EL APACHE
Desde que
entró por la puerta nos llamó la atención su aspecto, pero me equivoqué al
otorgarle el calificativo de "Apache", no lo era y, sin embargo, siempre
que nos hemos referido a él lo hemos hecho con ese nombre. Tratando de subsanar
el error, escribo este relato para poder nombrar en adelante a nuestro
protagonista con la propiedad que se merece, al mismo tiempo que comparto una
historia singular con las personas que amablemente dediquen un poco de tiempo a
leerlo.
Era un
hombre de pequeña estatura y muy delgado, con el pelo negro, brillante, peinado
con la raya al lado y un pequeño "tupé" muy trabajado en la frente.
En su cara, muy blanca, destacaban unas patillas finas y largas que hacían un dibujo
tan elaborado como el símbolo de la
Libra Esterlina; y no eran los únicos adornos capilares que tenía en la cara,
estaban acompañadas por un bigote a lo Clark Gable y unas cejas arqueadas y bien
perfiladas.
Muy limpio y
con olor a perfume, su extravagante indumentaria lo trasladaba a otra época
que en aquel momento no supimos definir. Su pantalón estrecho y negro le
llegaba justo al filo de unos botines de punta fina que se cerraban en el
tobillo con una hebilla plateada, (no es necesario decir que brillaban como
espejos). Se abrigaba con un gabán entallado y corto con dibujo de pata de
gallo en blanco y negro, cada pata de gallo era de tamaño natural, es decir,
eran tan grandes como las huellas que un pollo deja en el barro del corral.
Culminaba su atuendo con un gracioso pañuelito rojo atado al cuello. Más adelante
llegamos a la conclusión de que parecía escapado de un cartel de Toulouse Lautrec, asignándole con ello un lugar
en el tiempo, pero no era ese tiempo el suyo y seguía sin ser un
"Apache", aunque nosotros lo llamáramos así.
La confusión
surgía de nuestra propia ignorancia. Él era atípico, y nosotros conocíamos algo
de aquellos golfos de los arrabales parisinos que, a principios del siglo XX, habían
hecho famosos los periodistas al publicar sus fechorías en los periódicos,
adornando los artículos con dibujos o fotografías en los que aparecían unos
jóvenes con un pañuelo rojo al cuello y con los zapatos muy limpios, apostados
en las esquinas esperando a los transeúntes para robarles, o formando
tumultuosas peleas entre ellos. Esos eran Los Apaches y no nuestro hombre: injustamente lo habíamos etiquetado en función de
su atuendo y eso es algo que normalmente induce a errores.
El hombre,
educado y respetuoso, se dirigió a mi con un "Señoguita pog favog",
por lo que deduje que era francés, demasiadas coincidencias para no
equivocarse. Pero cuando comenzó a contarnos su problema se fueron aclarando
las cosas; en su pasaporte estaba escrito que había nacido en Tarragona; que había viajado mucho se
podía comprobar por la cantidad de sellos que tenía el documento. Se daba la
circunstancia de que tenia frenillo y una mezcla de acentos que imposibilitaba
la identificación de su procedencia a través del
lenguaje.
También
mostró un carné de identidad más que caducado, en el
que figuraba la palabra “Artista” en el lugar reservado para la profesión del
titular. Para calmar mi curiosidad no tuve más remedio que preguntarle que en
qué consistía su actividad artística, a lo que me respondió con mucha seriedad
que era “tanguero”. De ahí venía todo, del oficio. Lo habíamos relacionado con
las portadas de los discos de tangos de la
Voz de su Amo y con los carteles
que aparecían en las colecciones encuadernadas de la antigua revista “Blanco y
Negro” que había en nuestras casas, en las que aparecían imágenes de los
cantantes ataviados con el mismo estilo que nuestro cliente.
