sábado, 12 de diciembre de 2009

El Apache





EL APACHE


  Desde que entró por la puerta nos llamó la atención su aspecto, pero me equivoqué al otorgarle el calificativo de "Apache", no lo era y, sin embargo, siempre que nos hemos referido a él lo hemos hecho con ese nombre. Tratando de subsanar el error, escribo este relato para poder nombrar en adelante a nuestro protagonista con la propiedad que se merece, al mismo tiempo que comparto una historia singular con las personas que amablemente dediquen un poco de tiempo a leerlo.

  Era un hombre de pequeña estatura y muy delgado, con el pelo negro, brillante, peinado con la raya al lado y un pequeño "tupé" muy trabajado en la frente. En su cara, muy blanca, destacaban unas patillas finas y largas que hacían un dibujo tan elaborado como el símbolo de la Libra Esterlina; y no eran los únicos adornos capilares que tenía en la cara, estaban acompañadas por un bigote a lo Clark Gable y unas cejas arqueadas y bien perfiladas.

  Muy limpio y con olor a perfume, su extravagante indumentaria lo trasladaba a otra época que en aquel momento no supimos definir. Su pantalón estrecho y negro le llegaba justo al filo de unos botines de punta fina que se cerraban en el tobillo con una hebilla plateada, (no es necesario decir que brillaban como espejos). Se abrigaba con un gabán entallado y corto con dibujo de pata de gallo en blanco y negro, cada pata de gallo era de tamaño natural, es decir, eran tan grandes como las huellas que un pollo deja en el barro del corral. Culminaba su atuendo con un gracioso pañuelito rojo atado al cuello. Más adelante llegamos a la conclusión de que parecía escapado de un cartel de Toulouse Lautrec, asignándole con ello un lugar en el tiempo, pero no era ese tiempo el suyo y seguía sin ser un "Apache", aunque nosotros lo llamáramos así.

  La confusión surgía de nuestra propia ignorancia. Él era atípico, y nosotros conocíamos algo de aquellos golfos de los arrabales parisinos que, a principios del siglo XX,  habían hecho famosos los periodistas al publicar sus fechorías en los periódicos, adornando los artículos con dibujos o fotografías en los que aparecían unos jóvenes con un pañuelo rojo al cuello y con los zapatos muy limpios, apostados en las esquinas esperando a los transeúntes para robarles, o formando tumultuosas peleas entre ellos. Esos eran Los Apaches y no nuestro hombre: injustamente lo habíamos etiquetado en función de su atuendo y eso es algo que normalmente induce a errores.

  El hombre, educado y respetuoso, se dirigió a mi con un "Señoguita pog favog", por lo que deduje que era francés, demasiadas coincidencias para no equivocarse. Pero cuando comenzó a contarnos su problema se fueron aclarando las cosas; en su pasaporte estaba escrito que había nacido en Tarragona; que había viajado mucho se podía comprobar por la cantidad de sellos que tenía el documento. Se daba la circunstancia de que tenia frenillo y una mezcla de acentos que imposibilitaba la identificación de su procedencia a través del lenguaje.

  También mostró un carné de identidad más que caducado, en el que figuraba la palabra “Artista” en el lugar reservado para la profesión del titular. Para calmar mi curiosidad no tuve más remedio que preguntarle que en qué consistía su actividad artística, a lo que me respondió con mucha seriedad que era “tanguero”. De ahí venía todo, del oficio. Lo habíamos relacionado con las portadas de los discos de tangos de la Voz de su Amo y con los carteles que aparecían en las colecciones encuadernadas de la antigua revista “Blanco y Negro” que había en nuestras casas, en las que aparecían imágenes de los cantantes ataviados con el mismo estilo que nuestro cliente.

  Era cantante y bailarín de tangos. En los primeros años de la década de 1910 habían vuelto a Argentina y Uruguay, procedentes de París, los emigrantes que no habían tenido suerte en Europa y con ellos llegaba también una tropa de golfos y hampones que trajeron el estilo “apache” a los barrios bajos de Buenos Aires y Montevideo, y rápidamente, igual que había pasado en Francia, los periódicos comenzaron a contar sus aventuras. Pronto se puso de moda lo que se llamó el “Tango Apache”, y grupos de cantantes, como los “Apaches Uruguayos” o los “Apaches Argentinos”, llegaron a las más altas cotas de popularidad. Cincuenta años después nuestro amigo cultivaba precisamente ese estilo musical, algo que imprime carácter, por lo que no es de extrañar que eligiera su atuendo en concordancia.

