Las
dos amigas habían ido a pasar el domingo a la playa. Eran años de hijos
pequeños y mucho trabajo en la oficina y, de vez en cuando, convenía que la
madre se proporcionara un respiro. Así es como lo llaman ahora precisamente: “Respiro
Familiar”, y por eso aquel domingo las dos amigas decidieron pasar un día de
chiringuito y sol, con la tranquilidad de que los niños y los padres pasarían
también un estupendo día de excursión por las montañas.
A
pesar de lo avanzado del mes de octubre, la playa brillaba como un día de
verano: el sol calentaba, el mar estaba en calma, la brisa suave apenas si
movía las hojas de las buganvillas, que aún lucían sus colores cálidos y
luminosos. A diferencia del periodo de vacaciones, en la arena había poca
gente: unas cuantas familias con sus niños, y algunos grupos de jóvenes
distribuidos en corros que reían y jugaban
sin dejar de mirar al mar por el
que navegaban sobre tablas de bonitas velas cuatro o cinco amigos. También quedaban en la playa, a modo
de reliquias del pasado verano, unas cuantas mujeres que no se habían dado por
enteradas del cambio de estación y que, tumbadas como lagartos, trataban de
perpetuar un bronceado que cada vez les sentaba peor, tanto física como
estéticamente.
Por su parte, la mayoría de las personas mayores se habían instalado cómodamente en las terrazas de los chiringuitos, que estaban tan cercanas al agua que si subía un poco la marea habría que retirar las mesas de la primera fila para que no se las llevara el mar, y allí, disfrutando de un clima ideal, entre conversaciones, cervezas y vinos, esperaban la hora del almuerzo, para dar buena cuenta de los productos del mar y la tierra cocinados al uso local, sin despreciar el ron autóctono que acompañaría a los refrescos de la tarde. Elementos idóneos todos ellos para pasar un día memorable.
Y
en ese amable escenario iba transcurriendo una jornada feliz que cada
cual aprovecharía para acumular fuerzas con las que afrontar la rutina
invernal con sus tareas, sus fiestas y sus días cortos, oscuros y fríos;
aunque lo que ilusionaba a muchas de aquellas personas era que
apareciera por fin lo que habían esperado todo el verano, es más,
el motivo del viaje de aquel domingo hasta la costa era la última
oportunidad que se estaban dando para ver si aparecía por levante, como
había sucedido en otros pueblos del este de la provincia desde principios del
mes de julio.
Sobre
las doce del mediodía los muchachos del grupo de la playa dieron la voz de
alarma. Al principio se referían a uno de sus amigos, que estaba
navegando:
-¡Se
ha caído, se ha caído y no se levanta!
Toda
la gente miró hacia el muchacho y, efectivamente, vieron cómo la vela estaba en
el agua y él braceaba sobre la tabla a toda velocidad. Los de la playa seguían
gritando:
-¡Algo
le ha asustado!
-¿Qué
le pasa?
Y
el joven seguía moviendo los brazos como si fueran remos; pronto, las
otras velas también cayeron y siguieron a la primera en su camino hacia tierra.
Conforme
se acercaban, los muchachos gritaban a sus compañeros:
-¡El
delfín, el delfín, nos ha tirado el delfín!
La
playa se llenó de gente, se quedaron los chiringuitos vacíos, salieron niños de
todas partes, todo el mundo miraba hacia el mar; pero se hizo esperar, todavía
no tenía intención de presentarse. Los muchachos de las tablas llegaron a
tierra y contaron que un delfín había estado nadando junto a ellos durante un
buen rato, saliendo y entrando a su alrededor, hasta que no habían podido
aguantar el equilibrio y habían caído al agua.
Era
el delfín que apareció por los pueblos del levante provincial en el mes de
julio y, llevaba visitando las playas cada semana, pueblo a pueblo, siempre en
dirección a poniente; por algún motivo se había perdido de su manada y el
instinto lo estaba dirigiendo al Océano donde debía de andar su familia. Había
sido la noticia del verano en los periódicos, que en sus páginas de
vacaciones contaban que se trataba de una cría y que tenía una especial
relación con los niños. Éste era el último pueblo de la provincia en el camino
del sol, el que se quedó esperando, con la consiguiente desilusión
de los veraneantes por no haber sido elegidos por tan simpático
visitante. Hubo en los últimos días de las vacaciones muchos comentarios
relativos a la actitud discriminatoria del delfín con el pueblo; por eso, aquel
domingo de octubre, tanto los mayores como los pequeños, se sintieron tan
felices cuando supieron que también ellos iban a conocerlo.
Como
compensación a la larga espera, se dispuso a ofrecer la mejor función de la
temporada.
A
una distancia suficiente para ser visto desde todos los puntos de la bahía,
moviendo el mar con su cuerpo, hizo todas las piruetas que sabía, era su forma
de comunicarse y lo hacía de maravilla: su lenguaje particular tan vivo y
alegre dejó enamorada a la concurrencia. El espectáculo era maravilloso,
danzaba como si su cuerpo de más de dos metros no pesara nada, se elevaba hacia
el cielo para caer en picado y volver a subir una y otra vez; lo hacía
tanto con la cabeza para abajo mostrando su lomo oscuro, como con la
cabeza hacia atrás enseñando su barriga clara, y cuando caía el agua azul se
convertía en espuma blanca y saltarina.
