
"Tú lo que tienes que hacer es escribir", eso me sugieren los que me conocen y saben que estoy perdida sin trabajar. “¿Sobre qué escribo?”, suelo contestar, y más de uno me ha pedido que cuente anécdotas que me han pasado en el que fue mi trabajo, o sobre las historias que he conocido a través de él, y yo he pensado que voy a empezar por transmitir las impresiones que me han causado algunas personas con las que me he cruzado en el desarrollo de mi vida laboral y que, de alguna forma, se han quedado en mi memoria por unos motivos o por otros. Esta es una.
Dedicado a Victor
“DE LUTO RIGUROSO”
Trascurrían los primeros años de
la década de los ochenta del siglo pasado. Los medios que teníamos a nuestro
alcance para desarrollar nuestra labor eran bastante avanzados comparándolos
con los otros Ministerios, pero aún se resolvía de forma manual y los
tramitadores atendíamos a los solicitantes de prestaciones directamente en
nuestro lugar de trabajo.
Para ponernos en situación quiero explicar aquí que al principio los expedientes son papeles. Poco a poco, conforme se van recopilando los datos de la persona y se van resumiendo sus circunstancias, se transforman en una historia de vida, en una identidad, un pasado, un futuro, una trayectoria, un problema, una calificación, piezas sueltas que en las manos del tramitador, mediante un juego de análisis y cálculos, se convierten en la solución o en la decepción de toda una vida cuyas expectativas culminan en ese momento, y que depende de él y de sus conocimientos y destreza para que sus derechos sean debidamente aplicados. No es fácil la tarea, porque las normas son muy complejas y nos atañe una legislación muy viva, que sufre modificaciones continuamente en su afán por adaptarse a las circunstancias sociales a medida que se van produciendo.
El expediente que yo tenía en la
mesa era de incapacidad; la titular era una empleada de hogar típica de aquella
época, por la que nunca habían querido cotizar en las diferentes casas en las
que había trabajado, cosa muy corriente por entonces. En los últimos años había
asumido la cotización por cuenta propia para poder llegar a cobrar una pensión
cuando ya no pudiera trabajar. Había conseguido reunir el periodo mínimo
exigido para tener derecho, estaba enferma y no podía trabajar ya, le habían
reconocido la incapacidad, todo parecía estar bien, pero surgió el problema: tenía
descubiertos en la cotización, es decir, debía las cuotas de uno o dos meses, y
no se pueden conceder prestaciones a los deudores. Se le escribió una vez
invitándola al pago de la deuda, pasaron los días y no contestó. Se le volvió a
escribir, y tampoco. Ya había transcurrido tiempo suficiente como para poder
archivar el expediente, pero me resistía y le escribí otra vez más, esta vez,
en lugar de mencionarle la deuda, simplemente la cité.
Apareció a los pocos días. Me
impresionó su aspecto: era una mujer bajita y ancha, daba la sensación de que
no había crecido más porque había tenido que llevar cargas pesadas siendo niña
y sus huesos no habían alcanzado el tamaño que estaba genéticamente previsto.
Su pelo era negro, se parecía a uno de “Los Borrachos” de Velázquez, el que
está de pie de perfil a la derecha del cuadro, ese hombre que también pintó de
frente en “La fragua de Vulcano”, aunque sin barba. Algo tenía en
la cara que resultaba simpática, serían unos ojos negros pequeños y muy brillantes,
la nariz chata, o unos mofletes colorados que daban la sensación de sonrisa
permanente. Pero no era precisamente eso lo que hacía, sino que lloraba sin
parar mientras me aseguraba que ella no podía pagar la deuda de ninguna manera.
Iba a perder una pensión que, aunque modesta, le haría vivir un poco más
tranquila y disfrutar de una seguridad que nunca había conocido por no poder
pagar dos cuotas que debía. Después de trabajar durante toda su vida sirviendo
fielmente a los que no habían querido cotizar por ella, después de haber tenido
que responsabilizarse de sus propias cotizaciones, no tenía suficiente dinero
para cancelar una mísera deuda.
Para nosotros eso no era nuevo,
situaciones como esas habíamos visto muchas veces, el público que a nosotros
nos visitaba no lo hacía precisamente por tener cuarenta años cotizados con
bases máximas, esos no tenían que venir a vernos, se limitaban a dejar su
solicitud en el Registro y todo rodaba fácil y favorablemente para ellos. Los
que venían lo hacían para resolver problemas. Pero por mucha costumbre de
vender escobas que se tenga, no deja uno de saber lo que se trae entre manos, y
es normal estremecerse ante las injusticias de la vida, y puedo asegurar que
hemos visto más de la cuenta. Eran los trabajadores de la posguerra los que se
jubilaban en aquellos años.
Algo había en aquella mujer que
era especialmente estremecedor, era la cara de la desgracia, de la mala suerte.
Me dijo que tenía el marido incapacitado en una cama sin moverse, que su hijo
estaba en la cárcel para muchos años, que su hija le había traído un nieto a la
casa del que no sabía quién era el padre y que, además, esa hija estaba
enganchada a la droga y que lo único que hacía era trapichear para obtener su
dosis y desaparecer, para luego venir, y sin preguntar siquiera por el niño que
allí había dejado, pedirle algo y marcharse otra vez.
