jueves, 11 de febrero de 2010

LOS SIMBOLOS




A mi hermano Juan.








A los que alguna vez los vieron pasar por las calles del centro, en los alrededores del mercado de San Agustín, no les costará mucho recordarlos aunque hayan pasado más de treinta años, será suficiente con que yo les facilite un detalle de su indumentaria y por muy mala memoria que tengan se acordaran de ellos. Pero vamos a ir despacio; ellos hubieran merecido que un buen pintor los inmortalizara colocándoles en el centro de su obra maestra. Como no hay constancia de que eso sucediera y antes de que la memoria se canse de traer sucesos y personajes de otro tiempo, quiero reproducir su imagen para ilustrar de la mejor forma posible esta historia que, aunque aderezada con elementos peligrosos, nunca pasó de ser una sucesión de anécdotas divertidas.
Como ya no eran jóvenes andaban despacio, él siempre iba unos pasos por delante y en la mano llevaba un bastón que no necesitaba para andar: era un símbolo. Ella llevaba un cesto colgado de su brazo que llenaba de hortalizas y frutas que adornaban su figura como si fueran flores, también su cesto era un símbolo. El hombre todavía conservaba los rasgos que le adornaron en la juventud, piel morena, nariz aguileña pero fina, cejas definidas en triangulo, la barbilla partida y los labios bien dibujados y delgados; aún tenia el pelo negro, excepto el de las patillas que lo tenía gris y rizado, conservaba una figura elegante, la belleza de su raza se había conjugado en su persona. Ella no era guapa, tuvo que ser atractiva en sus años jóvenes, pero no conservaba ningún rasgo destacable, ellas con su pelo rizado y sus ojos negros y grandes suelen ser vistosas en la juventud pero la vejez no las trata bien, pronto se destrozan pariendo niños y llevándolos de un lado para otro en brazos. Aunque el hábito no hace al monje si sirve para definirlo, eso es lo que ocurría  con el atuendo de esta pareja: los definía.
Llevaba el protagonista de nuestra historia un pantalón de pana de color pana, chaqueta de paño negro igual que el chaleco, de cuyo primer ojal salía una  cadena de oro que sujetaba un reloj que guardaba en un bolsillo pequeño, en el mismo en que solía meter dos dedos de la mano izquierda cuando caminaba como si colgara la mano para descansar, calzaba botas con tacón cubano y un sombrero cordobés de ala ancha también de color negro con una cinta marrón que sujetaba una enorme pluma de gallo de tonos vistosos, sin duda la pluma de la cola del gallo más bonito  de los que cantaban al amanecer en los alrededores. Aquella pluma le otorgaba una singularidad que no hubiera conseguido por mucho que llevara bastón, tacón y reloj de oro de bolsillo, y es el elemento fundamental que lo sitúa en la memoria de los que alguna vez se cruzaron en su camino.
No estaría completo el retrato sin ella, y con toda seguridad podemos decir que él no estaba completo sin ella, daban la impresión de ser una pareja de verdad, lo que no tenía el uno lo tenía el otro, si él derrochaba autoridad y presencia, ella humildad y prudencia; si él miraba con seriedad, ella sonreía a todo el mundo, si él llevaba en la cabeza sombrero y pluma, ella llevaba un clavel tieso pinchado en el moño y una peineta clavada en el pelo tirante. Porque esto no es una competición de señas de identidad, pero si lo fuera ella podía ganar en tipismo, aunque él se llevaría el premio a la originalidad por lo de la pluma. A la mujer no le faltaba ni un solo detalle: Falda de volantes, delantal, cesta, pendientes largos, moño, mantón, clavel y peineta. Y andaba siempre unos pasos por detrás de él, eso que no se nos olvide.
Pero a pesar de todo lo explicado cabe una duda: ¿Quién mandaba? a todas luces se veía que él era el patriarca, el que velaba por el cumplimiento de las normas ancestrales, a quién tenían que rendir cuentas todos los miembros del grupo y el que impartía justicia. Pero en su casa: ¿Sabemos a ciencia cierta quien mandaba en su casa? Pues no. No lo sabemos y vamos a tener que analizar algunos hechos que ocurrieron       para averiguarlo.
