sábado, 6 de noviembre de 2010

De la mar el delfín...






De la mar el delfín…
Dedicado a Marina Ubiña Benavides, mi futura escritora favorita.




        Las dos amigas habían ido a pasar el domingo a la playa. Eran  años de hijos pequeños y mucho trabajo en la oficina y, de vez en cuando, convenía que la madre se proporcionara un respiro. Así es como lo llaman ahora precisamente: “Respiro Familiar”, y por eso aquel domingo las dos amigas decidieron pasar un día de chiringuito y sol, con la tranquilidad de que los niños y los padres pasarían también un estupendo día de excursión por las montañas.

        A pesar de lo avanzado del mes de octubre, la playa  brillaba como un día de verano: el sol calentaba, el mar estaba en calma, la brisa suave apenas si movía las hojas de las buganvillas, que aún lucían sus colores cálidos y luminosos. A diferencia del periodo de vacaciones, en la arena había poca gente: unas cuantas familias con sus niños, y algunos grupos de jóvenes distribuidos en corros que reían y jugaban  sin dejar de mirar al mar por el  que navegaban sobre  tablas de bonitas velas cuatro o cinco  amigos. También quedaban en la playa, a modo de reliquias del pasado verano, unas cuantas mujeres que no se habían dado por enteradas del cambio de estación y que, tumbadas como lagartos, trataban de perpetuar un bronceado que cada vez les sentaba peor, tanto física como estéticamente.

         Por su parte, la mayoría de  las personas mayores se habían instalado cómodamente en las terrazas de los chiringuitos, que estaban  tan cercanas al agua que si subía un poco la marea habría  que retirar las mesas de la primera fila para que no se las llevara el mar,  y allí, disfrutando de un clima ideal, entre conversaciones, cervezas y vinos, esperaban la hora del almuerzo, para dar buena cuenta de los productos del mar y la tierra cocinados al uso local, sin despreciar el ron autóctono que acompañaría a los refrescos de la tarde. Elementos idóneos todos ellos para pasar un día memorable.

        Y en ese amable escenario  iba transcurriendo una jornada feliz que cada cual  aprovecharía para acumular fuerzas con las que afrontar la rutina invernal con sus tareas, sus fiestas y sus días cortos, oscuros y  fríos; aunque lo que ilusionaba a muchas de aquellas personas era que apareciera por fin lo que habían esperado todo el verano, es más, el motivo del viaje de aquel domingo hasta la costa era  la última oportunidad que se estaban dando para ver si aparecía  por levante, como había sucedido en otros pueblos del este de la provincia desde principios del mes de julio.

        Sobre las doce del mediodía los muchachos del grupo de la playa dieron la voz de alarma. Al principio se referían a uno de sus amigos, que estaba navegando: 

        -¡Se ha caído, se ha caído y no se levanta!

        Toda la gente miró hacia el muchacho y, efectivamente, vieron cómo la vela estaba en el agua y él braceaba sobre la tabla a toda velocidad. Los de la playa seguían gritando:

        -¡Algo le ha asustado!
       
        -¿Qué le pasa?

        Y el joven seguía moviendo los brazos como si  fueran remos; pronto, las otras velas también cayeron y siguieron a la primera en su camino hacia tierra.

        Conforme se acercaban,  los muchachos gritaban a sus compañeros:

        -¡El delfín, el delfín,  nos ha tirado el delfín!
       
        La playa se llenó de gente, se quedaron los chiringuitos vacíos, salieron niños de todas partes, todo el mundo miraba hacia el mar; pero se hizo esperar, todavía no tenía intención de presentarse. Los muchachos de las tablas llegaron a tierra y contaron que un delfín había estado nadando junto a ellos durante un buen rato, saliendo y entrando a su alrededor, hasta  que no habían podido aguantar el equilibrio y habían caído al agua.

        Era el delfín que apareció por los pueblos del levante provincial en el mes de julio y,  llevaba visitando las playas cada semana, pueblo a pueblo, siempre en dirección a poniente; por algún motivo se había perdido de su manada y el instinto lo estaba dirigiendo al Océano donde debía de andar su familia. Había sido la noticia del verano en los periódicosque en sus páginas de vacaciones contaban que se trataba de una cría y que tenía una especial relación con los niños. Éste era el último pueblo de la provincia en el camino del sol, el que se quedó esperando, con la consiguiente desilusión de los veraneantes  por no haber sido elegidos por tan simpático visitante. Hubo en los últimos días de las vacaciones muchos comentarios relativos a la actitud discriminatoria del delfín con el pueblo; por eso, aquel domingo de octubre, tanto los mayores como los pequeños, se sintieron tan felices cuando supieron que también ellos iban a conocerlo.

        Como compensación a la larga espera, se dispuso a ofrecer la mejor función de la temporada. 

        A una distancia suficiente para ser visto desde todos los puntos de la bahía, moviendo el mar con su cuerpo, hizo todas las piruetas que sabía, era su forma de comunicarse y lo hacía de maravilla: su lenguaje particular tan vivo y alegre dejó enamorada a la concurrencia. El espectáculo era maravilloso, danzaba como si su cuerpo de más de dos metros no pesara nada, se elevaba hacia el cielo para caer en picado y volver a subir una y otra vez; lo hacía tanto  con la cabeza para abajo mostrando su lomo oscuro, como con la cabeza hacia atrás enseñando su barriga clara, y cuando caía el agua azul se convertía en espuma blanca y saltarina.

