EL FANTASMA DE LA ORDEN
Yo tuve la suerte de vivir tres años en Huelva. Fue mi primer
destino laboral. Llegué muy joven y sin conocer a nadie, lo que no fue un
problema porque aquella gente me acogió con su generosidad y su simpatía como
si me conocieran de toda la vida y muy pronto pasé a ser "choquera"
por adopción. Aprendí muchas cosas allí
que han influido en mi trayectoria; incluso ahora, que han pasado tantos años,
observo que hay características de mi forma de ser que no las traigo desde mi
nacimiento, ni tampoco las vi en mi familia, son facetas de mi conducta
asumidas como propias y que en realidad fueron copiadas de aquellas buenas
personas. Tengo una deuda de gratitud con el destino que me llevó a esa tierra
que nunca podré olvidar por la influencia que ese tiempo tuvo en mí y porque los
buenos amigos que dejé se encargan de que eso no ocurra, manteniendo intactos
el afecto y la amistad, y eso que hace más de treinta años que los dejé. Su extraordinario sentido de la hospitalidad
me ha marcado para siempre.
Fue un gran comienzo de vida laboral, aterricé en mi futuro con buen pie: en aquella oficina conocí lo que significa el compañerismo, el buen ambiente de trabajo, la tolerancia, la generosidad y las risas, supe mucho de risas. Raro era el día que en el trabajo o en la calle no pasaba algo digno de mención, y raro era el día que a alguien no se le ocurría una frase o una broma que se quedaba en mi memoria y me servía para divertir a mi gente cuando volvía a casa a pasar un fin de semana cada quince días. Tuve la oportunidad de ver de cerca el milagro de un pueblo que convierte acontecimientos cotidianos en sucesos divertidos dignos del mejor de los sainetes.
Para honrar a esas gentes que tanto me dieron voy a contar algunas historias que viví o conocí en el tiempo que estuve entre ellas. Y ninguna mejor para empezar la serie que la de aquel fantasma que una noche de invierno hizo su aparición en forma de extraños ruidos que asustaron al vecindario y dispararon los resortes de la imaginación popular.
Al noroeste de la ciudad de Huelva, separado del centro por
el Cabezo del Conquero, está el barrio de La Orden, un barrio planificado en
los años sesenta para expansión de la ciudad, que dio cobijo a numerosos trabajadores que llegaron a
la capital para ocupar los puestos de trabajo creados por las grandes fábricas
de industrias químicas que, con motivo de la implantación del polo de desarrollo,
se instalaron en la periferia. Esta afluencia dio lugar al mayor crecimiento
que la ciudad ha conocido, contribuyendo a su transformación en la capital de
la provincia próspera y emprendedora que es actualmente.
En este barrio, hacia 1975, en un edifico de nueva
construcción, una torre de diez plantas con cuatro pisos por planta, recién
ocupadas las viviendas por las cuarenta familias correspondientes, ocurrieron
unos hechos que conmocionaron la vida ciudadana, aunque la verdad de lo
ocurrido solo la supieron los protagonistas, voy a contar lo que quedó en la
memoria de la gente después de refundir las distintas versiones que corrieron
por las calles.
Sobre las tres de la madrugada de una húmeda y fría noche de
invierno, unos sonidos extraños despertaron al vecindario, unos golpes
acompasados que parecían seguir un código raro, con pretensiones de mensaje
en alfabeto Morse o algo así: uno, uno dos, uno, uno dos… Sin parar durante un
buen rato.
Hubo reacciones de
toda índole: el marido que le dijo a su mujer que cómo se le podía ocurrir a la
gente colgar los cuadros a esas horas, o aquel que se quejaba de la clase de
vecinos tan maleducados con los que tenía que convivir en adelante, o la señora
que con preocupación decía a su esposo que algo malo tenía que pasarle a algún
vecino porque no era normal hacer ese ruido a esas horas, pero a ninguno se le
ocurrió que se tratara de algo sobrenatural, ni mucho menos, hasta ahí no llegó
nadie por el momento. Además, no sabían que ese ruido se había oído en todos
los pisos sin excepción, para ellos era cosa cercana, de los pisos que tenían
al lado, encima o debajo, pero no se les podía pasar por la imaginación que los
sonidos alcanzaron a todo el edificio.
Como todos eran nuevos y no se conocían todavía, por la
mañana ni los que coincidieron en los ascensores, ni los que se cruzaron por la
escalera o en el portal, hicieron comentario alguno. A esas horas ya se les
había olvidado el enfado que habían cogido tan solo unas horas antes. Sin duda,
en la mayoría de las casas se comentó el asunto en algún momento del día, pero
sin darle más importancia que la que tiene no haber descansado lo suficiente.