Cuando se había lucido a base de bien, se dirigió a la playa y
con su panza en la arena empezó a jugar con los niños que se habían metido en
el agua: dejaba que lo acariciaran, besaran y tocaran por todas partes, hasta
dejó que los chiquillos se subieran encima y agarrados a la aleta los fue
paseando por el rompeolas. Las madres de los más pequeños acudieron
a recogerlos, preocupadas por si les hacía daño. Y los muchachos mayores se
lanzaron al agua con mucho alboroto mientras el delfín se divertía con unos y
con otros.
Las dos amigas se habían sentado en la arena disfrutando del
espectáculo, estaban tan emocionadas que, sin darse cuenta, se tiraron al agua
y se vieron nadando detrás del grupo de jóvenes que rodeaba al delfín, eran
valientes y buenas nadadoras, y también ellas querían jugar con él. Todo
iba bien al principio, era divertido encontrarse entre aquellos jóvenes
gritones que se empujaban unos a otros para estar más cerca del nuevo amigo,
pero cuando por fin ellas también consiguieron acercarse la impresión fue
mayúscula: la más prudente se limitó a volver a tierra y la otra, imprudente,
dio un par de brazadas más, incluso llegó a rozarse con su piel de papel de
lija. Cuando quiso y cómo quiso, el delfín, de un coletazo, la arrastró hacia
el fondo con una fuerza como jamás ella hubiera imaginado, tuvo la sensación de
que era succionada desde algún agujero submarino, sus dotes de nadadora de nada
servían ante la fuerza con la que el agua que movía el animal tiraba de
todo lo que tenía cerca; a los chicos eso no les importaba y salían a
flote riéndose, pero a la mujer le sobraba madurez y le faltaba la
inconsciencia que tiene la juventud, aún era tiempo de aprender y aprendió lo
más importante: el delfín se movía en su medio natural y ella era una torpe
intrusa. Con la fuerza del miedo empujándole los pies, nadó hasta la orilla y
volvió al lugar que le correspondía que no era otro que el de feliz
espectadora.
Siguió
el delfín en la playa con los niños hasta que el sol se coló por detrás del
monte gordo que cierra la bahía por la derecha, y cuando la noche se llevó
la luz y el agua se volvió negra, él se fue hacía poniente y los niños
volvieron a sus casas y extenuados soñarían con su amigo-pez esa noche y muchas
otras más.
Las
dos amigas volvieron a la ciudad hablando del día tan extraordinario que habían
pasado. Por un momento, la que tocó al delfín sintió no haber llevado a sus
hijos aquel día , sin duda, se habrían divertido mucho, pero luego con el paso
del tiempo comprendió que para ellos hubiera sido una diversión como otra
cualquiera, para los niños todo es nuevo y lo extraordinario es común, mientras
que una aventura contada por su madre unas veces tal y como sucedió y otras
como debiera de haber sucedido, según conveniencia, ha pasado a formar parte de
la herencia folclórico-familiar y es algo que ellos también pueden asumir como
propio, porque lo han oído muchas veces y porque les pudo pasar a ellos como le
pasó a su madre.
Los
niños nunca supieron que unas semanas después el periódico traía una
triste noticia: en las playas del primer pueblo de la provincia vecina en
dirección a poniente, había aparecido el cadáver de una cría de delfín que, al
parecer, había muerto por heridas probablemente hechas por un remo. Está claro
que la simpatía que inspiraba el animal a la gente de la playa no coincidía con
los intereses de los pescadores, que habían denunciado que el cetáceo espantaba
su pesca diaria. Esta noticia, como
tantas otras, fue ocultada a los más
pequeños.
yo no la conocia.
ResponderEliminarmuy bonita
¿no serías tú la del coletazo del delfín, no?
ResponderEliminarbesos
Es de una plasticidad el relato, que me ha salpicado un poco de agua en el último coletazo del delfín, de verdad, que no miento.
ResponderEliminarMuy bonito Coco.
Un beso desde el Sur
Anónimo ¿tu que crees?
ResponderEliminarQue envidia más grande le da a la hija de la mujer del coletazo, cada vez q recuerda esta historia.
ResponderEliminarOtra vez la "Vida" (no se sabe cual de las dos),nos enseña que, a veces, los animales son más humanos que los propios humanos;¡pobretico el pequeño delfín!,¡que lo único que sabía hacer era jugar!
Muy bonito cuento mamini.
Por cierto, la foto que me tienes con la copa podias cambiarla madre, que no está bonito eso.
ayyy como dice morayma parece que casi se toca al delfín y que vuelve uno a los veranos que ya nunca serán igual.. nostalgia!!
ResponderEliminarestoy con coco, yo también quiero que me revuelque un coletazo de mamífero nadador.. mira que siempre dije que la sierra está muy bien para esquiar pero que lo mejor es la playa ;)
Buenoooo, para mi la playa tiene siempre demasiada arena, y demasiado rato tumbado, sin hacer nada, y los chriringuitos, los ha puesto cada vez mas lejos.
ResponderEliminarPor sugerencia de mi hijo Nono he cambiado la palabra pez en el relato, porque los delfines no son peces: son mamíferos. No obstante, me he permitido una licencia nombrando "amigo-pez" de los niños, porque seguro que para ellos eso es lo que fue.
ResponderEliminarPreciosísimo... intrigante de principio a fin, dulce y sabio. Te mando un abrazo, te quiero. Macu.
ResponderEliminarQué envidia. Haberlo vivido y saber contarlo así.
ResponderEliminarDa envidida haberlo vivido y saber contarlo así. Gracias.
ResponderEliminarGracias Arturo.Es verdad que fue un día memorable.
ResponderEliminarQué tierna la historia, hasta en el apuro, no pierdes las formas contándolo. Me ha gustado mucho...Alegre, sarcástico, tierno, triste, sabio y bello.
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