LA MESA DE CAMILLA
Capital
de provincia de la baja Andalucía. Plaza Principal: una reja que llega hasta el
suelo de la calle, ventana con postigos de madera y visillos de hilo bordados
con calados “Richelieu” y puntillas de ganchillo. Tres mujeres que se sientan
en una mesa de camilla que está junto a la ventana y ven la calle a través de
los encajes; ninguna cumplirá ya los cincuenta pero no pierden la esperanza,
nunca fueron guapas aunque ya no importa, la edad redime a los feos, además son
muy finas y saben comportarse en sociedad a las mil maravillas, harían feliz a
cualquier marido amante del hogar. Educadas para servir al hombre, tuvieron
ocasión de practicar cuidando de su padre que murió a los noventa años, cuando
ellas ya eran casi viejas, hasta el final estuvo vigilando para que no se
descarriara ninguna de las tres y pasaron su vida mirando por esa reja y
pidiendo permiso hasta para comprarse unas medias.
Solo
una de las tres salió de casa para trabajar: el padre creyó que alguna debía hacerse
cargo de los gastos cuando él faltara y a la que era más fea la colocó en una
oficina cuando ya había cumplido los treinta y gracias a su inteligencia y a su
eficacia había conseguido el puesto de secretaria del Secretario Provincial,
que era como decir la persona que más influencia tenía sobre toda la oficina,
porque en su despacho se administraban las vacaciones, los permisos, los
traslados, las adscripciones a los distintos puestos y cualquier reparto que
hubiera. Se llamaba Tere, Terita para sus compañeros, y era una referencia
imprescindible para la convivencia del personal de la oficina.
El
mantel blanquísimo, la vajilla preciosa, el bizcocho de nata casero exquisito.
Las jóvenes compañeras de la hermana trabajadora habían sido invitadas a
merendar para que conocieran a su familia. Procedían de otras provincias y
había que darles hospitalidad y calor de hogar, así de generosa es aquella
gente. Y allí estaban las dos muchachas un poco cohibidas porque imponían las hermanas de la compañera, con su
aspecto de monjas teresianas sentadas en aquella habitación que podía ser de
aquel siglo o del anterior, un cuarto de estar en el que se podía haber
representado el “Sí de las niñas” perfectamente sin desmarcarse en el tiempo
ninguno de los elementos decorativos.
El tema de conversación que sirvió de
detonante para la relajación del ambiente, fue el propio Secretario Provincial:
las mayores, haciendo gala de un conocimiento exhaustivo del tema, se sintieron
en la obligación de informar a las jóvenes de la trayectoria vital de aquel
hombre, contaron que tenía una doble vida, que, además de trabajar en la
oficina, era un hombre de la radio, que tenía un programa por la tarde
especializado en música de jazz y flamenco, que contaba con una larga lista de novias por toda la ciudad,
que sus aventuras eran conocidas en toda la provincia e incluso en la provincia
vecina y su capital. Las jóvenes asentían diciendo que ya les parecía a ellas
que tenía mucho desparpajo, que había tenido que ser muy guapo cuando joven
(para ellas era mayor porque rondaba los cuarenta). Y así fue transcurriendo la
velada alrededor de la mesa de camilla, esmerándose en poner a las jóvenes en
antecedentes de la vida y milagros de aquel hombre alto, atractivo y simpático,
como si le estuvieran haciendo propaganda. Las muchachas insistían en que era muy mayor para su punto de vista.
Hasta que en un momento determinado, la mayor de las tres hermanas suspiró y,
haciendo un gesto con la mano como si se sujetara la barbilla mientras bajaba
la cara, que se le caía un poco hacia un lado, exclamó:
-¡Sí,
sí, vosotras lo veréis muy mayor, pero tiene que tener un "pedazo-de-boniato"
que para nosotras lo quisiéramos!
