo ser el joyero ¿Por qué no?, aunque ya hemos dejado claro que era un hombre discreto y no es conveniente perder clientes que compran collares de dos en dos. También pudo ser la pretendida novia, que al no ser beneficiaria del precioso regalo lo contara a sus amigas, y ya se sabe lo que pasa en esos casos, que no se lo digas a nadie pero sé de buena tinta….


Pero lo más probable, conociéndolos como los hemos conocido, es que en la barra de un bar, una tarde de primavera, se lo recordara el uno al otro cuando ya llevaban unas cuantas copas de más. Y una historia como ésta, un camarero gracioso o un parroquiano avispado, no tarda ni cinco minutos en lanzarla a los cuatro vientos.

Y un viento caliente de otoño hasta aquí la ha traído.



lunes, 2 de noviembre de 2009

DE LUTO RIGUROSO





"Tú lo que tienes que hacer es escribir", eso me sugieren los que me conocen y saben que estoy perdida sin trabajar. “¿Sobre qué escribo?”, suelo contestar, y más de uno me ha pedido que cuente anécdotas que me han pasado en el que fue mi trabajo, o sobre las historias que he conocido a través de él, y yo he pensado que voy a empezar por transmitir las impresiones que me han causado algunas personas con las que me he cruzado en el desarrollo de mi vida laboral y que, de alguna forma, se han quedado en mi memoria por unos motivos o por otros. Esta es una.

Dedicado a Victor


“DE LUTO RIGUROSO”



Trascurrían los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado. Los medios que teníamos a nuestro alcance para desarrollar nuestra labor eran bastante avanzados comparándolos con los otros Ministerios, pero aún se resolvía de forma manual y los tramitadores atendíamos a los solicitantes de prestaciones directamente en nuestro lugar de trabajo.

Para ponernos en situación quiero explicar aquí que al principio los expedientes son papeles. Poco a poco, conforme se van recopilando los datos de la persona y se van resumiendo sus circunstancias, se transforman en una historia de vida, en una identidad, un pasado, un futuro, una trayectoria, un problema, una calificación, piezas sueltas que en las manos del tramitador, mediante un juego de análisis y cálculos, se convierten en la solución o en la decepción de toda una vida cuyas expectativas culminan en ese momento, y que depende de él y de sus conocimientos y destreza para que sus derechos sean debidamente aplicados. No es fácil la tarea, porque las normas son muy complejas y nos atañe una legislación muy viva, que sufre modificaciones continuamente en su afán por adaptarse a las circunstancias sociales a medida que se van produciendo.


El expediente que yo tenía en la mesa era de incapacidad; la titular era una empleada de hogar típica de aquella época, por la que nunca habían querido cotizar en las diferentes casas en las que había trabajado, cosa muy corriente por entonces. En los últimos años había asumido la cotización por cuenta propia para poder llegar a cobrar una pensión cuando ya no pudiera trabajar. Había conseguido reunir el periodo mínimo exigido para tener derecho, estaba enferma y no podía trabajar ya, le habían reconocido la incapacidad, todo parecía estar bien, pero surgió el problema: tenía descubiertos en la cotización, es decir, debía las cuotas de uno o dos meses, y no se pueden conceder prestaciones a los deudores. Se le escribió una vez invitándola al pago de la deuda, pasaron los días y no contestó. Se le volvió a escribir, y tampoco. Ya había transcurrido tiempo suficiente como para poder archivar el expediente, pero me resistía y le escribí otra vez más, esta vez, en lugar de mencionarle la deuda, simplemente la cité.

Apareció a los pocos días. Me impresionó su aspecto: era una mujer bajita y ancha, daba la sensación de que no había crecido más porque había tenido que llevar cargas pesadas siendo niña y sus huesos no habían alcanzado el tamaño que estaba genéticamente previsto. Su pelo era negro, se parecía a uno de “Los Borrachos” de Velázquez, el que está de pie de perfil a la derecha del cuadro, ese hombre que también pintó de frente en  “La fragua  de Vulcano”, aunque sin barba. Algo tenía en la cara que resultaba simpática, serían unos ojos negros pequeños y muy brillantes, la nariz chata, o unos mofletes colorados que daban la sensación de sonrisa permanente. Pero no era precisamente eso lo que hacía, sino que lloraba sin parar mientras me aseguraba que ella no podía pagar la deuda de ninguna manera. Iba a perder una pensión que, aunque modesta, le haría vivir un poco más tranquila y disfrutar de una seguridad que nunca había conocido por no poder pagar dos cuotas que debía. Después de trabajar durante toda su vida sirviendo fielmente a los que no habían querido cotizar por ella, después de haber tenido que responsabilizarse de sus propias cotizaciones, no tenía suficiente dinero para cancelar una mísera deuda.