Ante esas historias uno reacciona
y trata de solidarizarse. Yo en un alarde de caridad inútil le dije: “Todo eso
es muy triste señora, pero lo peor es lo de su hija, que tendría que buscar
ayuda porque se va a morir como siga así”. Reaccionó rápidamente y ante los
ojos atónitos de los que estábamos allí, la mujer, con una incomprensible
agilidad de gacela Thompson, dio un salto y a la vez que hacía un gracioso
gesto de saludo de Mosquetero, dirigió su mano a un pie y siguiendo una
trayectoria rápida la subió hasta la cabeza mientras decía: “¡Pues si se muere,
señorita, yo me visto de luto riguroso de los pies a la cabeza y descansamos
ella y yo!”
¡Cómo sería de difícil su día a
día para que aquella mujer viera en la muerte, aunque fuera la de su hija, la
liberación!
Le buscamos solución a la deuda
usando los mecanismos que estaban ya previstos, de manera que adquiriendo el
compromiso formal de la cancelación, por medio de pagos fraccionados en cuotas
mínimas, pudiéramos aprobar el expediente y comenzar a cobrar su pensión. Tan
acostumbrada estaba a que nada en su vida tuviera remedio que la pobre no se
podía creer que aquello se pudiera solucionar. Se fue de allí con una sonrisa
que le pillaba toda la cara.
A las pocas semanas se presentó
en la oficina con un ramo de flores “Ya he cobrado, muchas gracias por todo,
señorita, le traigo a usted estas flores para que tenga un recuerdo mío, por
eso se las he comprado de plástico”. De eso hace veintiocho o veintinueve años
y la recuerdo como si hubiera pasado ayer.
Por error borré este cuento de mi blog, lo he reproducido y he podido rescatar los comentarios que me hicieron mis amigos, los he puesto como he podido.
ResponderEliminarcoco dijo...
ResponderEliminarEmilio dijo
Lo hemos vivido juntos. Tu me has enseñado mucho y creo haber sido un buen alumno, me cambiaste el chip de los servicios centrales y conseguí ver el rostro que se escondía detras de cada 3D29. Juntos vivimos anecdotas entrañables como la del "francés"que fué a comprar tabaco y lo declararon ausente o lo del "pijo del mosquito, y como esos muchos más que tu recordarás mejor que yo, ya que eres "infinitamente" mas joven. Sigue por ahí, me gustará recordar viejos tiempos. ESCRIBES MUY BONITO. en De luto riguroso
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Anónimo
el 11/11/09
MACU dijo
Coco, es hermosísimo. No tengo palabras, qué gran talento para la escritura. Debes DEBES seguir escribiendo por favor y conmoviéndonos con estas imágenes y estas historias. Maravilloso. besos macu en De luto riguroso
Macu
el 9/11/09
Coco dijo:
Gracias a todos. en De luto riguroso
coco
el 3/11/09
Mayte dijo:
Soy yo , Maite, quien dijo lo anterior que no puse mi nombre, ya sabes que no me muevo bien en esto de los blog. ES ABSOLUTAMENTE NECESARIO QUE SIGAS ESCRIBIENDO, PARA TI Y PARA NOSOTROS. Por tanto ya sabes, sigue porfa porfa en De luto riguroso
maite
el 3/11/09
Mayte dijo:
Lo ves como tienes que escribir??? eh? en De luto riguroso
Anónimo
el 3/11/09
Julia dijo:
Esa es mi hermana,FUNCIONARIA,DE LA ADMINISTRACION ... COMO HAY QUE SER,,, AL SERVICIO DE DEL ADMINISTRADO y ojala sirva de ejemplo a los que teniendo la misma obligacion, piensan que es al contrario, y que es a ellos a los que hay que servir. Gracias Coco, sigue asi, que recuerdo muchas de las anecdotas que te han pasado en tu larga vida labora, y merece la pena que las recordemos. besos en De luto riguroso
julia vida
el 3/11/09
Pedro dijo:
Suscribo los anteriores comentarios. Me conmueve el detalle y el significado de las flores de plástico. Tienes mucho que contar para que aprendamos y porque lo vemos cuando lo escribes. Lo han dicho más arriba. También es un tirón de orejas para mirar a los que pasan a nuestro lado y dejar de quejarnos por las tonterías de este "primer mundo". Sigue, por favor, y gracias. P.D.: Cada vez redactas mejor. No entiendo lo de la "gacela Thompson"- en De luto riguroso
pedro
el 3/11/09
Nono dijo:
pues menos mal que os preocupabais los unos de los otros que si no! y menos mal que muchos de los de ahora hemos heredado esa actitud, aunque parezca que no... esperemos que sea suficiente! en De luto riguroso
nono
el 3/11/09
Coco dijo:
Gracias Mory. en De luto riguroso
coco
el 3/11/09
Me gusta mucho lo que cuentas, pero sobre todo, me gusta cómo lo cuentas, te juro que ya he visto a la señora en cada línea del escrito.Sigue, por favor. en De luto riguroso
morayma
el
Me encanta Coco, te animo a seguir y despues a publicarlo.
ResponderEliminarGracias Maria José, ya tengo muchos, lo intentaré.
ResponderEliminar¡Cuántas vivencias, Coco! Y qué satisfacción poder uno arreglar o paliar, en la medida de sus posibilidades, tantas vidas difíciles. Gracias por estos raticos tan buenos que nos haces pasar leyéndote.
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