Las
carcajadas de las jóvenes dieron pie a las hermanas para soltar un repertorio
completo de barbaridades, cada cosa que se les ocurría era más borde que la
anterior: las muchachas no paraban de reír con
los disparates que decían las tres mayores, y eso parecía jalearlas porque de
sus bocas salían todas las sinvergonzonerías habidas y por haber. Su padre debía
de estar dando saltos en su tumba viendo el resultado de la estricta educación
que él creía haberles dado. ¡Lo que habían aprendido detrás de aquellos
visillos mientras el hombre creía que estaban rezando el rosario y qué tontos
los hombres, que no habían sabido ver la simpatía y la magia de aquellas
mujeres detrás de su aspecto de solteronas! Ellos se lo perdieron.
Alguna
de las que entonces era joven puede decir que pasó una de las tardes mas
divertidas de su vida, y que por mucho tiempo que pase nunca las olvidará , ni
a ellas ni a su mesa de camilla.
En este orden:
ResponderEliminar1º.-Magnífico
2º.-Conmovedor
3º.-Alvarez Quinteriano
Por todo ello, de lo mejor que te he leído, así que éste puede ser el comienzo de la Novela que nos está faltando.Ánimo y al toro.
Un abrazo
P.D. Osuna?, Arahal? Sanlúcar o Puerto de Santa María?
Me uno a los elogios de Ángel. Conmovedor, Coco. Felicidades
ResponderEliminarQué bonito Coco, siempre me pasa lo mismo, empiezo a leer una líneas pensando en ver de qué va el cuento, y no puedo parar hasta que lo termino. Te mando un abrazo fuerte. ¿Cuándo el próximo?
ResponderEliminarLa Andalucia profunda... que resulto menos profunda,
ResponderEliminarMuy bien Coco, hazle caso a Angel
He leído que que tu texto, querida amiga (dos puntos), lo han calificado como de Alvarez Quintero. Yo lo calificaría en mi humilde opinión de Lorquianoquintero y Quiroga. Y estoy ansioso de que prosiga la novela "u" folletín. Te adoro Coco y adoro tu literatura. Gracias por darme en ocasiones el modo de irme a dormir con un pensamiento agradable. Besos
ResponderEliminarPrecioso. Cada vez afinas más con la pluma y en esta historia el nivel lo has puesto muy alto.
ResponderEliminarUn beso
Los cuentos de Coco siempre son increibles, te emocionan y te llegan hasta la médula o el tuétano. Los lees en el PC y te mantienes ansioso por mover el cursor y ver como siguen
ResponderEliminary aún se ríe la joven cuando lo escribe.. y hasta sus niños al leerlo!! ajajj
ResponderEliminarTe vas superando en cada historia, y nos dejas con las ganas de leer la siguiente ya. Me encantan.
ResponderEliminarBesos. Isabel.
Te voy a decir lo que me parece: nos lo cuentas con tanta gracia y acierto que a una le parece que está comiendo pastas y disfrutando de esa sala con la luz que dejan pasar los visillos y oyendo risas , risas de mujeres solas hablando a sus anchas de una de las cosas que más nos gusta hablar: de los hombres ( y su boniato). Gracias Coco. Me pasa como a Macu, empiezo a leer y no puedo parar. Maite
ResponderEliminarMe sumo a todo lo dicho anteriormente. Y eso, qué tontos los hombres que no habían sabido ver...
ResponderEliminar9,6
Un abrazo
Me encanta la vieja del boniato!!!!!!jajajaja está es una de mis historias favoritas mami!!!
ResponderEliminarCoco al leerlo me ha traído a la memoria la casa de una vecina, era prácticamente igual a la que describes en tu cuento sólo que esta vecina estaba casada, no tenía hijos, pero se pasaba el día detrás de esos visillos mirando la calle, el resto de la casa en penumbra. Para mí, una niña tan pequeña que todo el día estaba en la calle, era un gran misterio atravesar aquella puerta todos los días, pero lo hacia. Una vez dentro, en esta casa, no pasaba nada excepto yo que le alegraba el rato.
ResponderEliminarGracias es muy bonito.