Era cantante
y bailarín de tangos. En los primeros años de la década de 1910 habían vuelto a
Argentina y Uruguay, procedentes
de París, los emigrantes que no
habían tenido suerte en Europa y con ellos llegaba también una tropa de golfos
y hampones que trajeron el estilo “apache” a los barrios bajos de Buenos Aires
y Montevideo, y rápidamente,
igual que había pasado en Francia, los periódicos comenzaron a contar sus
aventuras. Pronto se puso de moda lo que se llamó el “Tango Apache”, y grupos
de cantantes, como los “Apaches Uruguayos” o los “Apaches Argentinos”, llegaron
a las más altas cotas de popularidad. Cincuenta años después nuestro amigo
cultivaba precisamente ese estilo musical, algo que imprime carácter, por lo
que no es de extrañar que eligiera su atuendo en concordancia.
De haber
sido objetivos podíamos haberle llamado el “Tanguero” o el “Artista”, o podíamos habernos
referido a él por su nombre y apellidos, que hubiera sido lo correcto, pero eso
es lo que hacíamos con todo el mundo y él era tan peculiar que fue imposible,
se quedó con el “Apache” hasta el día de hoy. Y mucho me temo que así se va a
seguir llamando, porque analizadas las características del personaje y habiendo
estudiado a fondo las connotaciones del apelativo, llegamos a la conclusión de
que es exactamente el nombre que define y califica a nuestro protagonista, no
por ser delincuente, sino como nombre artístico.
Me dijo que
vivía en Paris desde hacía veinte años, y que el
último sitio donde trabajó en España fue en Granada, donde tuvo un accidente
por el que le reconocieron una pensión de incapacidad. La cobró
durante un tiempo, pero se fue a Francia y ya no volvió a percibir nada.
Aquello era extraño y ante mis preguntas sobre el motivo por el cual no había
solicitado que se le enviara la paga al país de residencia, me explicó que
había tomado la decisión de partir un poco precipitadamente y no le había dado
tiempo. Había venido de vacaciones y quería aprovechar el viaje para tratar de
averiguar si estaba perdido el derecho para siempre. Le pedimos que nos diera
tiempo para localizar su expediente (no era una tarea fácil debido al tiempo
que había transcurrido, pero no era imposible) y le invitamos a que renovara el Carné de Identidad. Era la forma de
rehabilitar la pensión con suficientes garantías de que se trataba de la misma
persona, ya se encargarían en la
Comisaría de verificar la personalidad con sus propios métodos.
Como es
lógico, hay documentos fundamentales que no pueden ser objeto de expurgo y por
mucho tiempo que haya pasado se encuentran siempre los antecedentes: en
aquellos años se abría una ficha a nombre de los usuarios que solicitaban
cualquier prestación y en ella se indicaba la clase de prestación y el número
de expediente, anotando en la misma ficha todas las solicitudes que se
presentaran a lo largo de su vida. Esos ficheros se informatizaron totalmente y
hoy día se trabaja con más comodidad, pero entonces tardé un buen rato en
localizar la ficha de mi “Apache”. Cuando la encontré sentí verdadera alegría
al comprobar que efectivamente existía un expediente de incapacidad
de aquel hombre. Ya podía bajar al sótano a buscarlo y rehabilitar su pensión,
satisface resolver estos casos que se salen de la rutina y es agradable
solucionar problemas, aunque no se conozca de nada a la persona.
Bolígrafo
y papel en mano me dispuse a tomar nota del número de expediente, y observé
algo que me perturbó: había dos expedientes anotados, uno era el de incapacidad
y el otro ¡era de viudedad! ¿Quién había solicitado aquello? Según la anotación lo había hecho “su viuda”,
y sin duda el fallecido era él. Tenía por delante un autentico problema: cuando
menos el “Apache” era un estafador, era la primera vez que me encontraba ante
un caso así, aquello me alteraba, lo comenté con mi compañero y decidimos bajar
al archivo a buscar los expedientes para tratar de ver algo de luz en aquella
trama, pensando que tendríamos que dar cuenta a la Asesoría Jurídica para que se actuara en consecuencia.