        Cuando se había lucido a base de bien, se dirigió a la playa y con su panza en la arena empezó a jugar con los niños que se habían metido en el agua: dejaba que lo acariciaran, besaran y tocaran por todas partes, hasta dejó que los chiquillos se subieran encima y agarrados a la aleta los fue paseando  por el rompeolas. Las  madres de los más pequeños acudieron a recogerlos, preocupadas por si les hacía daño. Y los muchachos mayores se lanzaron al agua con mucho alboroto mientras el delfín se divertía con unos y con otros.
       
        Las dos amigas se habían sentado en la arena disfrutando del espectáculo, estaban tan emocionadas que, sin darse cuenta, se tiraron al agua y se vieron nadando detrás del grupo de jóvenes que rodeaba al delfín, eran valientes y buenas nadadoras,  y también ellas querían jugar con él. Todo iba bien al principio, era divertido encontrarse entre aquellos jóvenes gritones que se empujaban unos a otros para estar más cerca del nuevo amigo, pero cuando por fin ellas también consiguieron acercarse la impresión fue mayúscula: la más prudente se limitó a volver a tierra y la otra, imprudente, dio un par de brazadas más, incluso llegó a rozarse con su piel de papel de lija. Cuando quiso y cómo quiso, el delfín, de un coletazo, la arrastró hacia el fondo con una fuerza como jamás ella hubiera imaginado, tuvo la sensación de que era succionada desde algún agujero submarino, sus dotes de nadadora de nada servían ante la fuerza con la que el agua que movía el animal tiraba de  todo lo que tenía cerca; a los chicos eso no les importaba y salían a flote riéndose, pero a la mujer le sobraba madurez y le faltaba la inconsciencia que tiene la juventud, aún era tiempo de aprender y aprendió lo más importante: el delfín se movía en su medio natural y ella era una torpe intrusa. Con la fuerza del miedo empujándole los pies, nadó hasta la orilla y volvió al lugar que le correspondía que no era otro que el  de feliz espectadora.
       
        Siguió el delfín en la playa con los niños hasta que el sol se coló por detrás del monte gordo que cierra la bahía por la derecha, y cuando la noche se llevó  la luz y el agua se volvió negra, él se fue hacía poniente y los niños volvieron a sus casas y extenuados soñarían con su amigo-pez esa noche y muchas otras más.

        Las dos amigas volvieron a la ciudad hablando del día tan extraordinario que habían pasado. Por un momento, la que tocó al delfín sintió no haber llevado a sus hijos aquel día , sin duda, se habrían divertido mucho, pero luego con el paso del tiempo comprendió que para ellos hubiera sido una diversión como otra cualquiera, para los niños todo es nuevo y lo extraordinario es común, mientras que una aventura contada por su madre unas veces tal y como sucedió y otras como debiera de haber sucedido, según conveniencia, ha pasado a formar parte de la herencia folclórico-familiar y es algo que ellos también pueden asumir como propio, porque lo han oído muchas veces y porque les pudo pasar a ellos como le pasó a su madre.
       
        Los niños nunca supieron que unas semanas después  el periódico traía una triste noticia: en las playas del primer pueblo de la provincia vecina en dirección a poniente, había aparecido el cadáver de una cría de delfín que, al parecer, había muerto por heridas probablemente hechas por un remo. Está claro que la simpatía que inspiraba el animal a la gente de la playa no coincidía con los intereses de los pescadores, que habían denunciado que el cetáceo espantaba su pesca diaria. Esta noticia,  como tantas otras,  fue ocultada a los más pequeños.



13 comentarios:

  1. ¿no serías tú la del coletazo del delfín, no?
    besos

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  2. Es de una plasticidad el relato, que me ha salpicado un poco de agua en el último coletazo del delfín, de verdad, que no miento.
    Muy bonito Coco.
    Un beso desde el Sur

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  3. Que envidia más grande le da a la hija de la mujer del coletazo, cada vez q recuerda esta historia.
    Otra vez la "Vida" (no se sabe cual de las dos),nos enseña que, a veces, los animales son más humanos que los propios humanos;¡pobretico el pequeño delfín!,¡que lo único que sabía hacer era jugar!
    Muy bonito cuento mamini.
    Por cierto, la foto que me tienes con la copa podias cambiarla madre, que no está bonito eso.

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  4. ayyy como dice morayma parece que casi se toca al delfín y que vuelve uno a los veranos que ya nunca serán igual.. nostalgia!!

    estoy con coco, yo también quiero que me revuelque un coletazo de mamífero nadador.. mira que siempre dije que la sierra está muy bien para esquiar pero que lo mejor es la playa ;)

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  5. Buenoooo, para mi la playa tiene siempre demasiada arena, y demasiado rato tumbado, sin hacer nada, y los chriringuitos, los ha puesto cada vez mas lejos.

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  6. Por sugerencia de mi hijo Nono he cambiado la palabra pez en el relato, porque los delfines no son peces: son mamíferos. No obstante, me he permitido una licencia nombrando "amigo-pez" de los niños, porque seguro que para ellos eso es lo que fue.

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  7. Preciosísimo... intrigante de principio a fin, dulce y sabio. Te mando un abrazo, te quiero. Macu.

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  8. Qué envidia. Haberlo vivido y saber contarlo así.

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  9. Da envidida haberlo vivido y saber contarlo así. Gracias.

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  10. Gracias Arturo.Es verdad que fue un día memorable.

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  11. Qué tierna la historia, hasta en el apuro, no pierdes las formas contándolo. Me ha gustado mucho...Alegre, sarcástico, tierno, triste, sabio y bello.

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