Para nosotros eso no era nuevo, situaciones como esas habíamos visto muchas veces, el público que a nosotros nos visitaba no lo hacía precisamente por tener cuarenta años cotizados con bases máximas, esos no tenían que venir a vernos, se limitaban a dejar su solicitud en el Registro y todo rodaba fácil y favorablemente para ellos. Los que venían lo hacían para resolver problemas. Pero por mucha costumbre de vender escobas que se tenga, no deja uno de saber lo que se trae entre manos, y es normal estremecerse ante las injusticias de la vida, y puedo asegurar que hemos visto más de la cuenta. Eran los trabajadores de la posguerra los que se jubilaban en aquellos años.

Algo había en aquella mujer que era especialmente estremecedor, era la cara de la desgracia, de la mala suerte. Me dijo que tenía el marido incapacitado en una cama sin moverse, que su hijo estaba en la cárcel para muchos años, que su hija le había traído un nieto a la casa del que no sabía quién era el padre y que, además, esa hija estaba enganchada a la droga y que lo único que hacía era trapichear para obtener su dosis y desaparecer, para luego venir, y sin preguntar siquiera por el niño que allí había dejado, pedirle algo y marcharse otra vez.

Ante esas historias uno reacciona y trata de solidarizarse. Yo en un alarde de caridad inútil le dije: “Todo eso es muy triste señora, pero lo peor es lo de su hija, que tendría que buscar ayuda porque se va a morir como siga así”. Reaccionó rápidamente y ante los ojos atónitos de los que estábamos allí, la mujer, con una incomprensible agilidad de gacela Thompson, dio un salto y a la vez que hacía un gracioso gesto de saludo de Mosquetero, dirigió su mano a un pie y siguiendo una trayectoria rápida la subió hasta la cabeza mientras decía: “¡Pues si se muere, señorita, yo me visto de luto riguroso de los pies a la cabeza y descansamos ella y yo!”

¡Cómo sería de difícil su día a día para que aquella mujer viera en la muerte, aunque fuera la de su hija, la liberación!

Le buscamos solución a la deuda usando los mecanismos que estaban ya previstos, de manera que adquiriendo el compromiso formal de la cancelación, por medio de pagos fraccionados en cuotas mínimas, pudiéramos aprobar el expediente y comenzar a cobrar su pensión. Tan acostumbrada estaba a que nada en su vida tuviera remedio que la pobre no se podía creer que aquello se pudiera solucionar. Se fue de allí con una sonrisa que le pillaba toda la cara.

A las pocas semanas se presentó en la oficina con un ramo de flores “Ya he cobrado, muchas gracias por todo, señorita, le traigo a usted estas flores para que tenga un recuerdo mío, por eso se las he comprado de plástico”. De eso hace veintiocho o veintinueve años y la recuerdo como si hubiera pasado ayer.

viernes, 30 de octubre de 2009

Baeza




Me pide mi hermano Juan que publique estas fotos antiguas de Baeza, como complemento a las palabras que él ha escrito en su blog bajo el titulo"El Fabuloso Camino de la Miseria Humana", sobre los últimos días de D.Antonio Machado.

Para que los que no lo hayáis
leído podáis hacerlo a continuación os pongo la dirección de dicho Blog.

http://www.granadablogs.com/juanvida/

domingo, 18 de octubre de 2009

Mi página web


Me ha hecho mi hijo una página web, en los próximos días la pondré en marcha. No tengo ni idea de como funciona eso, pero como siempre investigando, investigando, espero poder sacarle partido.

Para apoyarme en el intento aquí pongo un versillo del gaucho Martín Fierro que viene al caso.


"Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni los fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar."

jueves, 15 de octubre de 2009

A las Brigadas Internacionales







Para compartir con mis hijos y con unos pocos más, escribo este reconocimiento. Aunque ni ellos ,ni ninguno de nosotros, hemos vivido estos acontecimientos, es recomendable que se recuerde y se transmita para que se eternice el agradecimiento debido.