Fuimos al
archivo como dos policías, tensos y con la determinación de descubrir el hilo
del que íbamos a tirar para aclarar el embrollo. Un hombre que se presenta para
reclamar su dinero y que en nuestros papeles figura como fallecido y causante
de una pensión de viudedad, un asunto tan emocionante despierta el interés y
aviva la imaginación, tanto que en nuestras cabezas alborotadas el pobre
“Apache” solo tenía dos destinos posibles: o estaba muerto o iba a la cárcel
por impostor.
Pero, por el
momento, ninguno de los dos destinos era el suyo, la cosa era más rara todavía.
En primer lugar, el hombre no estaba muerto, aunque es posible que sï se
hubiera ido de “parranda”. Y en segundo lugar, tampoco era un delincuente, al
menos no por este asunto. Quedó demostrado que él era él y que estaba vivo.
El estrés de los investigadores pronto se
disolvió pues en el estudio del expediente descubrimos que la prestación de
viudedad nunca se resolvió, simplemente se decretó el archivo de la solicitud
por no haber aportado documentos imprescindibles. ¿Cómo se le va a reconocer
una pensión de viudedad a una señora que no trae la partida de defunción del
marido?
Contenía
aquel expediente documentos muy interesantes. A partir de una denuncia por
desaparición la señora había iniciado ante el juzgado un expediente de
declaración de ausencia, con la
intención de obtener una sentencia judicial que lo declarase fallecido. Por
causas que no supimos, el juez nunca había dictado la sentencia esperada, puede
ser que no estuviese claro el asunto. En la demanda la mujer explicaba que
tenían graves problemas de convivencia y que un día el hombre salió y no volvió
más.
Nuestra curiosidad
había quedado satisfecha. A partir de ahí la resolución del asunto era fácil,
solo quedaban algunas comprobaciones y pronto estaría todo solucionado. No
obstante, esperábamos el momento en que el hombre se presentara con
preocupación, a ver cómo se lo tomaba. Nunca se sabe cómo va a reaccionar una
persona al enterarse de que lo han intentado dar por muerto para disponer de
sus bienes.
No se lo
tomó demasiado mal, algo debía de saber aunque se hizo de nuevas. Nos dijo que
era incomprensible, que él se había ido pero que nunca había ocultado su
paradero, que eso había sido un intento de estafa por parte de su mujer y que
por eso no había prosperado.
Exageramos
al contarle lo que ella había alegado en la denuncia, adornamos el asunto con
algún dato de nuestra cosecha, le contamos lo de la relación tormentosa y que
después de una pelea había salido a comprar tabaco y no había vuelto jamás. Al
oír esto puso cara de asombro y abriendo mucho los ojos dijo:
-“¿Relación
tormentosa?” ¡Eso es falso!, tuvimos un disgustillo sin importancia nada más.
¡Disgustillo sin importancia y se había quitado de
en medio durante más de veinte años!
A partir de
ahí todo fue muy fácil: renovada su documentación como procedía, se rehabilitó la
pensión actualizándola al valor del momento, lo que causó
gran alegría al hombre que no se lo esperaba, y la seguridad que le daba una
pensión digna para toda la vida le hizo olvidar la actuación de la que fue su
esposa que, aunque de forma indolora, había intentado “enterrarlo” en vida.
Su
relación con nosotros se volvió más amistosa, el hombre estirado de las
primeras visitas dio paso a una persona jovial que con simpatía insistió en que
nos tomáramos un café con él, y en la cafetería de al lado tuvimos un desayuno
de anécdotas, mujeres y tangos, que nos proporcionaron una placentera digestión
de cultura tanguista que nos ha sido muy útil en la vida.
Unos
días después vino a despedirse porque volvía a París. Nos dio una caja con envoltura
elegante a cada uno, que en principio aceptamos creyendo que eran bombones,
pero cuando las abrimos vimos que eran dos colecciones de monedas conmemorativas del bicentenario de la Revolución Francesa, eso no
podíamos aceptarlo porque eran demasiado valiosas. Después de explicarle que no
podíamos aceptar ese regalo de todas las formas posibles, conseguimos que
cogiera las cajas y se las llevara, nos dijo que no lo comprendía y que se iba
muy “disgustado”. Sin poder contenerme le dije:
- ¡Pues
entonces no lo vemos por aquí en veinte años!