  De haber sido objetivos podíamos haberle llamado el “Tanguero” o el “Artista”, o podíamos habernos referido a él por su nombre y apellidos, que hubiera sido lo correcto, pero eso es lo que hacíamos con todo el mundo y él era tan peculiar que fue imposible, se quedó con el “Apache” hasta el día de hoy. Y mucho me temo que así se va a seguir llamando, porque analizadas las características del personaje y habiendo estudiado a fondo las connotaciones del apelativo, llegamos a la conclusión de que es exactamente el nombre que define y califica a nuestro protagonista, no por ser delincuente, sino como nombre artístico.

  Me dijo que vivía en Paris desde hacía veinte años, y que el último sitio donde trabajó en España fue en Granada, donde tuvo un accidente por el que le reconocieron una pensión de incapacidad. La cobró durante un tiempo, pero se fue a Francia y ya no volvió a percibir nada. Aquello era extraño y ante mis preguntas sobre el motivo por el cual no había solicitado que se le enviara la paga al país de residencia, me explicó que había tomado la decisión de partir un poco precipitadamente y no le había dado tiempo. Había venido de vacaciones y quería aprovechar el viaje para tratar de averiguar si estaba perdido el derecho para siempre. Le pedimos que nos diera tiempo para localizar su expediente (no era una tarea fácil debido al tiempo que había transcurrido, pero no era imposible) y le invitamos a que renovara el Carné de Identidad. Era la forma de rehabilitar la pensión con suficientes garantías de que se trataba de la misma persona, ya se encargarían en la Comisaría de verificar la personalidad con sus propios métodos.

  Como es lógico, hay documentos fundamentales que no pueden ser objeto de expurgo y por mucho tiempo que haya pasado se encuentran siempre los antecedentes: en aquellos años se abría una ficha a nombre de los usuarios que solicitaban cualquier prestación y en ella se indicaba la clase de prestación y el número de expediente, anotando en la misma ficha todas las solicitudes que se presentaran a lo largo de su vida. Esos ficheros se informatizaron totalmente y hoy día se trabaja con más comodidad, pero entonces tardé un buen rato en localizar la ficha de mi “Apache”. Cuando la encontré sentí verdadera alegría al comprobar que efectivamente existía un expediente de incapacidad de aquel hombre. Ya podía bajar al sótano a buscarlo y rehabilitar su pensión, satisface resolver estos casos que se salen de la rutina y es agradable solucionar problemas, aunque no se conozca de nada a la persona.

        Bolígrafo y papel en mano me dispuse a tomar nota del número de expediente, y observé algo que me perturbó: había dos expedientes anotados, uno era el de incapacidad y el otro ¡era de viudedad! ¿Quién había solicitado aquello?  Según la anotación lo había hecho “su viuda”, y sin duda el fallecido era él. Tenía por delante un autentico problema: cuando menos el “Apache” era un estafador, era la primera vez que me encontraba ante un caso así, aquello me alteraba, lo comenté con mi compañero y decidimos bajar al archivo a buscar los expedientes para tratar de ver algo de luz en aquella trama, pensando que tendríamos que dar cuenta a la Asesoría Jurídica para que se actuara en consecuencia.   

  Fuimos al archivo como dos policías, tensos y con la determinación de descubrir el hilo del que íbamos a tirar para aclarar el embrollo. Un hombre que se presenta para reclamar su dinero y que en nuestros papeles figura como fallecido y causante de una pensión de viudedad, un asunto tan emocionante despierta el interés y aviva la imaginación, tanto que en nuestras cabezas alborotadas el pobre “Apache” solo tenía dos destinos posibles: o estaba muerto o iba a la cárcel por impostor.

  Pero, por el momento, ninguno de los dos destinos era el suyo, la cosa era más rara todavía. En primer lugar, el hombre no estaba muerto, aunque es posible que sï se hubiera ido de “parranda”. Y en segundo lugar, tampoco era un delincuente, al menos no por este asunto. Quedó demostrado que él era él y que estaba vivo.

  El estrés de los investigadores pronto se disolvió pues en el estudio del expediente descubrimos que la prestación de viudedad nunca se resolvió, simplemente se decretó el archivo de la solicitud por no haber aportado documentos imprescindibles. ¿Cómo se le va a reconocer una pensión de viudedad a una señora que no trae la partida de defunción del marido?

