A todos los hombres decentes que siempre me han rodeado.
Y a mi hermana Julia que tiró a Miguelin a la piscina vestido de soldado de aviación por tontear más de la cuenta.
Con la primera raya pasó auténtico miedo, le temblaba la mano y apenas si la hizo en condiciones. Pero estaba harta de que le faltaran el respeto simplemente porque era casi una niña y les resultaba atractiva, estaba segura de que a partir de esa primera raya se sentiría mejor. Después vino la segunda y esa fue más fácil, y todavía mejor la tercera y las siguientes, que fueron muchas, y que se sucedieron sin ningún remordimiento y con mucha soltura. Y empezó a sentirse cada vez mejor disfrutando con las rayitas.
Desde hacía tiempo no soportaba que los hombres le dijeran cosas groseras por la calle, algunos se pasaban con las niñas que empezaban a hacer uso de las libertades que los nuevos tiempos traían. Poco a poco los aires de aquel mes de mayo del país vecino estaban llegando a las tierras del sur y sin que nadie se diera cuenta se iban colando en las casas camuflados entre los rayos de un sol de primavera que entraba por las ventanas y balcones, abiertos de par en par, después de muchos inviernos oscuros y tristes.
Aunque no fue de repente, conforme dejaba atrás la niñez empezó a atropellarla la modernidad, coincidieron en el tiempo ella y los cambios más significativos de la historia de las mujeres. Le tocó romper muchos moldes en la vida, cosas superfluas pensamos ahora, pero cosas que a una niña pueden marcarla para progresar o para regresar, y ella optó por lo primero porque tuvo suerte, tenía un padre al que le encantaban esos avances y un hermano mayor que la convencía de que ella tenía la sartén por el mango, y que, no dependiendo de nadie, podría pisar fuerte en la vida y contrarrestaría la reacción, reacción que después de cuarenta años no ha sido erradicada del país para según qué cosas ¡Peor para ellos! Y también supo, pero mucho más tarde, que de su inteligencia sacó mucha gente más provecho que ella misma y que le abrieron más puertas la melena rubia, los ojos azules y la talla de sujetador, que la propia inteligencia, que más bien le sirvió para tomarse la vida con humor y reírse mucho siempre, incluso otras puertas más difíciles de abrir, se las abrió la sonrisa.
Junto a sus amigas tuvo que soportar con apenas trece años, que la gente le tirara piedras por llevar pantalones en una aldea marinera, cuyo nombre nadie quiere mencionar, porque los otros pueblos lo consideran gafe. Si quieren averigüen, yo no la nombro por si acaso.
Luego fueron aquellas favorecedoras minifaldas y las viejas de la calle que le decían: “Niña que se te ve el culo ¡so sinvergüenza!”. O que el padre de su mejor amiga no la dejara salir con ella porque llevaba esa falda tan corta, la vida demostró que el chungo era él. Y los cigarros que tampoco estaban bien vistos y había quien se creía en la obligación de decirle marrana por fumar, después se comprobó que eso era malo para la salud, pero ellos no iban por ahí precisamente.
Y empezó a hartarse, pero lo mismo que sobrellevaba con cierta condescendencia lo que le decían las mujeres mayores: “¡Pobrecilla, habrá que ver la vida que ha llevado o como la manipula el párroco!”, le daba una rabia tremenda lo que le decían los hombres, los normales no: los guarros, ella, que los consideraba inferiores por tontos y salidos, tenía que pasar vergüenza por las barbaridades con que trataban de piropearla, eso era superior a sus fuerzas aguantadoras. Sabía que no podía contestar en los mismos términos sin que el tío la dejara en ridículo insultándola en público, un hombre no podía permitir que una mujer le faltara el respeto. Tampoco podía agredirlos físicamente, que es lo que le apetecía, porque saldría perdiendo. (No olvidemos que para la gente la culpa la tenía ella por ir tan provocativa). Y no era cuestión de ponerse a la altura de los imbéciles. Por eso desarrolló una habilidad especial para inventar sobre la marcha pequeñas venganzas que la dejaban un poco más tranquila.