No fue así,
volvió al año siguiente. Tenía un aspecto inmejorable y nos dijo que estaba muy
tranquilo y feliz. Seguía con sus agradecimientos, dijo que nadie se había
preocupado por él como nosotros en su vida, que mientras pudiera volvería a
saludarnos en sus vacaciones y que todavía se acordaba del mal rato que se
llevó cuando no le aceptamos el regalo el año anterior. Me preguntó que si le
aceptaría un bote de colonia, le dije que sí, que eso no tenía importancia:
tenía que haberlo pensado mejor conociendo su tendencia a la exageración,
porque sacó de su bolsa un bote de litro de “Chanel nº 5”, ¡de litro! Veinte años me ha
durado el perfume.
El disgusto del Madrid, me lo ha quitado tu amigo el tangista, sigue en el tajo, y no te vendas tan caro, Coco.
ResponderEliminar"Nunca se sabe como va a reaccionar una persona al enterarse que lo han intentado dar por muerto para disponer de sus bienes."
Es que no me cabe en el cuerpo "de imaginármelo".
Por cierto, qué guapa está coquete en la foto que veo cuando escribo ésto.
Entiendo vuestro disgusto por como han jugado y ganado Barça y Madrid, uyuyuy.
ResponderEliminarAl cuento del apache no le falta de nada, un tanguista con frenillo corto ligual, habría que oír como le quedarían sus tangos:"mis Buenos Aigues queguidos..", que sale a comprar tabaco, desaparece y le dan por muerto. Una gran historia, con acción, misterio y humor. Coco, tu también duermes como Marylin Monroe?
ejejej que bien escribes!!
ResponderEliminarBuena historia, Coco, por cierto, algún dia te hablaré de otra historia interesante y divertida, aunque...quizá la conozcas
ResponderEliminarLan: Venga cuéntamela¡¡¡
ResponderEliminarCoco, ya te digo en el otro blog que no sé donde la tengo, cuando la encuentre, (si tengo suerte), te la transcribo.
ResponderEliminarYa te diré más, Coco, porque el cuento se las trae y has tomado partido.
ResponderEliminar¿Te has dado cuenta de lo de los regalos que te hacían? "Flores de plástico" para que siempre la recordaras,"Chanel nº5" de Coco Chanel...
Dulcamara, ¿cómo le pregunta a Coco si duerme desnuda con perfume o no? Por lo demás, muy agudo.
Mory, es difícil imaginarlo, ¿verdad? Pues dice Zenetica que a veces la realidad supera la ficción. Buenas noches, ángel mío.
Coco, tu niña está guapísima. Tengo yo un sobrino...
algunos bombones también te habrán regalado, seguro. Hay gente verdaderamente agradecida, y lo hacen de una forma humilde y sencilla que no resulta "ilegal"recibir dádivas de los "clientes", porque són agradecimientos de cosas que en realidad es nuestro trabajo, y resultan muy gratificantes estos detalles, este tipo de personas hacen que nos hallamos enganchado al trabajo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPuntualizo lo de las groserías: en México, cuando vas a casa de unos amigos, te suelen ofrecer regalos que aunque te de vergüenza aceptar porque sean muchos o costosos, supone una descortesía muy grade decir que no los quieres. Así me lo explicaron la noche de muertos, cuando al entrar a un velatorio, me ofrecieron un café (era de noche y yo ya había tomado uno) y lo rechacé. La mexicana que venía conmigo lo tomó y dio las gracias, y cuando llegamos a la calle lo tiró en un arbolito. Fue entonces cuando le pregunté por qué lo había aceptado y ella me dijo: aquí está feo rechazar un regalo, es una ofensa ya que las personas te dan lo mejor que tienen y si no lo quieres, es como si no lo considerases... Fue una gran enseñanza para mí. Aquí regalar es un placer y recibir es una generosidad.
ResponderEliminarTe mando besos
Macu.