Desde aquí, y antes de que los que quedan se vayan para siempre, creo que debemos agradecer y rendir homenaje a todas las personas que vinieron a luchar contra el fascismo,
en defensa de la democracia y la libertad, dejando atrás el confort de sus países libres, sin importarles dejar aquí su juventud y muchos de ellos sus vidas.

Gracias y que nos perdonen a todos los que muchas veces hemos dicho que todos los americanos son unos hijos de puta. No, no lo eran todos, ni tampoco lo son.

Sirva como representante Pete Seeger, que después de ser perseguido por sus ideas, acuusado de comunista por la comisión McCarthy, vetado y denostado en aquellos años en su pais, afortunadamente ha vivido lo suficiente para cantar en el nombramiento de Obama con su nieto Tao y Bruce (el jefe). En mayo cumplió 90 años.

Mirad esos videos en los que se oye su voz cantando ¡Ay Manuela!. (Viva la Quince Brigada) grabadas en 1943 y el homenaje que él y su nieto le rindieron a las Brigadas Internacionales en Barcelona en 1993


https://www.youtube.com/watch?v=y88BfPym2T4

https://www.youtube.com/watch?v=hk1WY63IY9Q

https://youtu.be/wnvCPQqQWds

martes, 29 de septiembre de 2009

KIKI



Kiki es mi perro. Hace quince años me lo encontré y desde entonces forma parte de nuestra familia, su papel en la casa desde el primer día es el de generador de sonrisas.

Era el día 30 de agosto de 1994, yo acababa de volver de Lanzarote después de pasar unos días en casa de Pilar, donde reinaba de forma absoluta su perro Pepe, lo habían adoptado cuando lo encontraron en la puerta de la casa abandonado por algún viajero que, sin duda, había sido avisado de la generosidad de los que allí habitaban. Se debió de correr la voz por la isla porque más tarde y por el mismo camino llegaron Greta primero y después Camoens. Cada uno de ellos con su propio carácter o lo que llamaríamos, inapropiadamente, su “personalidad”. Pero me consta que los tres, cada cual a su modo, a lo largo de sus vidas han devuelto el favor con creces, regalando compañía y felicidad a sus dueños y benefactores. Es más, creo que Camoens todavía desarrolla su función alegradora en aquella casa. “A Casa”.

Por la tarde, huyendo del calor, fuimos Nana y yo al Boliche, una terraza de verano que hay enfrente de la que fue la huerta de mi abuela, y al entrar ya lo vimos correr hacia nosotros saltando y saludándonos como si fuéramos su familia, irradiaba simpatía por todos lados, era blanco y pequeño, no diré que parecía de algodón, porque eso ya lo dijo el maestro y además estaba sucio, pero sus ojos si que eran tan negros y tan brillantes como el azabache. Saltaba como si tuviera un muelle en las patitas. Le hacía descaradamente la pelota a todos los que entraban, sin duda buscaba un dueño. Yo que todavía tenía en mi recuerdo los juegos de Pepe no pude resistir la tentación de acariciarlo y ya está, él me adoptó a mí. A partir de ese momento y hasta el día de hoy, no se ha separado de mi lado.

Yo era consciente de que no era fácil llevar a mi casa un perro, tuve que negociar duro, no servían las promesas ni los ruegos, pero hubo un argumento final que fue definitivo: las sonrisas de ternura que se dibujaron en las caras de los niños. Ante eso no hubo negativa posible.

Y así comenzó su vida con nosotros. De la anterior solo trajo pánico a los viajes en coche, seguramente se había separado de sus dueños en el viaje de vuelta de vacaciones, era muy corredor y le gustaba perseguir todo lo que se movía, y eso nos hace pensar que no fue abandonado sino que se perdió en una de sus aventuras, conociéndolo es imposible pensar que alguien quisiera abandonar un animal tan cariñoso y simpático.

Sus manifestaciones de alegría cuando alguien vuelve a casa, sus saltos y cabriolas son espectaculares, él saluda al entrar como si de dar la vuelta al mundo se volviera, no entiende de tiempos, solo entiende de fidelidad y amor. Cuando era joven daba vueltas y vueltas a la mesa a una velocidad de vértigo, algunas veces derrapaba y se estampaba contra la pared, pero de un salto volvía a su órbita y continuaba girando a toda prisa, solo para expresar la alegría que a él le producía vernos después de una ausencia.

