
Kiki es mi perro. Hace quince años me lo encontré y desde entonces forma parte de nuestra familia, su papel en la casa desde el primer día es el de generador de sonrisas.
Era el día 30 de agosto de 1994, yo acababa de volver de Lanzarote después de pasar unos días en casa de Pilar, donde reinaba de forma absoluta su perro Pepe, lo habían adoptado cuando lo encontraron en la puerta de la casa abandonado por algún viajero que, sin duda, había sido avisado de la generosidad de los que allí habitaban. Se debió de correr la voz por la isla porque más tarde y por el mismo camino llegaron Greta primero y después Camoens. Cada uno de ellos con su propio carácter o lo que llamaríamos, inapropiadamente, su “personalidad”. Pero me consta que los tres, cada cual a su modo, a lo largo de sus vidas han devuelto el favor con creces, regalando compañía y felicidad a sus dueños y benefactores. Es más, creo que Camoens todavía desarrolla su función alegradora en aquella casa. “A Casa”.
Por la tarde, huyendo del calor, fuimos Nana y yo al Boliche, una terraza de verano que hay enfrente de la que fue la huerta de mi abuela, y al entrar ya lo vimos correr hacia nosotros saltando y saludándonos como si fuéramos su familia, irradiaba simpatía por todos lados, era blanco y pequeño, no diré que parecía de algodón, porque eso ya lo dijo el maestro y además estaba sucio, pero sus ojos si que eran tan negros y tan brillantes como el azabache. Saltaba como si tuviera un muelle en las patitas. Le hacía descaradamente la pelota a todos los que entraban, sin duda buscaba un dueño. Yo que todavía tenía en mi recuerdo los juegos de Pepe no pude resistir la tentación de acariciarlo y ya está, él me adoptó a mí. A partir de ese momento y hasta el día de hoy, no se ha separado de mi lado.
Yo era consciente de que no era fácil llevar a mi casa un perro, tuve que negociar duro, no servían las promesas ni los ruegos, pero hubo un argumento final que fue definitivo: las sonrisas de ternura que se dibujaron en las caras de los niños. Ante eso no hubo negativa posible.
Y así comenzó su vida con nosotros. De la anterior solo trajo pánico a los viajes en coche, seguramente se había separado de sus dueños en el viaje de vuelta de vacaciones, era muy corredor y le gustaba perseguir todo lo que se movía, y eso nos hace pensar que no fue abandonado sino que se perdió en una de sus aventuras, conociéndolo es imposible pensar que alguien quisiera abandonar un animal tan cariñoso y simpático.
Sus manifestaciones de alegría cuando alguien vuelve a casa, sus saltos y cabriolas son espectaculares, él saluda al entrar como si de dar la vuelta al mundo se volviera, no entiende de tiempos, solo entiende de fidelidad y amor. Cuando era joven daba vueltas y vueltas a la mesa a una velocidad de vértigo, algunas veces derrapaba y se estampaba contra la pared, pero de un salto volvía a su órbita y continuaba girando a toda prisa, solo para expresar la alegría que a él le producía vernos después de una ausencia.
En su cabeza pequeña hay sitio para muchas cosas, algunas fundamentales, él tiene muy claro cual ha de ser su comportamiento para conseguir una vida mejor, síntoma de una sensatez que para si la quisieran algunos humanos, su agradecimiento hacia mi persona hace pensar que es consciente de que lo salvé de un destino trágico el día que lo recogí, ha seguido mis pasos por donde yo los haya andado, se ha lamentado cuando me he ausentado, pero solo lo justo, mientras yo pudiera oírlo, ¿para qué más?. Cuando alguien se ha ocupado de cubrir sus necesidades de paseo, de alimentación o de juegos, él lo ha convertido en el objeto de su amor más incondicional. Es la criatura más agradecida que yo he conocido.
Una de las cosas que sabe y, eso es su principal fuente de preocupación, es que en mi escala de amores los primeros son mis hijos, él los adora, pero los intuye como rivales cuando se acercan mucho a mi, ladra sin parar y trata por todos los medios de situarse en medio para impedirlo. Cuando era mas joven nos gustaba provocarlo y nos dabamos mi hija y yo grandes y sonoros besos que le hacían saltar como un loco, solo se calmaba cuando yo le decía: “¡ Hijo mío, hijo mío, tú también eres hijo de la madre! ”, mientras le rascaba detrás de las orejas.
Ha tenido una buena vida, en la medida de lo posible hemos procurado anticiparnos a sus necesidades. Ha vivido entre nosotros como miembro de nuestra familia, pero también ha tenido su familia de perros: su compañera y nieta Kika, y sus dos hijos Bili y Bola. Alguna vez contaré sus historias, hoy cuento la de Kiki porque ya está viejo y dentro de poco terminará su vida, y estoy segura que en ese momento yo no podré escribir sobre él sin morirme de pena, prefiero hacerlo hoy, que aunque enfermo y viejo, está aquí a mi lado mirándome con sus ojos negros que ya apenas me ven. En tanto que los cuidados y las medicinas sirvan para que conserve la calidad de vida que siempre ha tenido estará aquí, cuando eso no sea así, yo misma lo llevaré a su veterinario y él lo dormirá sin sufrimiento. ¡Que más quisiera yo que cuando llegue mi hora alguien pudiera hacer lo mismo conmigo!.
La foto que encabeza este escrito es de hoy, viejo y con el culillo caído porque tiene paralizada la pata izquierda de atrás, he vencido la tentación de mostrarlo cuando parecía un muñeco de peluche, no hay cosa más triste y más ofensiva que tratar de ocultar la vejez. Ese es Kiki, nuestro perro, con el que tenemos una deuda de gratitud todos nosotros porque le debemos muchos momentos de ternura y muchas sonrisas. Gracias Kiki, siempre estarás en nuestros corazones.

Kiki terminó su vida el dia 17 de junio de 2010, lo llevamos la niña y yo y en la clínica lo estaban esperando sus dos veterinarios: Beatriz y Manolo, llevaba dos días sin comer y presentaba signos de parálisis intestinal, vi claro que no podía vivir más. Lo llevamos con su cama y en ella estuvo hasta el final. Le puso Beatriz una inyección de anestesia y mientras se dormía yo le rascaba detrás de las orejas y le decía que él era el "Único y genuino hijo de la madre, hijo mio, hijo de la madre" y así se durmió. Después salimos de la habitación y Beatriz acabó con su vida de la forma más civilizada y menos dolorosa que existe.
Coquete lloraba sin parar, y Manolo y Beatriz, mucho más que dos profesionales, no podían ocultar su pesar. Yo lloré también, pero menos de lo que me esperaba, porque el hecho de haber tomado la determinación y haber elegido el momento me hizo afrontarlo en paz.
Coquete lloraba sin parar, y Manolo y Beatriz, mucho más que dos profesionales, no podían ocultar su pesar. Yo lloré también, pero menos de lo que me esperaba, porque el hecho de haber tomado la determinación y haber elegido el momento me hizo afrontarlo en paz.