Aunque casi todos los habíamos visto por la calle nunca hubiéramos imaginado tenerlos allí en la oficina, por eso cuando entraron aquella mañana las miradas de los que allí nos encontrábamos no pudieron apartarse de ellos ni un momento, no les hacía falta un nombre ni un carnet de identidad, eran únicos, ya estaban totalmente definidos, calificados e identificados. Venían a solicitar el subsidio por invalidez provisional para el hombre, los atendió la compañera que llevaba esa prestación y cuando salieron por la puerta todos nos arremolinamos a su alrededor y  nos informó cumplidamente saciando nuestra curiosidad: El hombre era tratante de ganado y había sufrido un infarto, había terminado el tiempo previsto para la baja y los médicos le aconsejaban no trabajar más y venía a ver que tenía que hacer, ella le había rellenado la solicitud y había iniciado el trámite, lo único que le había resultado extraño es que cuando le preguntó a él que por donde quería cobrar, la que había contestado había sido ella: “Por la Caja de Ahorros”, había dicho la señora.
El expediente se resolvió sin incidencias y se ordenó el pago en pocos días. Pasados un par de meses se presentó un día el hombre solo, nos resultó raro verlo sin la compañía de su mujer, se dirigió a la funcionaria que lo atendió la otra vez y muy respetuoso le dijo que no quería cobrar más por la Caja de Ahorros que si se lo podían cambiar a la Caja Rural, ella le facilitó un impreso de cambio de entidad pagadora que él firmó y se fue tan contento. Se cambió la orden n nnn ,   y a fin de mes ya estaba el pago donde él quería.
En los primeros días del mes siguiente aparecieron los dos por la oficina, nos extrañó verlos otra vez, pero allí estaban: ella con las acelgas saliendo del cesto por un lado y él con sus dos dedos en el bolsillo del chaleco, ¿A que venia tanta visita? ¿Se habría convertido en costumbre, o es que creían que era obligatorio venir para poder cobrar?, la compañera inocentemente les dijo que no hacía falta que vinieran, que la paga iba a ir todos los meses sin problemas. Esta vez fue la mujer la que se adelantó diciendo: “Señorita como no vamos a venir si no nos quieren pagar en la Caja de Ahorros”. Al oír eso el hombre se puso muy serio, debió de recordar que había sido él mismo el que lo había cambiado y se le había olvidado completamente. Con la punta del bastón le dio un golpecito en el hombro a la mujer y sin hablar, con un simple movimiento de cabeza, le indicó la salida, mientras se dirigía hacia la puerta. Él no quería seguir allí, sin duda no deseaba que la mujer supiera porqué se había producido el cambio, pero la funcionaria diligente se apresuró a explicarle: “Es que vino su marido y nos dijo que quería cobrar en la Caja Rural”. La señora lo comprendió todo y aprovechando que él no la oía dijo muy bajo: “Para ir a cobrar solo y no darme nada para la casa, para eso lo hizo, pero como estaría borracho cuando vino, se le ha olvidado”. No contenta con la explicación, conforme se iba, volvía la cara mirando al tendido y hacía un gesto con la cabeza levantando las cejas mientras se señalaba la boca con el dedo pulgar moviendo la mano de atrás hacia adelante con mucho ritmo, simulando beber de una bota.
Y no se acabó la historia, aún habría más visitas. Pasó aquel mes y en los primeros días del siguiente volvió el hombre solo, más serio, si cabe, que las veces anteriores, se acercó a la funcionaria y le dijo: “Quiero que me pongan la paga en la Caja Postal”. Ella cansada ya de tanto cambio le dijo que no podía ser, que ya se le habían hecho dos cambios y que no se podía estar todos los meses cambiando de un banco a otro. No le gustó al hombre nada aquello y echando el cuerpo hacia atrás y balanceándose de un lado a otro se abrió la chaqueta para mostrarnos lo que llevaba enganchado en el cinturón, que no era otra cosa que una pistola negra y grande que nos dejó a todos estupefactos, a la vez que comprendimos que el lenguaje de las armas es realmente eficaz; como nos demostró la compañera que, después de respirar hondo sacó los impresos,los rellenó, le pidió que los firmara y se despidió de él amablemente mientras le decía que al mes siguiente cobraría en la Caja Postal o donde él quisiera ¡faltaría más!
La visita siguiente le tocaba venir con la mujer y así lo hizo, tenían que enterarse donde estaba el dinero, pero esta fue la última vez, de alguna manera aquella señora le hizo entrar en razón, o quizás él comprendió que era inútil tratar de despistarla porque al final, como se le olvidaba lo que hacía, se veía obligado a ir a cobrar con ella y con todo su golpe de autoridad rodando por los suelos.