Excepto algún vecino que contó de pasada que se habían oído ruidos por la noche
en la tienda del barrio mientras compraba el pan o los yogures, nadie hizo
especial mención del suceso fuera de la familia.
Por la noche ninguno se acordaba ya del suceso. Se fueron a
dormir unos más tarde y otros más temprano, cada cual según su costumbre, hasta
que el sueño reparador se adueñó del edificio. Pero la paz no duró mucho pues, más
o menos a la misma hora que la noche anterior, sonó el primer golpe y sucesiva
y rítmicamente los demás: uno, uno dos, uno, uno dos… Esta vez sí se despertó
el miedo junto con la gente, y poco a poco hicieron lo que no se les ocurrió la
noche anterior: salieron al rellano de la escalera, dispuestos a averiguar de qué
piso venían los ruidos.
Ahí empezaron a
conocerse los vecinos, esa fue su presentación. Causó sorpresa general el
descubrimiento de que los golpes se habían oído en todas las plantas sin
excepción. Tras los comentarios iniciales y cuando cada uno expresó sus
sensaciones y ya que habían cesado los ruidos, los vecinos se fueron poco a
poco a sus casas a descansar. Algo de tranquilidad les había dado sentirse
arropados por el grupo.
Al día siguiente sí hubo comentarios en el ascensor y en el
portal entre los vecinos, y a través de la tienda del pan y del kiosco de
prensa se fue difundiendo el suceso por todo el barrio. Pero aún no se había
creado auténtica alarma, nadie se imaginaba que aquello no había hecho más que
empezar.
Llegó la tercera noche y volvieron los golpes, esta vez los
vecinos salieron directamente a la calle, la cosa se estaba pasando. ¿Quién podía ser capaz de
seguir con una broma que estaba indignando demasiado a un vecindario que en
adelante iba a ser el suyo? Y si estaban todos en la calle asustados, ¿quién
daba los golpes? ¿Estaban todos de verdad? ¿Serían ruidos del Otro Mundo?
El fantasma de los
fantasmas empezó a planear por las cabezas. Volvieron a sus casas con mucho más
miedo que la noche anterior y al día siguiente se pusieron los hechos en
conocimiento de la policía.
Imparable, la noticia llegó a todos los rincones y, pronto,
se empezaron a recordar las antiguas leyendas que se habían forjado a lo largo
de los siglos.
El laberinto de caños y marismas que rodea la ciudad es el
escenario ideal para las historias de piratas apresados con el engaño de un
barco varado pintado de monstruo marino; de náufragos agarrados a los restos de
una embarcación, en una noche de tormenta, que resultan ser un nazareno con su
cruz que obra milagros; de túneles que cruzan la ciudad por debajo de los
cabezos, seguramente el recuerdo secular de un acueducto construido en la zona
por los romanos; y de leyendas de fantasmas de niñas, de monjas, de monjes, de
marineros y de todas las formas y procedencias, como en todos los pueblos del
mundo.
Increíblemente las noches siguientes volvieron a sonar los
golpes y por unos días el Fantasma de la Orden protagonizó la vida ciudadana. Los
vecinos, cansados, salían a la calle a media noche, la policía seguía sus
investigaciones y observaba la conducta de todos ellos cuando se producía el
fenómeno nocturno, y así fueron descartando a unos y otros, hasta que una noche
la policía hizo salir a todos los que no eran sospechosos antes de empezar los
sonidos.
Camuflados, habían ido
analizando, planta por planta, si salían todos los habitantes de los cuatro pisos
de cada planta y cuándo lo hacían, hasta que descubrieron que una muchacha
salía siempre la última y cuando lo hacía ya no se oía nada más. Fue fácil: mandaron
a la calle a los vecinos de los otros tres pisos y a ella la pillaron con las
manos en la masa mientras golpeaba la pared que había al lado de su cama, la
casualidad había querido que por dentro de aquella pared corrieran los tubos de
la calefacción y, a través de ellos, llegara el sonido a todas las viviendas
del edificio.
Era una joven que vivía con sus padres. En el interrogatorio
declaró que lo que había empezado como una broma inocente se le había ido de las
manos y que no había sabido cómo parar. Muy arrepentida contó que el primer día
que ocuparon su vivienda vio cómo llegaba un camión de mudanzas y con él nuevos
vecinos, se asomó a la escalera y vio que iban a ocupar el piso que quedaba
justo debajo del suyo, pero su sorpresa fue superior cuando comprobó que los
vecinos de abajo eran la familia de un novio que tuvo y que la había dejado por
otra. Pensó que si para vengarse le daba un sustillo no se iba a enterar nadie,
pero no contaba con la capacidad difusora de los tubos de la calefacción.