En su cabeza pequeña hay sitio para muchas cosas, algunas fundamentales, él tiene muy claro cual ha de ser su comportamiento para conseguir una vida mejor, síntoma de una sensatez que para si la quisieran algunos humanos, su agradecimiento hacia mi persona hace pensar que es consciente de que lo salvé de un destino trágico el día que lo recogí, ha seguido mis pasos por donde yo los haya andado, se ha lamentado cuando me he ausentado, pero solo lo justo, mientras yo pudiera oírlo, ¿para qué más?. Cuando alguien se ha ocupado de cubrir sus necesidades de paseo, de alimentación o de juegos, él lo ha convertido en el objeto de su amor más incondicional. Es la criatura más agradecida que yo he conocido.

Una de las cosas que sabe y, eso es su principal fuente de preocupación, es que en mi escala de amores los primeros son mis hijos, él los adora, pero los intuye como rivales cuando se acercan mucho a mi, ladra sin parar y trata por todos los medios de situarse en medio para impedirlo. Cuando era mas joven nos gustaba provocarlo y nos dabamos mi hija y yo grandes y sonoros besos que le hacían saltar como un loco, solo se calmaba cuando yo le decía: “¡ Hijo mío, hijo mío, tú también eres hijo de la madre! ”, mientras le rascaba detrás de las orejas.

Ha tenido una buena vida, en la medida de lo posible hemos procurado anticiparnos a sus necesidades. Ha vivido entre nosotros como miembro de nuestra familia, pero también ha tenido su familia de perros: su compañera y nieta Kika, y sus dos hijos Bili y Bola. Alguna vez contaré sus historias, hoy cuento la de Kiki porque ya está viejo y dentro de poco terminará su vida, y estoy segura que en ese momento yo no podré escribir sobre él sin morirme de pena, prefiero hacerlo hoy, que aunque enfermo y viejo, está aquí a mi lado mirándome con sus ojos negros que ya apenas me ven. En tanto que los cuidados y las medicinas sirvan para que conserve la calidad de vida que siempre ha tenido estará aquí, cuando eso no sea así, yo misma lo llevaré a su veterinario y él lo dormirá sin sufrimiento. ¡Que más quisiera yo que cuando llegue mi hora alguien pudiera hacer lo mismo conmigo!.

La foto que encabeza este escrito es de hoy, viejo y con el culillo caído porque tiene paralizada la pata izquierda de atrás, he vencido la tentación de mostrarlo cuando parecía un muñeco de peluche, no hay cosa más triste y más ofensiva que tratar de ocultar la vejez. Ese es Kiki, nuestro perro, con el que tenemos una deuda de gratitud todos nosotros porque le debemos muchos momentos de ternura y muchas sonrisas. Gracias Kiki, siempre estarás en nuestros corazones.





Blogger coco dijo...

Kiki terminó su vida el dia 17 de junio de 2010, lo llevamos la niña y yo y en la clínica lo estaban esperando sus dos veterinarios: Beatriz y Manolo, llevaba dos días sin comer y presentaba signos de parálisis intestinal, vi claro que no podía vivir más. Lo llevamos con su cama y en ella estuvo hasta el final. Le puso Beatriz una inyección de anestesia y mientras se dormía yo le rascaba detrás de las orejas y le decía que él era el "Único y genuino hijo de la madre, hijo mio, hijo de la madre" y así se durmió. Después salimos de la habitación y Beatriz acabó con su vida de la forma más civilizada y menos dolorosa que existe.
Coquete lloraba sin parar, y Manolo y Beatriz, mucho más que dos profesionales, no podían ocultar su pesar. Yo lloré también, pero menos de lo que me esperaba, porque el hecho de haber tomado la determinación y haber elegido el momento me hizo afrontarlo en paz.





















jueves, 24 de septiembre de 2009

ESO LO PINTA MI NIÑO Sobre pintura (para que lo lean Carla y Macu)

En el blog de Juan se inició un debate sobre arte, y alguien hizo bromas sobre la gente que cuando ven un cuadro cubista o abstracto dice "Eso lo hace mi niño mejor". Los artistas que participan hicieron sus comentarios, algunos muy buenos, como el que dijo que él les respondía, "Pues reúne a unos pocos niños como el tuyo y les hacemos una exposición". Yo, les escribí esto:

