martes, 17 de noviembre de 2009

EL COLLAR




EL COLLAR

Solo tenían en común su afición a las barras de los bares y lo que en ellas se consume, por eso, demasiadas veces, cuando salían de la oficina al mediodía se metían en el primer bar que se encontraban y al pasar dos o tres horas, había días que no conocían ni el camino a sus casas. Los otros compañeros se excusaban y no porque fueran abstemios, sino por que el ritmo que ellos llevaban no lo puede aguantar un cuerpo humano normal que madruga y trabaja ocho horas diarias. Pero ellos sí aguantaban, tenían habilidad para economizar fuerzas a base de trabajar poquito, esa era una “virtud”, que también compartían.


No eran buenos amigos, solo compañeros, de hecho, ninguno de los dos estaba adornado por las cualidades necesarias para llevar adelante una amistad, bien es verdad que los motivos de dicha incapacidad eran diferentes. Uno, el mayor, no podía ser amigo de nadie, simplemente porque no era muy bueno, había tenido la mala suerte de nacer con el defecto de la envidia y eso entraña serias dificultades para generar amor al prójimo. El otro, el más joven, por decirlo finamente, era poco inteligente y además era una de esas personas cuyo egoísmo los deja fuera de juego para cumplir lo que la práctica de una amistad requiere para su conservación. En pocas palabras ambos eran seres oscuros, uno más malo que el otro, y a su vez, el otro más tonto que el uno.


A punto de finalizar la primavera, uno de esos días en los que ya el calor se empieza a notar con fuerza y la ropa estorba, cuando lo que apetece es refrescarse por dentro y por fuera, la mala fortuna no quiso, o no pudo, evitar el encuentro en la puerta de la oficina al acabar la jornada, y después de los comentarios de rigor sobre el buen tiempo , acordaron que lo que les vendría mejor en aquel momento sería tomarse una cerveza fresquita en el bar de al lado.


Y allí estaban los dos en la barra del bar con su vaso en la mano hablando de unas cosas y otras, pasando de la cerveza a los vinos y de los vinos a las copas y de las copas a más copas. La conversación del mas viejo siempre era igual, con copas o sin copas sus temas siempre eran los mismos: cotilleos sobre la gente de la oficina y difusión de rumores diversos; lo que no sabia se lo inventaba, eso sí, adornando siempre la plática con chascarrillos ingeniosos y oportunos que lo convertían en un buen tertuliano a pesar de lo malicioso que era, eso es lo que tiene estar siempre en los bares, que se aprende mucho y se desarrollan las habilidades necesarias para mantener la atención de los presentes. El más joven no tenía apenas conversación, se limitaba a asentir y reír las gracias de su compañero, y si en algún momento hablaba, lo hacía sobre sí mismo como todos los simples, lo mal que se portaba con él el resto del mundo y la mala suerte que tenía, hasta que el alcohol empezaba a hacer sus efectos, entonces ya si hablaba y contaba intimidades que el otro archivaba para difundirlas a las primeras de cambio.Aquel día la borrachera fue traicionera, se tornó llorona y estuvo toda la tarde lamentándose por los malos ratos que le hacía pasar determinada compañera de la que andaba enamorado y no le hacía caso. La verdad es que ella coqueteaba con él con el fin de que le hiciera el trabajo, y si el trabajo se lo hacía otro más guapo pues coqueteaba con el guapo. Y el pobre sufría como un quinceañero cuando ya andaba por los cuarenta. Una pena.


Cuando quisieron acordar, eran las seis de la tarde. Con ayuda de los vapores del alcohol y de las lágrimas se le habían pasado las horas sin darse cuenta y con toda la prisa que sus entorpecidas piernas le permitían enfilaron la calle principal con dirección a sus casas.


Pero el peligro de aquel día aún estaba por llegar. Al pasar por la joyería de un conocido de ambos, el mayor, con toda la mala idea que lo caracterizaba le sugirió que comprara un regalo a la compañera para demostrarle su amor, asegurándole que regalar una joya a una mujer era garantía de éxito. Entraron y el infeliz compró un discreto collar de perlas, que por ser quien era se lo dejaron a buen precio, quedando en pasar al día siguiente a pagarlo.


Siguieron calle abajo, contentos con la idea que habían tenido y haciendo acopio de su imaginación para inventar las excusas que presentarían a sus esposas por la tardanza, cuando de repente vieron precisamente a una de ellas. Era mujer del enamorado que se acercaba a ellos subiendo por la calle con pasos ligeros y con cara de pocos amigos. Como por encanto se disipó la borrachera, reaccionaron y con precipitación y disimulo metieron el paquete del collar en el bolsillo de la chaqueta del mayor, por el momento la sangre les dio una tregua y una vez liberada de la congelación que acababa de sufrir, volvió a circular por el cuerpo.


Tras los saludos de cortesía se separaron y uno dando explicaciones y el otro preparando las suyas se fueron a sus casas a descansar. Lo que pasó entre los dos matrimonios aquella tarde solo ellos lo conocen, pertenece al sagrado ámbito de la intimidad familiar, lo que sí es conocido es que las chaquetas que llevaban se colgaron cada una en su armario dispuestas a descansar durante una temporada. El calor de aquella tarde marcaba el principio del verano y ya no se las iba a necesitar.