Un día que había comprado huevos y los llevaba en un cartucho de papel en la mano, la seguía un pobre soldado que le iba diciendo todas las ordinarieces que sabía ¿de verdad se pensaría que podía ligar así?, fue andando muy deprisa y cuando llegó a la puerta de su casa, sabiendo que estaba a salvo en el portal, le estrelló el paquete de huevos en el uniforme manchándolo a base de bien, ya le daría el cabo su merecido cuando llegara al cuartel. Aunque a ella también le echó una buena regañera su madre por echar a perder una docena de huevos, ese día aprendió que había que hilar más fino, que así no valía.
Como aquella vez que fue a sacar su coche de la cochera y había un hermoso todoterreno aparcado en la puerta, como no podía salir fue a la cafetería que había enfrente y pidió al camarero que preguntara de quien era aquel coche, al momento de un grupo de impresentables salió una voz que dijo: “Es mío para que lo quite vas a tener que ch….”, coreado por las risotadas de sus compañeros. Salió del bar roja como un tomate de vergüenza y de impotencia, se fue a su casa y canceló lo que tenía que hacer aquella tarde. Al rato cogió a su perro y lo sacó a pasear con su correa por el parque cercano, con alegría vio que el coche seguía allí en la puerta de la cochera tapando el paso. Con su bolsa en la mano instaba al perrito a que hiciera lo que tenía que hacer, que para eso había salido. Cuando el perro soltó el subproducto, ella con mucho cuidado lo recogió con su bolsa de plástico y fue al coche la abrió y con mucho empeño impregnó bien con el contenido las manivelas de las puertas, la del conductor y la otra, así como la cerradura, y se subió para su casa. Solo con el sueño de la noche cesó la risa.
Por eso aquella mañana que había entrado en la Caja de Ahorros, tan arreglada y tan guapa, se le cayó el mundo al suelo cuando un hombre vino y se puso delante de ella en la cola y ante la educada reclamación que hizo el tío contestó dando grandes voces mientras la insultaba, que él estaba antes, pero que estaba hablando en la puerta y que eso era lo que había, esta vez el público le dio la razón a ella, pero les dijo que no importaba que el señor tendría prisa, que no pasaba nada. Metió la mano en su bolso y sacó un rotulador negro y gordo que llevaba, con mucho disimulo y cuidado, usando la cazadora de ante que llevaba el hombre de pizarra comenzó a pintar rayas como si fuera un gran código de barras: "Con la primera pasó miedo, la segunda fue más fácil y todavía mejor la tercera y las siguientes, que fueron muchas, y que se sucedieron sin ningún remordimiento y con mucha soltura". Y empezó a sentirse cada vez mejor disfrutando con las rayitas, pensando en las voces que le iba a dar su mujer a él cuando viera el impacto de las pinturas en la chaqueta, se pasó riendo todo el día, tanto que por un momento temió hacerse adicta a las rayas de rotulador.
FELICIDADES
Con la primera raya pasó auténtico miedo, le temblaba la mano y apenas si la hizo en condiciones. Pero estaba harta de que le faltaran el respeto simplemente porque era casi una niña y les resultaba atractiva, estaba segura de que a partir de esa primera raya se sentiría mejor. Después vino la segunda y esa fue más fácil, y todavía mejor la tercera y las siguientes, que fueron muchas, y que se sucedieron sin ningún remordimiento y con mucha soltura. Y empezó a sentirse cada vez mejor disfrutando con las rayitas.
Desde hacía tiempo no soportaba que los hombres le dijeran cosas groseras por la calle, algunos se pasaban con las niñas que empezaban a hacer uso de las libertades que los nuevos tiempos traían. Poco a poco los aires de aquel mes de mayo del país vecino estaban llegando a las tierras del sur y sin que nadie se diera cuenta se iban colando en las casas camuflados entre los rayos de un sol de primavera que entraba por las ventanas y balcones, abiertos de par en par, después de muchos inviernos oscuros y tristes.