No fue conocida la
pena que se le impuso, pero las consecuencias de la gamberrada marcaron al
edificio por un tiempo. Pronto en los bajos comerciales surgieron los negocios:
el más significativo fue aquel bar al que pusieron por nombre “El Fantasma de
la Orden”, y que servía los exquisitos productos gastronómicos de la provincia
de Huelva, tales como los “Fantasmas en escabeche”, o los “Fantasmitas fritos”, “Menudillo de Fantasma”, “Fantasma
plancha”, “Fantasma Alioli”, ”Fantasma en Amarillo”, “Rebujito de Fantasmas”…
Hasta aquí llega mi
historia del Fantasma de la Orden, siento no haber podido incluir un final más
impactante, como correspondería a una historia de almas errantes y perdidas en
el espacio y en el tiempo, esperando ser liberadas de sus penas; pero es que el
suceso tuvo ese final y no otro. Aunque,
teniendo en cuenta que he
contado la versión que mi memoria ha conservado tras el paso de treinta y tantos
años, y que la conocí a través de las distintas versiones que aquellos días
corrieron por las calles, es posible que lo contado difiera un poco de lo
realmente sucedido pero, ¿no es eso lo que ocurre con todas las leyendas?
Yo fui testigo de la influencia que tuvo Huelva en tu vida,recuerdo el haberlo comentado en la casa.
ResponderEliminarEste destino a Coco le transformara.
Y así fue
Se te notaba la alegria de aquella gente cuando volvías, siempre fuistes alegre, pero desde entonces creo que más
Yo, de mi época sevillana, viví dos años allí, recuerdo la letra de un fandango:
ResponderEliminarCinco pueblos tiene Huelva
Que se ven desde el Conquero
San Juan del Puerto, Moguer
Gibraleón y Trigueros
Y Palos, que también se ve.
Siempre te digo lo mismo, pero no me canso de hacerlo, me gusta lo que cuentas y, sobre todo, cómo lo cuentas.
al final pasa ni mas ni menos que lo que tiene que pasar... y pasa tan bonito! gracias escritora!
ResponderEliminarRefleja muy bien tu historia el carácter de la gente de esa zona, tan viva y alegre, capaces de montar un cachondeo en un ois pas. Pasé varios veranos en la costa de Huelva, en Isla Canela, hasta que los mosquitos, a los que soy alérgico, me echaron, siempre perjuraban que no existían, que fumigaban, pero claro en esa zona de marismas es imposible, y aunque existiera uno, me picaba, y con lo tóxicos que son me convertían en un Ecce Homo para todo el verano. Pero estoy de acuerdo contigo en que son una gente estupenda y divertida. Por este motivo emigré en mis veraneos a Cádiz, donde también hay mosquitos pero estos no atraviesan la ropa, a Chiclana, Sancti Petri, siempre huyendo del sofoco del Mediterráneo, y en este lugar, también la guasa es mayúscula, prometo contaros un día la historia de Betty la Fea.
ResponderEliminarMucho "arte" en esta historia, Coco, y te sienta muy bien esa hechura Onubense a tu gracia granadina.
Muchos años después de venirme, me contaron que habían acabado con los mosquitos, por lo menos en parte, repoblando de murciélagos los eucaliptos que rodean la marisma.
ResponderEliminarpero los platos que se llamaban así que materia prima contenían?
ResponderEliminarAcedias, chocos, huevas de choco,salmonetes, gambas, coquinas,picadillos diversos,etc....lo típico de allí.
ResponderEliminarNos hemos hecho adictos a tus historias, aunque no hagamos comentarios nos asomamos cada poco para ver si hay algo nuevo por aquí.
ResponderEliminarMuchas gracias, Zenetes, ya pronto os pongo otra.
ResponderEliminarCada vez están mejor escritos tus cuentos Coco, y cada vez me recuerdas más a Larra. Son interesantísimas tus reflexiones sobre las leyendas populares. El autor-legión de la literatura popular es todo el mundo que memoriza y re-crea las historias que cuenta y tiene en sus manos la oportunidad de actualizar un hecho latente en la memoria de un pueblo. Le das forma a estas historias de una forma preciosa, sencilla, con intriga... me ha encantado.
ResponderEliminarGracias Macusita.
ResponderEliminarYa está todo dicho, Coco. Gracias y prepara mis próximas dosis.
ResponderEliminar¿Por qué te quejas del final del relato? Me habías llevado por un camino diferente, haciéndome pensar que los extraños sonidos los provocaba la chica marcando el compás, sentada, preparando la garganta para cantar un fandango de Hulva (¡únicos!).
A la pobre se le fue la mano con su pequeña venganza y los bares se hicieron eco.