  Contenía aquel expediente documentos muy interesantes. A partir de una denuncia por desaparición la señora había iniciado ante el juzgado un expediente de declaración de ausencia, con  la intención de obtener una sentencia judicial que lo declarase fallecido. Por causas que no supimos, el juez nunca había dictado la sentencia esperada, puede ser que no estuviese claro el asunto. En la demanda la mujer explicaba que tenían graves problemas de convivencia y que un día el hombre salió y no volvió más.

  Nuestra curiosidad había quedado satisfecha. A partir de ahí la resolución del asunto era fácil, solo quedaban algunas comprobaciones y pronto estaría todo solucionado. No obstante, esperábamos el momento en que el hombre se presentara con preocupación, a ver cómo se lo tomaba. Nunca se sabe cómo va a reaccionar una persona al enterarse de que lo han intentado dar por muerto para disponer de sus bienes.

  No se lo tomó demasiado mal, algo debía de saber aunque se hizo de nuevas. Nos dijo que era incomprensible, que él se había ido pero que nunca había ocultado su paradero, que eso había sido un intento de estafa por parte de su mujer y que por eso no había prosperado.

  Exageramos al contarle lo que ella había alegado en la denuncia, adornamos el asunto con algún dato de nuestra cosecha, le contamos lo de la relación tormentosa y que después de una pelea había salido a comprar tabaco y no había vuelto jamás. Al oír esto puso cara de asombro y abriendo mucho los ojos dijo:

  -“¿Relación tormentosa?” ¡Eso es falso!, tuvimos un disgustillo sin importancia nada más.
  ¡Disgustillo sin importancia y se había quitado de en medio durante más de veinte años!

  A partir de ahí todo fue muy fácil: renovada su documentación como procedía, se rehabilitó la pensión actualizándola al valor del momento, lo que causó gran alegría al hombre que no se lo esperaba, y la seguridad que le daba una pensión digna para toda la vida le hizo olvidar la actuación de la que fue su esposa que, aunque de forma indolora, había intentado “enterrarlo” en vida.

        Su relación con nosotros se volvió más amistosa, el hombre estirado de las primeras visitas dio paso a una persona jovial que con simpatía insistió en que nos tomáramos un café con él, y en la cafetería de al lado tuvimos un desayuno de anécdotas, mujeres y tangos, que nos proporcionaron una placentera digestión de cultura tanguista que nos ha sido muy útil en la vida.

      Unos días después vino a despedirse porque volvía a París. Nos dio una caja con envoltura elegante a cada uno, que en principio aceptamos creyendo que eran bombones, pero cuando las abrimos vimos que eran dos colecciones de monedas conmemorativas del bicentenario de la Revolución Francesa, eso no podíamos aceptarlo porque eran demasiado valiosas. Después de explicarle que no podíamos aceptar ese regalo de todas las formas posibles, conseguimos que cogiera las cajas y se las llevara, nos dijo que no lo comprendía y que se iba muy “disgustado”. Sin poder contenerme le dije:

      - ¡Pues entonces no lo vemos por aquí en veinte años!

  No fue así, volvió al año siguiente. Tenía un aspecto inmejorable y nos dijo que estaba muy tranquilo y feliz. Seguía con sus agradecimientos, dijo que nadie se había preocupado por él como nosotros en su vida, que mientras pudiera volvería a saludarnos en sus vacaciones y que todavía se acordaba del mal rato que se llevó cuando no le aceptamos el regalo el año anterior. Me preguntó que si le aceptaría un bote de colonia, le dije que sí, que eso no tenía importancia: tenía que haberlo pensado mejor conociendo su tendencia a la exageración, porque sacó de su bolsa un bote de litro de “Chanel nº 5”, ¡de litro! Veinte años me ha durado el perfume.



domingo, 6 de diciembre de 2009

SEIS DE DICIEMBRE








Hoy se ha celebrado el día de la Constitución.

En el año 1978 yo tuve mi primer hijo. Cuando este hijo tenía tres meses y medio, tal día como hoy, lo llevé conmigo a votar por la Constitución. Nos acompañó mi padre que también votó. Fuimos los tres representantes de tres generaciones diferentes a celebrar la fiesta de la democracia, cada uno como su realidad le permitía. Dos meses después mi padre murió.


Siempre recordaré ese día con especial sentimiento. Fue un gran año ese de 1978, yo estrené maternidad, mi hijo la vida y mi país democracia, y también fue el último que mi padre vivió completo. Hasta ahí yo tuve todo, los demás años a partir de ese y los que me queden, a mi me faltará algo.