Aunque no fue de repente, conforme dejaba atrás la niñez empezó a atropellarla la modernidad, coincidieron en el tiempo ella y los cambios más significativos de la historia de las mujeres. Le tocó romper muchos moldes en la vida, cosas superfluas pensamos ahora, pero cosas que a una niña pueden marcarla para progresar o para regresar, y ella optó por lo primero porque tuvo suerte, tenía un padre al que le encantaban esos avances y un hermano mayor que la convencía de que ella tenía la sartén por el mango, y que, no dependiendo de nadie, podría pisar fuerte en la vida y contrarrestaría la reacción, reacción que después de cuarenta años no ha sido erradicada del país para según qué cosas ¡Peor para ellos! Y también supo, pero mucho más tarde, que de su inteligencia sacó mucha gente más provecho que ella misma y que le abrieron más puertas la melena rubia, los ojos azules y la talla de sujetador, que la propia inteligencia, que más bien le sirvió para tomarse la vida con humor y reírse mucho siempre, incluso otras puertas más difíciles de abrir, se las abrió la sonrisa.
Junto a sus amigas tuvo que soportar con apenas trece años, que la gente le tirara piedras por llevar pantalones en una aldea marinera, cuyo nombre nadie quiere mencionar, porque los otros pueblos lo consideran gafe. Si quieren averigüen, yo no la nombro por si acaso.
Luego fueron aquellas favorecedoras minifaldas y las viejas de la calle que le decían: “Niña que se te ve el culo ¡so sinvergüenza!”. O que el padre de su mejor amiga no la dejara salir con ella porque llevaba esa falda tan corta, la vida demostró que el chungo era él. Y los cigarros que tampoco estaban bien vistos y había quien se creía en la obligación de decirle marrana por fumar, después se comprobó que eso era malo para la salud, pero ellos no iban por ahí precisamente.
Y empezó a hartarse, pero lo mismo que sobrellevaba con cierta condescendencia lo que le decían las mujeres mayores: “¡Pobrecilla, habrá que ver la vida que ha llevado o como la manipula el párroco!”, le daba una rabia tremenda lo que le decían los hombres, los normales no: los guarros, ella, que los consideraba inferiores por tontos y salidos, tenía que pasar vergüenza por las barbaridades con que trataban de piropearla, eso era superior a sus fuerzas aguantadoras. Sabía que no podía contestar en los mismos términos sin que el tío la dejara en ridículo insultándola en público, un hombre no podía permitir que una mujer le faltara el respeto. Tampoco podía agredirlos físicamente, que es lo que le apetecía, porque saldría perdiendo. (No olvidemos que para la gente la culpa la tenía ella por ir tan provocativa). Y no era cuestión de ponerse a la altura de los imbéciles. Por eso desarrolló una habilidad especial para inventar sobre la marcha pequeñas venganzas que la dejaban un poco más tranquila.
Un día que había comprado huevos y los llevaba en un cartucho de papel en la mano, la seguía un pobre soldado que le iba diciendo todas las ordinarieces que sabía ¿de verdad se pensaría que podía ligar así?, fue andando muy deprisa y cuando llegó a la puerta de su casa, sabiendo que estaba a salvo en el portal, le estrelló el paquete de huevos en el uniforme manchándolo a base de bien, ya le daría el cabo su merecido cuando llegara al cuartel. Aunque a ella también le echó una buena regañera su madre por echar a perder una docena de huevos, ese día aprendió que había que hilar más fino, que así no valía.
Como aquella vez que fue a sacar su coche de la cochera y había un hermoso todoterreno aparcado en la puerta, como no podía salir fue a la cafetería que había enfrente y pidió al camarero que preguntara de quien era aquel coche, al momento de un grupo de impresentables salió una voz que dijo: “Es mío para que lo quite vas a tener que ch….”, coreado por las risotadas de sus compañeros. Salió del bar roja como un tomate de vergüenza y de impotencia, se fue a su casa y canceló lo que tenía que hacer aquella tarde. Al rato cogió a su perro y lo sacó a pasear con su correa por el parque cercano, con alegría vio que el coche seguía allí en la puerta de la cochera tapando el paso. Con su bolsa en la mano instaba al perrito a que hiciera lo que tenía que hacer, que para eso había salido. Cuando el perro soltó el subproducto, ella con mucho cuidado lo recogió con su bolsa de plástico y fue al coche la abrió y con mucho empeño impregnó bien con el contenido las manivelas de las puertas, la del conductor y la otra, así como la cerradura, y se subió para su casa. Solo con el sueño de la noche cesó la risa.