No volvieron a recordar nada de aquella tarde ninguno de los dos. Una vez inmersos en el verano las rutinas se cambian, no es apetecible tomar copas a las tres de la tarde del mes de julio , lo que gusta es ir a casa a la hora de comer para poder dormir la siesta, hacer oscura la tarde y salir al anochecer para disfrutar del aire fresco que durante el día se ha añorado tanto, procurando así hacer mas llevadera la espera de las vacaciones, en las que todo nuestro universo cambia y cada uno disfruta de sus días como puede, olvidando por una temporada la rutina del resto del año.


El prudente joyero no dio señales de vida hasta bien entrado el mes de octubre, una tarde esperó a Romeo y le recordó que le debía el collar, él no se acordaba de nada y negó tal deuda, el hombre le explicó que una tarde del mes de junio pasó por allí con su amigo y que le compraron un collar de perlas para hacer un regalo. Haciendo un esfuerzo mental empezó a recomponer la historia de aquel día y cuando llegó a la escena de la joyería se le cortó la respiración. Aquel hombre tenía razón, le pidió disculpas y le dio unas cuantas explicaciones como pudo, prometiéndole que al día siguiente lo devolvería, que no había hecho el regalo y lo conservaba empaquetado tal y como se lo llevó, que lo dejó olvidado en el bolsillo de la chaqueta, que era fácil comprobar que nadie había lucido la joya y que, por favor, aceptara la propuesta porque no podía pagarlo. Ha quedado dicho anteriormente que el joyero era prudente, por lo que es fácil advertir que una vez analizada la situación aceptó la propuesta por aquello de que mas vale pájaro en mano que ciento volando. Si se han puesto el collar mejor para ellos, mejor eso que perderlo.


Llegó más temprano que de costumbre a la oficina, para qué seguir en la cama si no había pegado ojo en toda la noche, y se fue rápido en busca de su amigo para contarle lo que había pasado el día anterior con el dueño de la joyería, y para decirle que le trajera el collar por la tarde, que quería devolverlo cuanto antes.


-Eso es imposible, por que se lo he regalado a mi mujer. Lo encontró en mi chaqueta de entretiempo cuando la sacó para limpiarla, y le tuve que decir que era para ella y que se me había olvidado dárselo cuando lo compré. Tuvimos una discusión y me recordó que eso me pasaba por beber tanto, pero como era un regalo muy bonito; al final se lo puso y la cosa terminó bien.


-Pues ve a la joyería y lo pagas.


-¿Yo?, yo no he comprado nada en esa joyería, si quieres llamo a tu mujer y le digo que quieres que pague el collar que le compraste tú a tu novia.


El pobre no daba crédito a lo que estaba oyendo, discutió hasta el cansancio y el otro sinvergüenza no paraba de reírse, provocando cada vez más su desesperación; al final comprendió que había perdido la batalla y se fue a su despacho jurándole que no le hablaría más en la vida, que le iba a dar una paliza, y que se iba a acordar de él porque más tarde o más temprano se vengaría.


Como sabía que tenía que pagar el collar, pasó la jornada tratando de inventar la forma de hacerlo sin que se notara mucho el recorte en el sueldo, al final tuvo una idea que por lo menos a él le pareció luminosa. Pidiéndole la máxima discreción al joyero le contó lo que le había pasado con su amigo, negoció un buen precio para otro collar, firmó letras como para escribir esta historia y se fue a su casa con un regalo sorpresa para su esposa, que lo recibió emocionada.


¿Por donde llegó la venganza?, eso no lo sabemos; seguramente por parte del joven nunca la hubo, su falta de carácter, su miedo y su desconfianza de sí mismo, unidos a la ausencia total de imaginación y creatividad se lo impidieron, pero con sus ganas se quedó. Es más, no tardaron mucho tiempo en volver a las andadas, no es tan fácil encontrar un buen compañero para las borracheras.

Lo que si se sabe es que transcurrido el tiempo el episodio se hizo público, de eso doy fe porque lo estoy contando. Se desconoce cómo salió a la luz. Pudo ser el joyero ¿Por qué no?, aunque ya hemos dejado claro que era un hombre discreto y no es conveniente perder clientes que compran collares de dos en dos. También pudo ser la pretendida novia, que al no ser beneficiaria del precioso regalo lo contara a sus amigas, y ya se sabe lo que pasa en esos casos, que no se lo digas a nadie pero sé de buena tinta….


Pero lo más probable, conociéndolos como los hemos conocido, es que en la barra de un bar, una tarde de primavera, se lo recordara el uno al otro cuando ya llevaban unas cuantas copas de más. Y una historia como ésta, un camarero gracioso o un parroquiano avispado, no tarda ni cinco minutos en lanzarla a los cuatro vientos.

Y un viento caliente de otoño hasta aquí la ha traído.



5 comentarios:

  1. Me gusta lo que cuentas y cómo lo cuentas, así que desde aquí te animo a seguir por esa senda...y recopilar algún dia estos relatos cortos, yo se de quien encantado ilustraría el libro. Anda que no!

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  2. Es que dan ganas de seguir leyendo las explicaciones estas que das.. me ha gustado mucho!

    Aunque hay que enterarse de la venganza eh! que pica la curiosidad ;)

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  3. es que las "cervezillas" de después de la oficina tienen un peligro... hay que tenerlos bien puestos para no quedarte tieso, entre las tapas y lo otro, como te quedes cinco minutos más de la cuenta, empiezas con el gin tonic fresquito.... y pake keremos más... acabas a las tantas y con un cebollon de cuidao... uff KE PELIGRO...

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  4. Me gustan tus cuentecicos, Coco. Ay, si más de una y más de dos tuvieran ese instinto para relatar cosas... Lo seguimos comentando por chat. Besos.

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