16 comentarios:

  1. fantástico! ya los veo, no hace falta que los pintéis..


    aunque tampoco estaría mal ;)

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  2. Quien dices tu que mandaba?
    No estaria mal, no que los pinte Juan,,pero como los viejos del cuadro de mama.

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  3. Yo creo recordarlos de la epoca en que transitaba por aquellos lares en mis descansos de la radio.
    Me parece estar viéndolos y el bastón en bandolera.
    La cesta es la que no recurdo, quizás porque ante tal porte de sombrero y pluma, la vista no se veriaba al brazo mas distante del hombre, el que sotenía, sin duda tan bonita cesta llena de hortalizas cual cesta de flores provenzal.
    Muy bonito Coco, enhorabuena.

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  4. Coco nos ha descubierto dónde estaba la pluma que le faltaba al gallo perejilero, estaba en el sombrero del tratante de ganado, infartado el pobre, por tener que hacer tanto regate con la paga, para no pasar por el fielato...el que tantos regates hizo a la benemérita en tanto que levaba ganado de La Zubia a Otura, por las trochas.!

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  5. Y por las cañadas reales hasta Córdoba en sus buenos tiempos. ¡Anda que no!

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  6. Deliciosa historia, y ¡ay! ya desaparecidos sus protagonistas.

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  7. Preciosa historia Coco, parece verdaderamente una pintura.

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  8. Preciosa historia Coco, parece verdaderamente una pintura.

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  9. Preciosa historia Coco, parece verdaderamente una pintura.

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  10. Eres tan pinturera como los descritos en tu relato.... Jijijij. Y digo yo: Cuántas veces me habrá dicho "La Coco", que odia el Teatro por ser ficción, por no ajustsarse a la realidad???. Pena... me da mucha pena que piense así. Tengo la certeza, por que de su forma de escribir así se desprende, que sería una gran escritora de Teatro. ¡Andaaaa, guapa, por fa....!!! Me darán algún día un grata sorpresa??

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  11. Te voy a escribir una obra para que la representes tú con quien tú quieras, y la dirijas también tú.

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  12. Precioso el relato Coco, me ha hecho recordar a una pareja de similares características( laa pluma no la recuerdo) que un día, hará ya mas de 30 años, subió en el 7, dirección Albayzín, y en el momento de ir a pagar se oyó la voz de la mujer a grito pelado:
    ¡ pagamos a medias!, pues ¿no joemos a medias?.
    Hasta en el fondo del autobus donde yo me hallaba se escuchó la orden.

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  13. Las historias de Coco están llenas de Vida. Al leer esta, he tenido un flashback a la Granada de mi juventud, llena de personajes pintorescos y tranvías, y ese mercado de S.Agustín de gitanas y pescaderas como las Cunini.

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  14. Perdón, el anónimo es Dulcamara

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  15. Perfect, Coco: la evocación, los símbolos, el estilo y, especialmente, los gestos de la parte final. 10,5.

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