Por eso aquella mañana que había entrado en la Caja de Ahorros, tan arreglada y tan guapa, se le cayó el mundo al suelo cuando un hombre vino y se puso delante de ella en la cola y ante la educada reclamación que hizo el tío contestó dando grandes voces mientras la insultaba, que él estaba antes, pero que estaba hablando en la puerta y que eso era lo que había, esta vez el público le dio la razón a ella, pero les dijo que no importaba que el señor tendría prisa, que no pasaba nada. Metió la mano en su bolso y sacó un rotulador negro y gordo que llevaba, con mucho disimulo y cuidado, usando la cazadora de ante que llevaba el hombre de pizarra comenzó a pintar rayas como si fuera un gran código de barras: "Con la primera pasó miedo, la segunda fue más fácil y todavía mejor la tercera y las siguientes, que fueron muchas, y que se sucedieron sin ningún remordimiento y con mucha soltura". Y empezó a sentirse cada vez mejor disfrutando con las rayitas, pensando en las voces que le iba a dar su mujer a él cuando viera el impacto de las pinturas en la chaqueta, se pasó riendo todo el día, tanto que por un momento temió hacerse adicta a las rayas de rotulador.
Fantástico, no podrias describir mejor las situaciones, que parece que fueron de ayer, y fueron, ay, hace tanto!!!!.
ResponderEliminarUn beso.
Jajajajjaja me encanta!!!!Esperemos q la hija de esa mujercita haya aprendido también esas venganzas de hilo fino! jejeje
ResponderEliminarLo primero darte las gracias, eres magnifica, hay cosas o casos que no se olvidan nunca, creo que ni el pobre Miguelin lo olvidara. Quedó claro, ni por niña ni por sobrina, las cosas en su sitio, y el sitio lo poníamos nosotras.
ResponderEliminarLo segundo. Ya lo hemos hablado, muchas felicidades, y que no te quepa duda que ya as pasado los peores, veras cono si
besos hermana
Muy cierto que conseguisteis muchos avances, y buena falta que hacia en esos tiempos.
ResponderEliminarFeliz Cumpleanos Coco.
Genial, Coco. 9,9. Este para leerlo con frecuencia y es un "documento sociológico", como tú dices.
ResponderEliminar¡Me encantan las dedicatorias! ¡Ay, Miguelín, que por ahí anda!
¡Feliz cumpleaños! ¡Qué curioso! El regalo nos lo has hecho tú a nosotros...
Un abrazo
P.D.: Veo que hay otra persona que se llama Pedro. Yo soy Pedro, el que se muere por los huesos de Mory.
Es mi ahijado y cosmopolita sobrino Pelly.
ResponderEliminarPreciosísimo, qué bien escrito, como siempre, qué inteligente la prota y la escritora.... Te mando un abrazo...
ResponderEliminarajaj que grande! y en esta tiene tanto peso el cómo escribe como lo que escribe.. al facebook, que lo lea la gente!!
ResponderEliminarFELICIDADES!!!
Con tu permiso, espero, he colgado el relato en el Blog.
ResponderEliminarEnhorabuena y felicidades, es de los mejor que te he leído. Un abrazo
Gracias Ángel por publicarlo en tu blogg y gracias por tu comentario.
ResponderEliminarBienvenido a mi cuaderno.
Afortunadamente esos tiempos ya van siendo historia y aunque queda mucho por hacer, todos los pasos que se han dado por las mujeres como ella han ido dejando su fruto.
ResponderEliminarMiguelin quedaría como un pincel tras el chapuzón. Digo yo.
Hola, me encantó tu escrito, que buen relato, felicidades, ojala algún día pueda escribir algo así yo... jeje.
ResponderEliminarsaludos desde méxico!!!!
Muchas gracias por el comentario Cherizada y bienvenida al Blogg.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, fino humor sin amargura.
ResponderEliminarSí, el relato es un benigno reflejo. De las que protestabamos, un poquito, no mucho, no crean, nos decían despectivamente, que teníamos mas c...que el caballo de espartero.
Era prescripción de Sección Femenina la mujer sumisa, callada, dulce, hacendosa...
Hoy, ya se va oyendo como un piropo: es una tia cojonuda.
Marisabel PeraldelValle