"Sin conocimientos suficientes sobre teorías artísticas, sin saber del arte como ciencia, solamente desde mi posición de vulgar espectadora con los pies pegados al suelo con cemento, os digo a los que tengáis la tentación de comparar la pintura de Picasso o la de Miró o la de cualquier artista verdadero, sea del estilo que sea, con lo que puede pintar un niño, que huyáis de la idea con la mayor rapidez posible, y, sobre todo, no lo manifestéis donde se os pueda oír porque es el camino más fácil para caer en el ridículo.
Buscad las obras de juventud, incluso de infancia, de esos artistas y veréis que al principio ellos ya eran maestros en la expresión del arte que la gente común entendemos, o sea, a eso que parece hecho por niños ellos llegaron al final de su carrera, después de superar todas la etapas de experimentación artística y cuando ya habían demostrado todo lo que había que demostrar. Creo que es mucho más difícil transmitir el dolor de un caballo herido por una bomba desde un dibujo cubista que desde uno realista. Yo admiro los dos, y no se trata de comparar, solo hago esta intervención para que en el debate que ha surgido haya una aportación desde la óptica de alguien que solo sabe mirar sin pretensiones."

domingo, 20 de septiembre de 2009

Nono padre

Le he dicho a Nono, mi compañero, marido y padre de mis hijos , "¡Hay que ver que nunca lees lo que escribo en el blog!", y me ha contestado ¿para que?, si te estoy oyendo desde hace 40 años. ¿Que os parece?.

Mirar un cuadro






Cuando miro un cuadro veo lo que ha pintado el artista y no me planteo otra cosa que no sea esa; lo que yo veo, lo que él pintó. Nunca he pensado eso de "qué quiere decir" con esto el pintor. Eso no es por que yo lo entienda todo o que no haga mi propia interpretación de lo que hay en el cuadro, simplemente lo veo con ojos de espectadora.

Me emociona ver las obras de arte que cuentan historias por si mismas, sin que yo tenga que adivinarlas, admiro la forma en que esas historias son contadas por el artista, no puedo abstraerme y ver, solo como un cuadro, "Los fusilamientos de Príncipe Pío, el 3 de mayo de 1808", o "La lucha contra los Mamelucos, el dos de mayo de 1808", de Goya. Me convierto en espectadora de los acontecimientos que ocurrieron, como si los viviera en primera persona. De igual forma no puedo dejar de ponerme las manos en la cabeza como esa mujer que, por encima de la valla, mira como fusilan a Maximiliano en el cuadro de Manet. Creo haber leído en alguna parte que Picasso se negó a explicar el simbolismo del Gernika, hizo bien, no hacía falta. Cuando lo trajeron y lo pudimos ver por primera vez en el Casón del Buen Retiro, y lo vi tan grande, tan doloroso, me tuve que sentar de la impresión que me causó, habían puesto allí un banco largo muy oportuno, sin duda antes, alguien mas sensible que yo se había caído al suelo.


Por otra parte, hay obras en las que me da igual lo que cuenten, solo me impresiona la belleza de lo que han pintado, lo que me impresiona es el arte, la genialidad del pintor. Y si se trata de arte abstracto, no veo nada mas que los colores y las figuras, no busco más allá, y me gustan por eso, porque son colores y son figuras, no tengo yo tantos conocimientos como para interpretar esas obras.


En los cuadros de Juan, algunas veces, descubro cosas que van mas allá de la pintura, pero yo creo que es porque conozco su historia. Por ejemplo, recuerdo una exposición en Las Rozas en la que había un cuadro grande muy bonito con la Bony ( su perra) en primer plano, me dí cuenta que la perra que había pintado tenía algo raro en los ojos y pensé "Joder con el tío que ha pintado a la perra muerta", supongo que otras personas se darían cuenta también, pero en mi caso dí por sentado que era porque hacía muy poco tiempo que habíamos pasado por el duelo de la pobre perrita. Delante del cuadro hablé con él y me dijo ¿Has visto que la Bony está muerta?.-Pues claro, ¿Como no lo voy a ver?. Pero los dos conocíamos nuestra historia reciente. Lo mismo puedo contar de otros cuadros en los que he visto cosas, los columpios vacíos, las madres que se iban con el niño en brazos alejándose, el niño jugando pero muerto, todos esos cuadros amarillos y con niños tristes. Y también he visto los colores de la Estrella de Oriente, las risas y el raso brillante y rosa del vestido de su hija en alguno de sus últimos cuadros.